Autobiografía Inconclusa

      


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CAPITULO QUINTO

[e131][i175]Este capítulo indica una destacada línea de demarcación entre el mundo donde actué y el mundo en que actúo ahora, 1947. Aparece un ciclo totalmente nuevo. Hasta este momento había sido simplemente Alice Bailey, dama de la sociedad, madre y trabajadora eclesiástica. Ocupaba el tiempo como quería y nadie sabía nada de mí; había podido arreglar los días a mi gusto, excepto en lo concerniente a las niñas; nadie me solicitaba entrevistas; no tenía que corregir pruebas de imprenta ni pronunciar conferencias, y por sobre todo, no me llegaba la interminable correspondencia ni tenía que escribir infinidad de cartas. Algunas veces me pregunto si el público tendrá la menor idea del cúmulo de cartas que dicto y recibo. No exagero cuando digo que algunos años he dictado más de 10.000 cartas y una vez que tomé el tiempo que tardaba en atender la correspondencia diaria, constaté que me llevó cuarenta y ocho minutos sólo el abrir los sobres sin extraer las cartas. Considerando todo esto, a lo cual debe agregarse los miles de circulares firmadas y las cartas escritas a asociaciones nacionales (las cuales no he firmado personalmente), podrá comprenderse por qué un día le dije a mi esposo que en mi lápida debieran poner este epitafio: "Murió ahogada en papeles". Actualmente el término medio es de 6.000 cartas por año, porque he delegado la respuesta de mucha correspondencia a personas que pueden dedicar más tiempo, pensamiento y consideración, para responderla. A veces las firmo, otras no; aquí quiero expresar mi profundo agradecimiento, especialmente al señor Víctor Fox y a una o dos [i176]personas más, que en mi nombre han escrito cartas muy buenas y he recibido yo la respectiva gratitud y no ellos. A esto lo llamo servicio desinteresado -escribir una carta firmada por otro, el cual recibe el agradecimiento. Toda esta etapa de mi vida, 1921 a 1931, es relativamente cansadora. Me resulta difícil darle un tono más iluminador o conferirle algo que sirva para aliviar la monotonía de esos años. Ni Foster Bailey ni yo habíamos proyectado llevar una vida así, y con frecuencia hemos dicho que, de haber sabido lo que el futuro nos deparaba, jamás hubiéramos iniciado lo que emprendimos. Es un ejemplo sobresaliente de la veracidad del proverbio, "la ignorancia es una bendición".

Después de la bochornosa convención anual de la Sociedad Teosófica de Chicago, Foster y yo regresamos a Crotona, [e132]completamente desilusionados y profundamente convencidos de que la Sociedad se regía estrictamente por directivas personales, poniendo el énfasis sobre la posición, devoción, simpatías y antipatías personales y por la imposición de las decisiones de la personalidad sobre el conjunto de seguidores. Simplemente no sabíamos qué hacer o sobre qué línea trabajar. El señor Wárrington, como dije, ya no era presidente de la Sociedad, habiéndolo sustituido el señor L. W. Rogers. Mi esposo seguía siendo secretario nacional, yo era todavía editora de la revista y presidenta de la comisión directiva de Crotona.

Nunca olvidaré la mañana en que el señor Rogers asumió el cargo de la oficina y fuimos a expresarle nuestro deseo de continuar sirviendo a la Sociedad Teosófica, nos miró y preguntó: "¿Creen ustedes que podrían serme de utilidad?" Nos encontramos así sin trabajo, dinero, ni futuro, con tres criaturas y sin saber [i177]qué podíamos hacer. Se inició un movimiento para echarnos de Crotona, pero Foster cablegrafió a la señora Besant y de inmediato sofocó la intentona. Fue algo demasiado crudo.

El momento era muy difícil. Aún no nos habíamos casado, y Foster vivía en una carpa en los terrenos de Crotona. Como dama inglesa, y muy circunspecta, siempre vivía conmigo una mujer en calidad de acompañante, en prevención a las malas lenguas. Una de las cosas que he intentado hacer y creo que tuve éxito, fue proteger el ocultismo de la difamación. He procurado hacer del ocultismo una vocación respetable, logrando un éxito sorprendente. Por eso mientras las niñas eran pequeñas y esperaba el momento de volverme a casar, vivía conmigo alguna amiga de cierta edad. Después de mi segundo matrimonio mi esposo y mis hijas fueron mi mejor protección. Además diré que nunca me interesó hombre alguno que no fuera mi esposo, Foster Bailey. Por otra parte pienso que ninguna mujer verdaderamente decente y que se respete a sí misma, podría vivir en tal forma que mientras sus propios hijos crecen, hallen en su conducta motivos de crítica. Esto ha sido benéfico para el actual movimiento ocultista, pues hoy la palabra ocultismo tiene un significado respetable, e innumerables personas dignas están dispuestas a ser reconocidas por el resto del mundo como estudiantes de ocultismo. Tengo la sensación que ello constituye una de las cosas que me ha asignado el destino y no creo que el campo del ocultismo caiga nuevamente en el descrédito como ha sucedido desde 1850 hasta ahora.

Aún se escriben libros difamando a las señoras Blavatsky y Besant, y uno se pregunta qué finalidad persiguen sus autores. Hasta donde he podido cerciorarme, la moderna generación de [e133]estudiantes investigadores, carece del menor interés en pro o en contra de sus caracteres. No tiene importancia la aprobación o desaprobación de la conducta de ambas. Lo que interesa son sus [i178]enseñanzas y la verdad. Esto es saludable y correcto. Me gustaría que esos escritores modernos que se pasan meses en revolver inmundicias, tratando de probar que alguien fue ruin, se dieran cuenta de la estupidez de sus actividades. No afectan la verdad ni impiden lealtad a quienes la conocen; tampoco alteran la tendencia hacia el conocimiento ocultista ni perjudican a nadie, sino a ellos mismos.

La vida en este mundo de posguerra es demasiado importante para que cualquier hombre o mujer se ocupe de difamar y rebajar a personas que han muerto hace décadas. Hay mucho trabajo que realizar en el mundo y una verdad que debe ser reconocida y proclamada, pero no hay lugar para quienes difaman y calumnian por dinero a ciertas personalidades a fin de satisfacer a los enemigos de una enseñanza. Ésta es una de las razones por las que escribo esta autobiografía. Aquí están los hechos.

Durante esos primeros días, nadie hubiera creído que llegaría el momento en que la enseñanza dada y el trabajo, al que Foster y yo nos dedicábamos, asumiría grandes proporciones, pues sus diversas ramas son hoy reconocidas internacionalmente y ha ayudado a muchos miles de personas. Estábamos solos, con unos pocos seguidores desconocidos, para hacer frente a uno de los más poderosos grupos del mundo, de los denominados esotéricos. Carecíamos de dinero y no teníamos porvenir. Nuestras finanzas, el día en que nos sentamos a considerar la situación y preparar planes para el futuro, eran exactamente un dólar y ochenta y cinco centavos; fin de mes; se debía el alquiler, la cuenta del mes anterior del almacenero, del gas, de la luz y de la leche. Como no estábamos casados, ninguna de esas responsabilidades correspondía a Foster, pero en esos días él compartía todas las cosas conmigo. No percibíamos sueldo [i179]de la Sociedad Teosófica, ni siquiera mi pequeña renta. Aparentemente nada podía hacer.

Personalmente, en lo que a mí respecta, y aunque se me reconoce en el mundo como instructora de meditación, nunca he perdido mi hábito de orar. Creo que los verdaderos ocultistas emplean la plegaria y la meditación alternativamente, de acuerdo a las necesidades, y ambas son igualmente importantes en la vida espiritual. Lo que ocurre con la oración es que generalmente el ser humano hace de ella una cosa totalmente egoísta y un medio para adquirir algo para el yo separado. La verdadera oración no pide nada para el yo personal, sino que es utilizada por quienes tratan de ayudar a otros. Algunas personas se creen demasiado elevadas [e134]para orar y consideran la meditación como algo muy superior y más adecuado a su alto grado de desarrollo. Para mí fue suficiente saber que Cristo no sólo oró, sino que nos enseñó el Padrenuestro. Considero también la meditación como el proceso mental por el cual podemos adquirir un claro conocimiento de la divinidad y tener una percepción del reino de las almas o reino de Dios. Es una modalidad del cerebro y de la mente y de gran necesidad para las personas irreflexivas del mundo. La oración es de naturaleza emocional y corresponde al corazón, empleándose universalmente para satisfacer el deseo. Ambas deben ser empleadas por los discípulos aspirantes del mundo. Más adelante me ocuparé de la Invocación, síntesis de ambas. De todos modos, en ese momento de necesidad material, me dediqué a la oración como de costumbre y esa noche oré. A la mañana siguiente, al ir a la galería, encontré el dinero necesario, y al cabo de uno o dos días Foster Bailey recibió una carta del señor Ernest Suffern, ofreciéndole un empleo en Nueva York, relacionado con la Sociedad Teosófica de esa ciudad, con un sueldo de trescientos dólares mensuales. Además nos ofreció la compra de una casa en un barrio situado al otro lado del río Hudson. Foster aceptó la oferta y partió para Nueva York, y [i180]me quedé al cuidado de mis hijas hasta ver lo que acontecía.

En esa época vivía conmigo Augusta Craig, comúnmente llamada "Craigie" por quienes la conocían y apreciaban. Esporádicamente vivió largos años con nosotros, y mis hijas y yo la queríamos mucho. Era una persona excepcional, rebosante de ingenio y mentalidad. Nunca encaraba un problema desde un solo ángulo o del punto de vista general. Quizá se debió a que había contraído matrimonio cuatro veces y tenía una vasta experiencia de los hombres y sus asuntos. Era una de las pocas personas a quien podía recurrir para pedirle un consejo, pues nos entendíamos perfectamente. Poseía una lengua cáustica, pero al propio tiempo tal encanto, que tanto el cartero, como el lechero y el repartidor de hielo, si eran solteros, trataban de conquistarla. No quería saber nada con ellos. Llegó a la conclusión que era muy interesante vivir conmigo, y no me abandonó hasta pocos años antes de su muerte, principalmente, según me dijo, porque no le gustaban los ancianos, pero luego se retiró a vivir a un asilo de ancianos en California. Sin embargo, como tenía más de setenta años cuando me dejó, creyó que sus compañeras podrían aprovechar sus experiencias. No creo que le agradara estar con otras ancianas, pero pensó que las beneficiaria grandemente, y puedo garantizar que así fue. Ella me hizo mucho bien.

Hacia fines de 1920, Foster me escribió para reunirme con él en Nueva York; partí dejando a las niñas al cuidado de Craigie, [e135]pues sabía que las quería y estaban seguras y cuidadas. Viajé hasta Nueva York donde Foster me esperaba, llevándome a un departamento en Yonkers, cerca de su vivienda. Poco tiempo después fuimos una mañana al Registro Civil para pedir la licencia de matrimonio, solicitando al encargado que nos recomendara un clérigo para la ceremonia matrimonial, e [i181]inmediatamente nos casamos. Regresamos enseguida a la oficina para revisar el trabajo de la tarde, y desde ese momento lo hemos continuado durante 26 años.

La etapa siguiente fue amueblar la casa que el señor Suffern había comprado para nosotros en Ridgefield Park, Nueva Jersey. Luego Foster salió en busca de las niñas. Me quedé para preparar las cortinas y proveer las necesidades de la casa, muchas de las cuales nos habían sido proporcionadas por el señor Suffern, esperando ansiosamente el regreso de mi esposo con las tres niñas. Craigie no vino con ellas, lo hizo después.

Nunca olvidaré su llegada a la gran Estación terminal. Jamás vi a un hombre más cansado y agotado que Foster Bailey. Los cuatro aparecieron en el andén; Foster con Ellie en brazos y Dorothy y Mildred colgadas de su chaqueta. Grande fue nuestra alegría al poder acomodarnos en el nuevo hogar. Era la primera vez que las chicas visitaban esa parte del país. Nunca habían visto nieve y pocas veces usado zapatos, lo cual para ellas constituyó una experiencia de civilización completamente nueva. Cómo se las arregló con las niñas lo ignoro; creo que es el momento de decir que resultó un padrastro maravilloso para ellas. Mientras fueron pequeñas nunca les hizo vislumbrar que no era su propio padre, por eso su deuda para con él es muy grande. Creo que le aman y bien que lo merece.

Este nuevo ciclo de vida significó reajustarnos a numerosos cambios. Por primera vez, además de la intensa presión que significaba la realización del trabajo para los Maestros y otras personas, tuve también que combinar los cuidados de la familia, el mantenimiento de la casa, la educación de las niñas y lo más difícil para mí: la creciente publicidad. He detestado la publicidad. Nunca me gustó la curiosidad del [i182]público ni la creencia tan arraigada que cuando se es escritor o conferenciante, necesariamente no debe tener vida privada. Creen que todo lo que uno hace es asunto de ellos y que se ha de decir lo que ellos quieren y conducirse también como ellos desean.

Nunca olvidaré el día cuando dije en Nueva York, a un auditorio de más o menos 800 personas, que todos ellos podían alcanzar cierto grado de realización espiritual si les interesaba, pero demandaría sacrificio de su parte, como había ocurrido en mi [e136]propia vida. Les expliqué que había aprendido a planchar la ropa de las niñas etc., mientras leía un libro sobre temas espirituales o de ocultismo, sin quemar las prendas; que podían controlar su pensamiento y aprender a concentrarse mentalmente y a orientarse espiritualmente pelando papas o limpiando guisantes, porque lo mismo había hecho yo, que no creía en la necesidad de sacrificar a la familia y su bienestar, por nuestras urgencias espirituales. Al finalizar la conferencia una mujer se puso de pie y públicamente me amonestó por haberme referido a asuntos triviales delante de tanta gente. Le repliqué: "No creo que la comodidad de la propia familia sea un asunto tan trivial; tengo siempre presente el trabajo realizado por cierta mujer, maestra y conferencista muy renombrada, cuyos seis hijos jamás la veían, quedando la responsabilidad de su cuidado en manos de quien quisiera tomarse ese trabajo".

Personalmente no siento el menor aprecio por quien llega a una realización espiritual a expensas de su familia o amigos. Esto sucede muy a menudo en los distintos grupos ocultistas. Cuando se me acerca la gente para contarme que sus familiares no simpatizan con sus aspiraciones espirituales, les hago las siguientes preguntas: "¿Deja sus libros de ocultismo por todas partes, donde molestan a los demás? [i183]¿Exige silencio absoluto en la casa mientras hace su meditación matutina? ¿Deja que la familia se prepare la cena mientras asiste a una reunión?". Es aquí donde los estudiantes esotéricos se convierten en tontos y desacreditan al ocultismo. La vida espiritual no debe vivirse a expensas de los demás, y si la gente debe sufrir las consecuencias de nuestro intento de ganar el cielo, no es correcto.

Si hay alguien en el mundo que me enferma, cansa y hastía, es el tipo de ocultista técnico y académico. Otro tipo que me fastidia es el del tonto que cree estar en contacto con los Maestros y habla misteriosamente de las comunicaciones que ha recibido de Ellos. Cuando me refiero a tales comunicaciones acostumbro a decir: "Creo que esto es lo que el Maestro dice", "Creo que esta es la enseñanza, pero empleen ustedes su propia intuición, pues quizá no sea así". Tal vez alguien me considere escurridiza como una anguila, pero doy plena libertad a la gente.

Este contacto con el público comenzó lentamente en 1921, lo que originó un período muy difícil de mi vida. Siempre he presentido que, astrológicamente, debía tener a Cáncer en el ascendente, porque me gusta ocultarme y hacerme invisible, y el versículo de la Biblia que me ha parecido de gran importancia, es el que se refiere a "la sombra de una gran roca en la tierra sedienta".

[e137]Muchos astrólogos de renombre se han divertido tratando de confeccionar mi horóscopo. La mayoría han establecido a Leo en el ascendente, porque me consideran muy individualista. Sólo uno de ellos estableció a Cáncer en el ascendente; poseía visión interna y simpatizaba con mi sentir acerca de la publicidad, creo que eso lo inclinó a establecerlo como mi signo ascendente, aunque sin embargo creo que es Piscis. Mi esposo y una de mis hijas son de Piscis; Piscis es el símbolo del médium o "mediador". No soy [i184]médium, pero sí una especie de "mediador" entre la Jerarquía y el público. Quisiera que observen que digo público y no grupos ocultistas. Sé y creo que el público común está más preparado para recibir un conocimiento sensato de los Maestros y una normal y sensible interpretación de la verdad oculta, que los miembros del grupo ocultista corriente.

Mis hijas habían llegado a la edad en que el cuidado físico normal que absorbe la atención de toda madre, se convertía en exigencias emocionales. Este ciclo, que dura hasta alcanzar la pubertad, es extremadamente difícil, tanto para los hijos como para las madres. No tengo la plena seguridad como madre, de haber reaccionado bien o actuado prudentemente, y quizá se deba simplemente a mi buena estrella que hoy mis hijas me quieran. Tuvieron una educación más normal que la mía, puesto que estuve en manos de extraños, gobernantas y maestros, y quizá por eso me fue difícil comprenderlas. Tenía una idea muy exaltada sobre lo que debían ser las relaciones entre madre e hijos. En cambio las mías no tienen la misma idea. Alguien debía cuidarlas, y también al mismo tiempo oponerse a sus deseos. Aprendí muchísimo en este corto período de años y ese conocimiento me resultó valioso cuando me vi en situación de ayudar a otras madres a solucionar sus problemas. Echando una mirada retrospectiva, honestamente no creo que mis hijas tuvieron muchas causas para estar en desacuerdo conmigo, pues sinceramente traté de comprenderlas y simpatizar con ellas; pero desde un punto de vista general me fastidia el comportamiento de los padres en este país y en Gran Bretaña.

En los Estados Unidos somos demasiado blandos y condescendientes con nuestros hijos, de manera que tienen muy poco sentido de responsabilidad y autodisciplina, en cambio en Gran Bretaña la disciplina, [i185]las exigencias paternas, la supervisión y el control son suficientemente fuertes como para que se rebele cualquier criatura. En ambos países el resultado es el mismo: rebeldía. La joven generación británica me parece, por lo que he podido colegir, que se halla en un estado de total anonadamiento acerca de lo que quiere hacer y debe sustentar la joven generación en [e138]este mundo, mientras que la escandalosa conducta de los soldados del ejército norteamericano, cuando actuaron en Europa y en otras partes, ha dañado seriamente el prestigio de los Estados Unidos en el mundo entero. No culpo a los muchachos norteamericanos sino a las madres y padres, a los docentes y a los oficiales del ejército, por no haberles proporcionado un sentido de orientación, de responsabilidad y verdaderas normas de vida. En verdad no podemos culpar totalmente a nuestros jóvenes de haberse descarriado durante la guerra y cuando fueron a ultramar.

Cuando fui a Europa y a Gran Bretaña en el verano de 1946, obtuve información directa de los nativos de distintos países respecto a su conducta, a las decenas de miles de hijos ilegítimos que dejaron atrás, carentes de todo cuidado y sin ser reconocidos, así como también de las cientos de jóvenes con quienes se casaron para abandonarlas después. Una de las cosas más interesantes que descubrí, fue saber la gran estima que les merecía las tropas de negros, debido a su cortesía y delicadeza con las mujeres, pues nunca se aprovechaban de una muchacha, a no ser que ella estuviera dispuesta. Esta crítica a los jóvenes norteamericanos puede extenderse a las tropas británicas más disciplinadas. Repetidas veces en Inglaterra les he dicho a personas que criticaban a las tropas norteamericanas, "está muy bien, y estoy dispuesta a creer todo lo que digan de ellos, pero qué me dicen de las indecentes jóvenes inglesas, francesas y holandesas, pues se necesitan dos para ese juego". Si bien los muchachos norteamericanos tenían demasiado dinero y aunque los oficiales les daban [i186]libertad de acción cuando estaban en servicio activo, las mujeres de otras nacionalidades son también culpables. Es comprensible que estas muchachas famélicas y desnutridas prefirieran irse con soldados norteamericanos cuando ello significaba tener pollo y pan para sus familias. No digo esto para disculparlos, pero debo exponerlo porque es la realidad de los hechos.

Todo el problema sexual y la relación entre los sexos quizá sea uno de los problemas mundiales que tendrán que ser resueltos en el siglo venidero. Cómo será resuelto no me corresponde decirlo. Supongo que mayormente es una cuestión de educación correctiva y de inculcar a la juventud, en los últimos años de su adolescencia, el concepto de que la muerte es el precio del pecado. Uno de los hombres más limpios que conocí y que nunca se descarrió, según se dice en sentido puritano, me dijo que la única razón de su pureza radicaba en el hecho de que a los diecinueve años su padre lo había llevado a un museo de medicina y le mostró algunos resultados de la mala conducta. No creo en el empleo del temor para corregir la conducta y las debilidades, pero [e139]probablemente la evidencia objetiva de la pecaminosidad material tiene su valor.

Tampoco tengo la intención de ocuparme de este tema con mayores detalles, pero tiene que ver con el problema que enfrenté cuando nos instalamos en la casa de Ridgefield Park. Debía enviar a mis hijas a las escuelas públicas de Nueva Jersey. Estaba habituada a la idea de la educación mixta, pero para un grupo de escolares menores de diez años exclusivamente. Por mi parte, yo no era producto del sistema educativo mixto, ni me agradaba mucho para niñas que iban llegando a la adolescencia, pero no tenía otra alternativa y tuve que afrontar la situación.

Contando con un hogar apropiado y con la influencia paternal adecuada, hoy no conozco mejor sistema que el de la educación mixta. El asombro de mis hijas casi fue cómico cuando [i187]llegaron por primera vez a Inglaterra y se dieron cuenta cómo las chicas inglesas consideraban a los jóvenes. Comprobaron que las inglesitas sobreestimaban a los muchachos, que estaban impregnadas de misterio referente al sexo y no sabían cómo tratar a los varones; en cambio la joven norteamericana, educada en la misma clase a la par de los varones, comiendo, yendo, viniendo y jugando juntos, tenía una actitud más sensata y sana. Espero que no pasará mucho para ver implantado, en todos los países del mundo, el sistema de educación mixta. Pero detrás de estos sistemas debe estar el hogar para complementar y neutralizar aquello de que carece el sistema escolar. Es esencial enseñar a los jóvenes de ambos sexos, mutuas y correctas relaciones y mutuas responsabilidades, y darles mucha libertad, basada en la confianza, dentro de ciertos límites recíprocamente elegidos.

Mis tres niñas comenzaron a concurrir a la escuela pública. No puedo decir que se hayan destacado. Todos los años pasaban de grado, pero no recuerdo que fueran las primeras de la clase o estuvieran en el cuadro de honor. No lo considero un deshonor para ellas. Las tres poseían una fina mentalidad y probaron ser ciudadanas altamente inteligentes, pero no les interesaba particularmente la escuela. Recuerdo que Dorothy me trajo un editorial del New York Times, cuando era alumna de la escuela secundaria. El editorial se refería a los modernos sistemas educativos, señalando su utilidad para las masas. No obstante, dicen que dichos sistemas educativos no eran adecuados para criaturas muy inteligentes, creadoras o bien dotadas. "Eso", dijo mi hija, "somos nosotras, y por esta causa no hacemos mayores méritos en la escuela". Probablemente tenía razón; me cuidé bien de decírselo. Lo malo de la educación mixta estriba en las clases demasiado numerosas y en que todos no pueden recibir la debida atención. [e140]Recuerdo que un día le pregunté a Mildred por qué no había hecho sus deberes y me contestó: "Mamá, calculo [i188]que por haber sesenta niños en mi clase, el maestro tomará tres semanas para llegar a mi, y por el momento no es necesario hacer nada". De todos modos hicieron sus cursos, graduándose normalmente, y ello fue suficiente. Sin embargo, eran grandes lectoras. Constantemente se encontraban con personas inteligentes y escuchaban conversaciones de interés; estaban en contacto, por intermedio de Foster y mío, con gente de todas partes del mundo, siendo su educación realmente muy amplia.

Durante todo este tiempo, Foster actuaba como secretario en la Asociación Teosófica de Nueva York, una organización independiente, no oficial; yo cocinaba, cosía, hacía todo el trabajo de la casa y escribía libros. Todos los lunes por la mañana Foster y yo nos levantábamos a las cinco y hacíamos el lavado semanal, incluso el de las sábanas, porque era poco el dinero que entraba. Más o menos en el último año de mi vida pude liberarme de algunos quehaceres domésticos.

En esa época, Foster organizó el "Comité de los 1.400" -creado con el objeto de llevar a la Sociedad Teosófica a sus principios originales. Este comité era una réplica diminuta de la gran separación que había alcanzado su punto álgido en la guerra mundial de 1939; constituía esencialmente una lucha entre las fuerzas reaccionarias y conservadoras de la Sociedad y las nuevas fuerzas liberales que bregaban para lograr la restauración de los principios originales de la Sociedad. Fue una lucha entre un grupo seleccionado, aislacionista, superior, que se consideraba más sabio y espiritual que el resto de los miembros, contra los que amaban a sus semejantes y creían en el progreso y en la universalidad de la verdad. Era una reyerta entre una facción excluyente y un grupo incluyente. No fue un enfrentamiento de doctrinas sino de principios, y Foster dedicó mucho tiempo a organizar la lucha.

[i189]B. P. Wadia volvió de la India, y al principio teníamos la esperanza de que daría mayor fuerza a nuestro empeño. Sin embargo, descubrimos que su intención era asumir, con la ayuda de Foster y del "Comité de los 1.400", la presidencia de la Sociedad en este país. Pero Foster no había organizado las cosas para poner en el poder a un hombre que representara al comité. Éste se había organizado para presentar a los miembros de la Sociedad Teosófica los problemas actuales involucrados y los principios en juego. Cuando Wadia descubrió esto, amenazó con apoyar e interesarse por la "United Lodge of Theosophists", una organización rival y muy sectaria, que representaba la actitud fundamentalista de la Sociedad Teosófica, conjuntamente con uno o dos grupos teosóficos [e141]que representaban el punto de vista de los teólogos ortodoxos, quienes sostenían que la última palabra la había dicho H. P. B., que nada más debía agregarse, y si no se aceptaba la interpretación que ese grupo daba a lo que H. P. B. expresó y significó, no se podía ser buen teósofo. Esto explica por qué estos grupos fundamentalistas son tan reducidos.

El Comité de los 1.400 continuó su labor. Al efectuar la siguiente elección eligieron a los miembros (o más bien la sección esotérica ordenó la elección) y en consecuencia la labor del comité llegó a su término. Wadia apoyó, como dijo que lo haría, a la "United Lodge of Theosophists", y regresó oportunamente a la India, donde fundó una de las mejores revistas sobre ocultismo que existen actualmente. Se llama "The Aryan Path", y es muy buena. El término "aryan" (ario) no tiene nada que ver con la aplicación que Hitler le dio. Se refiere al sistema ario de valoración espiritual y al modo como la gente de la quinta raza raíz se acerca a la realidad.

Mientras tanto, comencé a dictar un curso sobre la Doctrina Secreta; había alquilado una habitación en la avenida Madison, donde además de [i190]dictar clases podía citar a las personas para una entrevista. Este curso comenzó en 1921 y era muy concurrido. Asistían regularmente personas de diversas ramas teosóficas y grupos de ocultismo. Un día vino Richard Prater, antiguo asociado de W. Q. Judge y discípulo de H. P. Blavastky, y la semana siguiente trajo a todos los que integraban su curso sobre la Doctrina Secreta.

Menciono esto para bien de la "United Lodge of Theosophists" y para quienes sostienen que el verdadero linaje teosófico proviene de H. P. B. por intermedio de W. Q. Judge. Todo lo que sé de teosofía me fue enseñado por amigos personales y discípulos de H. P. B., y esto lo reconoció Prater. Más adelante me dio las instrucciones de la sección esotérica, que recibiera de H. P. B. Son idénticas a las que había visto yo allí, pero esta vez sin compromiso de ninguna clase, y se me dejó en libertad para emplearlas en cualquier momento, y así lo hice. Cuando Prater falleció, hace años, su biblioteca llegó a nuestras manos con las antiguas ediciones de la revista "Lucifer" y de la Revista Teosófica, más otros escritos esotéricos que había recibido de H. P. B.

En uno de los papeles recibidos, H. P. B. expresaba su deseo que la sección esotérica se llamara Escuela Arcana. Esto nunca se había hecho, entonces decidí cumplir con el deseo de la venerable dama y dar a la escuela este nombre. Considero que fue un gran privilegio y felicidad haber conocido a Prater.

[e142]
Otra antigua discípula de Madame Blavatsky y del Coronel Olcott, la señorita Sarah Yacobs, me proporcionó las placas fotográficas de los retratos de los Maestros que recibió del coronel Olcott; por eso guardo un recuerdo feliz de que los discípulos y amigos personales de H. P. Blavatsky aprobaban lo que yo estaba dispuesta a realizar. Tuve su apoyo y ayuda, hasta que pasaron al más allá. [i191]Cuando los conocí ya eran ancianos. La actitud de los actuales dirigentes y miembros teosóficos siempre me ha divertido. Jamás aprobaron mi enseñanza, sin embargo venía directamente de discípulos entrenados personalmente por ella, siendo por lo tanto más exacta que la impartida por quienes no conocieron a H. P. B. Menciono esto para bien del trabajo y quiero que se reconozca su fuente de origen.

Del curso sobre la Doctrina Secreta, que dictaba en la Avenida Madison, surgieron en todo el país grupos de estudiantes que recibían esas lecciones. Las clases se ampliaron y prosperaron, hasta que despertaron definidamente el antagonismo teosófico, y el Dr. Jacob Bonggren me advirtió que mis clases eran atacadas. Bonggren era un antiguo discípulo de H. P. B.; sus escritos fueron publicados en los primeros números de la revista y me enorgullece el hecho de haber recibido su apoyo en esos días.

En 1921 formamos un pequeño grupo de meditación con cinco hombres, mi esposo y yo, reuniéndonos generalmente los martes por la tarde, después del trabajo, para conversar acerca de las cosas de interés, considerar el Plan de los Maestros de Sabiduría y meditar sobre la parte que nos correspondía desempeñar en él. Este grupo se reunió constantemente en el verano de 1922 a 1923. Entre tanto yo continuaba escribiendo para El Tibetano, y ya se habían editado los libros: "Iniciación Humana y Solar", "Cartas sobre Meditación Ocultista" y "La Conciencia del Átomo".

La gente se inclina a creer que si alguien escribe un libro sobre un tema técnico, como la meditación, debe saber todo lo que a ello se refiere. Empecé a recibir cartas de todas partes del mundo, de gente que me pedía enseñarles a meditar o ponerlos en contacto con los Maestros de Sabiduría. Esta última petición siempre me ha causado gracia. No soy de esas instructoras ocultistas que pretenden saber con exactitud lo que el Maestro [i192]quiere que se realice, o que tiene el poder de presentar a los Maestros ante curiosos y tontos. Así no se establece contacto con los Maestros. No son objeto de atracción para curiosos, crédulos e ignorantes. Sólo el servidor altruista de la raza y el que interpreta inteligentemente la verdad, puede hacer contacto con Ellos.

He difundido la enseñanza tal como la he recibido de El Tibetano, pero la responsabilidad es Suya. Como Maestro de [e143]Sabiduría sabe lo que yo no sé, y tiene acceso a los archivos y verdades que están sellados para mí. Creer que sé todo lo que se dice en Sus libros, es falso. Como discípulo en entrenamiento puedo saber más que el lector común, pero no tengo el vasto conocimiento que posee El Tibetano; siento regocijo, con frecuencia, cuando algún teósofo antagonista me describe (podría dar nombres, pero no lo haré) como esa "señora peculiar que tiene su oído pegado al ojo de la cerradura de Shamballa". Pasará mucho tiempo antes de adquirir el derecho de "entrar en el lugar donde la Voluntad de Dios es conocida" y, cuando lo haga, no necesitaré el ojo de la cerradura.

En el verano de 1922 fui con mi familia, por tres semanas, a Amagansett, en Long Island, y me dediqué a escribir una carta semanal al grupo de estudiantes, para ser leída y estudiada durante nuestra ausencia. En muchos casos estas cartas resultaron oportunas para quienes inquirían sobre meditación, el camino hacia Dios y el plan espiritual para la humanidad, de modo que les enviaba copias a medida que las escribía. Cuando regresamos a Nueva York, en septiembre, tuvimos que considerar la forma de manejar la correspondencia acumulada (como consecuencia del incremento de la venta de libros), de satisfacer la demanda de clases sobre la Doctrina Secreta y encarar los pedidos de ayuda espiritual. [i193]Por eso en abril de 1923 organizamos la Escuela Arcana.

Fuimos apoyados por los cuatro o cinco hombres que se reunían con mi esposo y yo, los martes por la tarde. Dos de ellos, desde hace veinticuatro años, trabajan con nosotros, y los otros dos han pasado al más allá. Al principio no teníamos la menor idea de cómo organizar este trabajo. Ninguno, excepto uno, había pertenecido a una escuela por correspondencia, ni sabíamos cómo manejar las cosas. Sólo teníamos buena intención y un ardiente deseo de ayudar, y tres libros sobre temas ocultistas. Desde esa época han pasado por la escuela más de 30.000 personas; las que ingresaron hace 10, 12 ó 18 años todavía están con nosotros, y la obra de la Escuela Arcana se conoce y aprecia en casi todos los países del mundo, exceptuando Rusia y cuatro países más.

De haber tenido el menor atisbo de la extensa y absorbente tarea que nos esperaba, dudo que hubiéramos tenido el valor de emprenderla. De haber sabido los dolores de cabeza y desasosiegos que me traería y las responsabilidades que debe asumir una escuela esotérica, sé que no hubiera intentado emprender este trabajo, pero los tontos se precipitan donde los mismos ángeles temen caminar, y me precipité.

Sin embargo, no podría haber hecho nada sin el apoyo y sabiduría de mi esposo. Tiemblo sólo de pensar en los errores que [e144]hubiera cometido, los juicios equivocados en que pude haber incurrido y las consecuencias legales que todo eso me pudo traer y en lo cual me habría visto envuelta. Su clara mentalidad jurídica, su impersonalidad y calma para permanecer inalterable, cuando yo creía que podía excitarse, me han salvado constantemente de mis errores.

No resulta fácil dirigir una escuela esotérica, ni tampoco [i194]asumir la responsabilidad de enseñar a las personas la verdadera meditación. Es difícil hollar el estrecho sendero del filo de la navaja, que pasa entre el psiquismo superior, o percepción espiritual, y el psiquismo inferior, que muchas personas comparten con gatos y perros. No es fácil discriminar entre una corazonada psíquica y una percepción intuitiva; tampoco es fácil hacerse cargo espiritualmente de la vida de las personas y darles lo que necesitan cuando voluntariamente se ponen en nuestras manos para recibir entrenamiento. Nada de esto yo hubiera podido realizar en la extensión lograda, si no fuera por la maravillosa ayuda de quienes trabajaban en la Sede y los estudiantes secretarios. Comenzamos con una habitación; ocupamos actualmente (1947) dos pisos en la calle 11, West 42nd. Street, con un considerable personal y Sedes en Inglaterra, Holanda, Italia y Suiza. Además del personal de la Sede, tenemos un grupo de ciento cuarenta secretarios, estudiantes avanzados que ayudan en la instrucción de los demás estudiantes. Debido al desinterés y voluntaria ayuda prestada constantemente durante estos años por los secretarios, diseminados por todo el mundo, hemos podido continuar la tarea.

Cuando se inició el trabajo, había determinado que todas las actividades del grupo debían regirse por ciertos principios básicos. Ansío dejar bien aclarado esto porque lo creo fundamental y debería regir en todas las escuelas esotéricas. Después que yo haya desaparecido quiero estar segura que estos principios determinarán las normas a seguir. La instrucción básica impartida en la Escuela Arcana es la misma que se ha dado a los discípulos a través de las edades. Por lo tanto, si la Escuela Arcana tiene éxito, no tendrá un gran número de miembros en este siglo. Los que están preparados para ser instruidos en las leyes espirituales que rigen a los discípulos, son raros de encontrar, aunque debemos esperar que el número se acreciente. La Escuela Arcana no es una entidad para discípulos [i195]probacionistas. Está destinada a ser una escuela de entrenamiento para quienes pueden actuar, directa y conscientemente, bajo la dirección de los Maestros de Sabiduría. Existen hoy en el mundo muchas escuelas para probacionistas que realizan un trabajo noble, grande y necesario.

        [e145]Durante mucho tiempo me sentí muy desconcertada respecto a la razón por la cual la Sociedad Teosófica y, en especial, los miembros de la sección esotérica, eran tan amargamente antagónicos respecto al trabajo que yo intentaba llevar a cabo. Sabía que no se debía a nuestras actividades anteriores dentro de esa Sociedad, sino que se basaba en otra cosa, y eso me desconcertaba. Siempre me había parecido, y me sigue pareciendo, que hay en el mundo lugar para varios cientos de escuelas esotéricas verdaderas y que todas podrían colaborar, complementándose unas a otras.

Cavilé sobre esto durante mucho tiempo, hasta que, a principios de 1930, encontrándome en Paris, pregunté al señor Marcault, presidente de la Sociedad Teosófica de Francia, a qué se debía este antagonismo. Me miró con cierto asombro y contestó que, lógicamente, no le parecía bien que en vez de hacer ingresar gente a la sección esotérica, me la llevara a mi grupo. Lo miré igualmente asombrada y repliqué que en la Escuela Arcana contábamos con cuatro tipos distintos de teósofos, otros tantos de rosacruces y que ninguno de ellos había querido entrar en la Sociedad Teosófica, de la cual él y yo éramos miembros. Le recordé que en la sección esotérica nadie era admitido sin antes haber sido miembro de la Sociedad durante dos años, y le pedí que explicara por qué las personas preparadas para recibir entrenamiento esotérico debían esperar dos años en un grupo exclusivamente exotérico. No supo qué responder, y su desconcierto aumentó cuando señalé (ahora reconozco que fue una mala táctica de mi parte) que era lamentable que la Escuela Arcana y la sección esotérica no pudieran trabajar juntas. Puntualicé que la sección esotérica era en el mundo la mejor escuela para probacionistas, porque activaba los fuegos de la aspiración y nutría la devoción de sus miembros,
[i196]pero en cambio, nuestra escuela daba entrenamiento para llegar a ser "discípulos aceptados", es decir, para quienes estaban en las últimas etapas del sendero de probación, y hacíamos hincapié en la impersonalidad y en el desarrollo mental. Agregué que nuestra tarea era deliberadamente selectiva, quedándose sólo aquellos que en realidad estudiaban fervorosamente y manifestaban signos de verdadera cultura mental. Le dije que rechazábamos cientos de personas de tipo emocional o devocional, y que si trabajábamos juntos podían ser transferidas muchas personas a la sección esotérica. No le complació ni le impresionó bien, y por cierto no pude culparlo. No quise que mi manifestación invalidara ninguna de las dos, pues para mí ambos grupos eran igualmente necesarios; cumplían un propósito espiritual, y ya se tratara de un probacionista o un discípulo, seguían siendo seres humanos espiritualmente orientados, que requerían entrenamiento y disciplina.

[e146]El sentido de posición y categoría ha sido la maldición de la Sociedad Teosófica y de muchos grupos ocultistas. Como he dicho a menudo a los secretarios, la antigüedad en la Escuela Arcana no es un signo de desarrollo espiritual y en su grupo pueden tener un principiante mucho más avanzado que ellos en el sendero del discipulado. Otra cosa me deja perpleja, y es cuando la gente cree que una persona emotiva, de fuertes sentimientos, sensible y perceptiva, tiene menos importancia que una de tipo mental. Nadie puede existir sin corazón o sin cabeza, y el verdadero estudiante ocultista es una combinación de ambas cosas. Los dirigentes de la Sociedad Teosófica no permiten a los miembros de la Escuela Arcana ingresar en la sección esotérica, sin haber renunciado antes a nuestra escuela. Esto es un gran error y parte de la gran herejía de la separatividad.

Nosotros no exigimos tal separación; decimos a los estudiantes que si la escuela logra profundizar su vida espiritual, ampliar su horizonte y acrecentar su percepción mental, les corresponde aplicarlo en la iglesia, la sociedad, organización o grupo, hogar o comunidad,
[i197]que el destino les ha deparado. Por eso tenemos estudiantes activos que son miembros de diversas logias teosóficas, y cada una se considera única y verdadera; también hay estudiantes que pertenecen a cuatro grupos distintos de rosacruces y miembros de las iglesias católica y protestante, de la Christian Science y de la Unity y de todas las organizaciones conocidas con una base espiritual o religiosa. Aceptamos otros que no tienen creencia alguna, pero están dispuestos a aceptar una hipótesis y probar su validez. Por eso la Escuela Arcana es apolítica y no sectaria y profundamente internacional en sus ideas. Su nota clave es el servicio. Sus miembros pueden pertenecer a cualquier secta y partido político, y trabajar en ellos siempre que recuerden que todos los caminos conducen a Dios y que el bienestar de la humanidad debe regir todos sus pensamientos. Ante todo, en esta escuela se le enseña al estudiante que las almas de los hombres son una.

Quisiera agregar además, que la creencia en la Jerarquía espiritual de nuestro planeta aquí se enseña científicamente, no como doctrina sino como un reino existente y demostrable en la naturaleza. Hemos tenido demasiada enseñanza clerical acerca del reino de Dios y el reino de las almas. Estos términos equivalen a la frase empleada anteriormente, la Jerarquía espiritual del planeta.

En esta escuela se desarrolla la verdadera obediencia ocultista, que no implica obediencia a mí, a otro dirigente de la escuela ni a algún otro ser humano. No se exige ni se pide a los estudiantes juramento alguno de adhesión u obligación personal hacia ningún
[e147]individuo. Sin embargo, se les enseña a obedecer rápidamente los dictados de su propia alma. A medida que la voz del alma se intensifica y se hace familiar, con el tiempo se transformarán en miembros del reino de Dios y serán llevados ante el Cristo.

En 1923, establecimos así una escuela sin carácter doctrinario
[i198]ni sectario, basada en la Sabiduría Eterna, llegada hasta nosotros desde la misma noche de los tiempos. Iniciamos una escuela que tiene un propósito definido y un objetivo específico, una escuela incluyente y no excluyente, que orienta a sus discípulos hacia una vida de servicio, lo cual constituye el camino de acercamiento a la Jerarquía, en vez de la egoísta auto-cultura espiritual. Estuvimos de acuerdo en que el trabajo debía ser arduo, pesado y difícil, para poder eliminar a los ignorantes. Una de las cosas más fáciles de fundar en el mundo es una escuela ocultista donde el individuo se interesa en sí mismo, siendo muy común, pero nada de eso queríamos.

Poco a poco aprendimos a organizar el trabajo, a instruir al personal, a sistematizar los ficheros y a adoptar esos sistemas comerciales que aseguran la rápida atención de nuestros estudiantes. Hemos mantenido financieramente a la escuela, sobre una base de aportes voluntarios, sin cobrar por el estudio. De esta manera no tenemos ninguna obligación pecuniaria con los estudiantes y nos reservamos el derecho de rechazarlo o eliminarlo en cualquier momento, si no aprovecha la enseñanza. No tenemos ningún subsidio ni acaudalado donante para la obra. Se sostiene con los pequeños aportes de los muchos, lo cual es más sólido y seguro.

Creo que es todo lo que tengo que decir acerca del comienzo de la Escuela Arcana y su funcionamiento. Constituye el corazón de todo lo que hacemos. Tenemos hoy varias secciones: británica, holandesa, italiana, suiza y sudamericana. Además, el trabajo ha sido organizado en Turquía y África occidental y hay miembros en muchos otros países. Las lecciones de la Escuela Arcana se publican en muchos idiomas; los estudiantes son atendidos por secretarios que hablan el mismo idioma. Las actividades de servicio abarcan un campo amplio, pero no me ocuparé aquí de ellas.

Los seis años siguientes, 1924 a 1930, fueron algo monótonos. Los recuerdo claramente
[i199]como un ciclo en que día tras día, semana tras semana, mes tras mes, hacía siempre lo mismo, mientras llevaba adelante la Escuela Arcana. Continuamente escribía artículos y lecciones para la escuela; concedía entrevistas y, en 1928, cada veinte minutos recibía a alguien. Nunca me dejé llevar por [e148]el engreimiento, creyéndome una gran persona. Esto se debía a que no cobraba nada.

En esos años, en todas partes, pronunciaban conferencias psicólogos de todo tipo. Psicoanalistas de cualquier especie concedían entrevistas y cobraban elevados honorarios. Por mi parte, nunca cobré nada, dedicaba el día entero en atender personas con algún problema que esperaba solución. En Nueva York había entonces una mujer que cobraba 500 dólares por una consulta de media hora, teniendo un sinnúmero de personas que esperaban ser atendidas. Puedo asegurar que nunca dio tan buenos consejos como los que yo daba gratuitamente.

En esa época descubrí definidamente uno de los misterios de la naturaleza humana. Comprobé que la gente está dispuesta a revelar a un extraño los asuntos más íntimos de su vida diaria, sus relaciones sexuales con sus esposos o esposas. Creo que mi reacción en contra de esto tenía su base en mi educación inglesa, porque en América se habla a los desconocidos con más libertad que lo que acostumbra hacer la otra parte de la raza anglosajona. Con toda sinceridad digo que nunca me agradó. Que exista cierta reticencia es útil y correcto y siempre me he dado cuenta que cuando una persona ha sido demasiado franca y se ha abierto en una conversación íntima, generalmente termina detestándolo a uno -un tipo de odio inmerecido e injustificado contra la persona en quien se ha confiado. Nunca me han interesado las relaciones sexuales de la gente, pero comprendo que son un factor muy importante para la armonía individual.

[i200]La cuestión del sexo está hoy muy difundida. Soy una inglesa conservadora que siente horror por el divorcio y le desagradan las polémicas acerca del sexo, pero, sin embargo, sabe muy bien que la moderna generación no está totalmente equivocada. Sé que la actitud victoriana era malsana y perniciosa. El secreto y misterio con que rodeaban el problema del sexo, resultaba peligroso para los jóvenes inocentes, respecto a una vida creadora natural. Los rumores, los secretos, las informaciones a puertas cerradas, originan interrogantes entre los jóvenes, dando por resultado un pensar aberrante, por eso resulta difícil perdonar a los padres victorianos. Actualmente sufrimos la consiguiente reacción. Es muy posible que la juventud sepa demasiado, pero personalmente creo que esta condición es mucho más segura que la que yo conocí.

Cuál es la solución al problema sexual de las razas no lo sé; pero sé que algunos países regidos por la ley inglesa y presumiblemente por la ley holandesa y otras más, el mahometano puede tener varias esposas. Los americanos, los ingleses o los de cualquier nación, siempre han tenido innumerables relaciones
[e149]sexuales. De esta promiscuidad y de la búsqueda de una respuesta, se hallará eventualmente la verdadera solución. Los franceses no lo han resuelto, pues en la nación francesa se ha demostrado que "la mente es el matador de lo real". Los franceses son tan realistas, que olvidan a menudo lo bello, espiritual y subjetivo, y esto indica una gran falla en su cerebro. El Senado se reúne sin reconocer a la Deidad; las Logias Masónicas son proscritas por las Grandes Logias de otros países, pues no reconocen al Gran Arquitecto del Universo, y sus relaciones sexuales se basan en un concepto [i201]puramente utilitario, que tendría una sólida base siempre que no existiera en el mundo nada más que la vida material.

Hoy, 1947, el mundo sufre de demencia sexual. Gran Bretaña, Estados Unidos y otros países están colmados de casos de divorcio; la juventud se casa en el entendimiento de que si la unión no resulta feliz, puede ser disuelta, y ¿quién puede decir que no es razonable? Los hijos ilegítimos, como resultado de la psicosis de la guerra, en todos los países son la regla y no la excepción. Dondequiera que marchen los ejércitos, dejan como saldo cientos de miles de hijos ilegítimos. La iglesia lanza su anatema contra los modernos puntos de vista del matrimonio y la desilusión que ello trae, pero no ofrece solución, y tanto la Iglesia Católica, como la Episcopal de los Estados Unidos y Gran Bretaña, sostienen que obtenido el divorcio, un nuevo casamiento constituye adulterio.

A este respecto recuerdo muy bien que, para asistir a la mañana temprano a una pequeña iglesia en Tunbridge Wells, cerca de nuestra sede, y recibir la comunión, pedí permiso al párroco, pues Inglaterra es un país muy pequeño y mi familia muy conocida. El párroco respondió que tenía que pedir permiso al obispo, éste lo negó, y el rector me dijo que no podía recibir la comunión. Miré fijamente al rector unos minutos, y le dije: "Pude haber venido de América como mujer ligera, que bebe, juega a los naipes, y con media docena de amantes, permitiéndoseme recibir la comunión por no estar divorciada. Veinte años atrás se me otorgó el divorcio con total aprobación del obispo y del clero de la diócesis, porque conocían los hechos, pero ahora no puedo recibir la comunión -yo que he tratado de servir a Cristo desde que tuve 15 años". Hay algo que fundamentalmente no está bien en la Iglesia Anglicana, y algo igualmente erróneo aquí, en la Iglesia Episcopal, pues una vez me
[i202]dijo un obispo: "Nunca me diga que una persona es divorciada, porque si lo ignoro, no causo daño, pero si lo sé, me veo obligado a negarle la comunión". Los comentarios huelgan.

[e150]Creo que estamos en camino de lograrle solución al problema sexual. ¿Cuál será esa solución? no lo sé, pero confío en la pureza innata de la humanidad y en el progresivo desenvolvimiento del propósito de Dios. Puede que la solución salga de una educación correcta, lograda en nuestras escuelas, unida a una correcta actitud de todos los padres del mundo para con sus hijos e hijas adolescentes. La actitud actual se basa en el temor, la ignorancia y la reticencia. Llegará el momento en que educadores y padres conversarán abierta y directamente con los jóvenes, sobre los hechos de la vida, y la regulación de las relaciones sexuales, y presiento que ese momento se aproxima a pasos agigantados. La juventud es muy sana, pero su ignorancia frecuentemente constituye la causa de las dificultades. Si conocieran los hechos (los hechos brutales al desnudo) sabrían qué hacer. Esas conversaciones estúpidas sobre florecillas y semilleros, y los niños que trae la cigüeña, y ejemplos similares y abundantes del problema sexual, resultan un insulto a la inteligencia humana, y nuestros jóvenes poseen una inteligencia muy elevada.

Personalmente quisiera que los jóvenes adolescentes, de ambos sexos, concurrieran a un médico comprensivo capaz de explicarles la verdad lisa y llana. Que se gestara en la joven generación el respeto por su función como futuros padres de la próxima generación, y que los padres actuales, hablando en sentido general, dieran a los jóvenes más libertad para solucionar sus propios problemas. La experiencia me ha enseñado que se puede confiar en ellos cuando saben las cosas. El varón y la mujer comunes no son degenerados por naturaleza, ni corren riesgos cuando saben que existen. Me agradaría que el médico encarara el problema sexual, hablándoles a los
[i203]jóvenes desde el punto de vista de la paternidad y desde el ángulo de los peligros de la promiscuidad, además de advertirles seriamente sobre la homosexualidad, que constituye hoy una de las mayores amenazas que acechan a los jóvenes de ambos sexos. Al explicarles los hechos y discutir el cuadro con toda claridad, podemos confiar en nuestros jóvenes pero, sinceramente hablando, no confío mucho en los padres, principalmente porque están llenos de temores y no tienen confianza en sus hijos.

Éstas son palabras preliminares, pues en los años siguientes tuve que afrontar el problema juvenil. Tengo tres hijas muy atractivas y los muchachos comenzaban a cortejarlas. En la sede veía gente y más gente; en mi hogar, muchachos y más muchachos. Así aprendí a conocer y apreciar a ambos grupos. Confío en la joven generación y la respeto y aprecio.

[e151]En esa época nos cambiamos de Ridgefield Park a Stanford, en Connecticut. Un amigo nuestro, el señor Graham Phelps-Stokes, tenía una casa desocupada en Long Island Sound y nos permitió ocuparla gratuitamente durante varios años. Era más espaciosa y bonita que la de Ridgefield Park y me gustaba mucho. Siempre recordaré las mañanas pasadas allí. En la planta alta de un ala del edificio había una amplia habitación que abarcaba el espacio correspondiente a las dependencias de servicio del piso bajo. Tenía ventanas en tres lados del aposento y allí vivía yo y trabajaba. Craigie estaba con nosotros y, aunque el trabajo de la casa era agotador, como las niñas crecían, ya prestaban ayuda. Foster y yo acostumbrábamos a viajar a Nueva York casi todos los días de la semana, pues Craigie cuidaba de las niñas, que estaban en plena adolescencia y eran extraordinariamente bonitas, y no quisimos que ingresaran en la escuela pública. Entonces la población de Stanford era en su mayor parte extranjera, y las tres niñas, hermosas y rubias, eran [i204]irresistibles para los jóvenes italianos que las seguían a todas partes. Presenté mi problema a una amiga que estaba en buena posición, y costeó sus estudios en Low Hayward School, colegio particular de alta categoría para señoritas, al que concurrían diariamente durante nuestra permanencia en Stanford.

No me es posible recordar cuántos muchachos las asediaban. Dos de ellos aún son amigos y nos visitan de vez en cuando, aunque se han casado y tienen familia. Se nos presentan esporádicamente, pues siempre existe entre nosotros esa disposición hondamente arraigada, que elimina toda tirantez y nos permite retomar el hilo de una amistad íntima, sin tener en cuenta el tiempo transcurrido desde la última vez que nos vimos. He olvidado a los demás. Venían y se iban. Un recuerdo que persiste en mí es el de tantas noches pasadas en esa habitación de tres grandes ventanales, esperando que se encendieran las luces de un automóvil, lo cual indicaba que una de las chicas despedía a su novio. Esa actitud mía molestaba mucho a mis hijas, pero he pensado siempre que era una buena medida psicológica. Como madre siempre supo dónde estaban, con quiénes estaban y cuándo llegaban mis hijas; nunca tuve que lamentar mi terquedad en ese sentido, aunque con frecuencia lamenté las horas de sueño perdidas. Mis tres hijas nunca me causaron angustia, y jamás me dieron motivos para desconfiar de ellas, por eso aprovecho esta oportunidad, ahora que están casadas y viven su propia vida, para decir que fueron muy buenas, sensatas, sensibles y muy decentes.

Así pasaron los años. Desde 1925 a 1930 fueron años de adaptación, dificultades, alegrías y progreso. Poco tengo que decir.
[e152]Constituyeron años normales, de trabajo, formación y estabilización de la Escuela Arcana. Se publicaron los libros de El Tibetano, y a nuestro alrededor se reunían grupos de hombres y mujeres que no sólo eran amigos adictos, que habían trabajado entonces con nosotros, sino que aún se dedican lealmente a servir a la humanidad.

[i205]Pocas veces tomábamos vacaciones en verano, pues la casa estaba sobre el Sound y tenía su propia playa, por lo cual mis hijas podían hartarse de nadar y sacar almejas. Tengo mucha habilidad para preparar sopa de almejas. Gracias a la generosidad de un amigo, teníamos un automóvil y podíamos ir a Nueva York o a donde quisiéramos. Prácticamente todos los domingos permanecíamos en casa para recibir a nuestros amigos y huéspedes, que con frecuencia sumaban entre veinte y treinta personas. Los reuníamos a todos sin establecer diferencias, jóvenes y viejos, gente de buena o ninguna posición social, y creo que todos se divertían. Servíamos pasteles, bebidas, té y café, y sin tener en cuenta quienes eran, todos debían ayudar a lavar la vajilla y ordenar la sala al terminar el día.

Había un gato y uno perro con características propias. El perro era de policía, nieto de "Rin Tin Tín" y muy valioso. Se suponía que estaba para protegernos y ahuyentar a los ociosos vagabundos, pero por cierto no lo hacía. Quería a todo el mundo y daba la bienvenida a cuanto vago se acercaba a la casa. Era demasiado educado, sensitivo y nervioso, por lo tanto había que darle bromuro constantemente para calmar sus nervios. No existía en él la menor sombra de maldad y todos lo queríamos. En cambio porque el gato sólo me quería a mí, nadie lo quería. Era un enorme y magnifico ejemplar que recogimos cuando pequeño. Únicamente quería estar conmigo. No aceptaba alimento de nadie que no fuera yo. Rehusaba entrar en la casa si no me encontraba en la planta baja, al extremo que Foster construyó una escalera que iba del jardín a la ventana de mi dormitorio, y agujereó la persiana para que pudiera entrar en la habitación; desde ese momento se sintió completamente feliz y no volvió a usar la puerta, saltando desde la escalera hasta mi cama.

El trabajo aumentaba aceleradamente en esos años. Mi esposo había empezado a editar la revista "The Beacon", que satisfizo una verdadera necesidad, como lo hace actualmente. Yo daba por lo general de seis a ocho
[i206]conferencias públicas por año, y como no se cobraba entrada, mi auditorio llegaba fácilmente al millar de asistentes. A su debido tiempo, constatamos que muchas de las personas que asistían a las conferencias eran sencillamente curiosos. Concurrían a todas las conferencias gratuitas sin [e153]importarles el tema y nunca se beneficiaban por lo que oían. En consecuencia, llegó la hora en que decidimos cobrar entrada, aunque solamente consistió en 25 centavos. De inmediato la concurrencia disminuyó a la mitad, lo cual nos complació muchísimo, pues los asistentes querían escuchar y aprender y valía la pena hablarles.

Siempre me ha gustado dar conferencias, y durante estos últimos veinte años nunca supe lo que es sentirse nerviosa en un estrado. Me gusta la gente y confío en ella, y un auditorio es para mí simplemente una persona agradable. Dar conferencias es lo que más me gusta, e impedida actualmente de hacerlo por mi salud constituye una de mis más grandes privaciones. Mi médico no lo aprueba y mi esposo se aflige sobremanera, de modo que ahora sólo hablo en la conferencia anual.

Al comenzar este período entablé una amistad que ha significado tanto, para mí, como mi casamiento con Foster Bailey. Una amiga, combinación de sencillez, dulzura y altruismo, trajo a mi vida tal riqueza y belleza, como nunca había soñado. Durante diecisiete largos años marchamos juntas por el sendero espiritual. Le dediqué todo el tiempo disponible y constantemente lo pasaba en su casa. Nos divertían las mismas cosas, nos interesaban las mismas ideas y cualidades. Entre nosotras no había secretos; conocía todo lo que ella sentía acerca de las personas, las circunstancias y el medio ambiente. Me complace pensar que durante los últimos diecisiete años de su solitaria vida, no estuvo totalmente sola. Comprenderla, permanecer a su lado, dejarla hablarme libremente y sentirse segura al hacerlo,
[i207]era la única compensación a su interminable bondad para conmigo. Durante años me visitó, y hasta su muerte, en 1940, jamás me compré una prenda. Todavía sigo usando los vestidos que me dio. Todas las joyas que tengo me las obsequió ella. Cuando vine a este país yo había traído hermosas puntillas y joyas, pero todo tuvo que venderse para pagar las cuentas del almacenero, y ella hizo posible su reemplazo. Corrió con los gastos de escuela de mis hijas y siempre nos pagó los pasajes de ida y vuelta a Europa y Gran Bretaña. Éramos tan intimas, que si yo me enfermaba lo sabia automáticamente. Recuerdo que una vez me enfermé estando en Inglaterra, hace algunos años, y a las pocas horas me envió por cable 500 libras esterlinas porque sabía que estaba enferma y las necesitaba.

Nuestras relaciones telepáticas han sido extraordinarias y continúan aún después de su muerte. Las cosas que ocurrían en su propia familia, después de su deceso, las discutía conmigo telepáticamente. Aunque yo no tenía forma de saberlo, posteriormente descubría de qué se trataba, y todavía frecuentemente hago
[e154]contacto con ella. Poseía un penetrante y profundo conocimiento de la Sabiduría Eterna; pero la gente le inspiraba miedo, temía ser incomprendida, de que la quisieran por su dinero y la embargaba un básico y profundo temor a la vida. Creo que le serví de algo, porque respetaba mi razonamiento y comprobaba que casi siempre coincidíamos. Actuaba como válvula de seguridad. Sabía que no trascendería cualquier cosa que me confiara. Hasta el momento de morir me tuvo en su mente, y pocos días antes de su deceso recibí una carta, puesta en el correo por otra persona, que apenas pude descifrar, contándome sus cuitas. Una de las cosas que espero ver realizadas cuando pase al más allá es, como lo prometió, encontrarla esperándome. Reíamos de las mismas cosas y [i208]nos divertimos mucho mientras se hallaba en la tierra. Gustábamos de los mismos colores y con frecuencia me he preguntado por qué razón merecí tal amiga en el presente.

Dos veces al año me obsequiaba ocho o nueve vestidos, conociendo exactamente mi gusto y los colores que me sentaban bien. Cuando recibía esas cajas con hermosos vestidos, sacaba del guardarropa un número equivalente de prendas del año anterior, que enviaba a alguna amiga en precaria situación económica. No acostumbro acumular cosas, porque sé lo que es necesitar un tipo de vestido o tapado y no poder adquirirlo. La pobreza, para quienes deben guardar ciertas apariencias por haber pertenecido a la aristocracia, es una experiencia mucho más amarga que la pobreza para las otras clases, pues no les agrada recibir limosnas ni pueden salir a mendigar, pero se les puede inducir a aceptar lo que necesitan, si se les escribe, diciéndoles: "He recibido un obsequio de vestidos nuevos, siéndome imposible usar todos los que tengo. Me sentiría avara quedándome con ellos, de modo que le envío un par de vestidos y espero que me haga el favor de aceptarlos". La felicidad proporcionada a esas personas se debía por lo tanto a mi amiga y no a mí.

Encuentro difícil referirme como quisiera, a las personas que gravitaron mucho en mi vida. Lo siento particularmente en el caso de esta amiga, y sobre todo en lo que se refiere a mi esposo, Foster Bailey. Conversé con él a este respecto y convinimos en que no es posible poner en una autobiografía todo lo que hubiera deseado.

En nuestro camino nos encontramos con otra amistad interesante, que trajo consigo algunas implicaciones de gran significado, y que muy probablemente lleguen a realizarse en nuestra próxima vida y no en ésta. En la ciudad de Nueva York hay un club llamado
[i209]"Nobility Club". Uno de los socios me invitó a ir un día al club a escuchar al Gran Duque Alejandro, hijo de uno [e155]de los zares de Rusia, cuñado del difunto zar Nicolás. Acepté más por curiosidad que por otra cosa, y me encontré con un salón atestado de lo más selecto de la realeza y nobleza de esa época, reunida en Nueva York. Nos pusimos todos de pie cuando hizo su entrada el Gran Duque y ocupó un sillón en el estrado. Al volver a sentarnos, nos miró con mucha seriedad y dijo: "No sé si podrán olvidar por un minuto que soy el Gran Duque, porque quiero hablarles a ustedes de sus almas". Me enderecé en la silla, entre alarmada y complacida, y al final de la charla me volví hacia mi amiga, la baronesa..., y le dije: "Me agradaría poner al Gran Duque en contacto con personas de este país a quienes no les interesa si es o no un Gran Duque, pero que le apreciarán por sí mismo y su mensaje". Fue todo lo que dije y no pensé más en ello.

A la mañana siguiente, estando en mi oficina, llamaron por teléfono, y una voz anunció: "Su Alteza Imperial agradecería a la señora Bailey que estuviera en el Ritz a las 11". De modo que estuve a las 11 en el Ritz. En el vestíbulo me esperaba el secretario del Gran Duque. Me hizo sentar, y luego de mirarme con solemnidad dijo: "¿qué desea usted del Gran Duque, señora Bailey?". Asombrada, lo miré y respondí: "Nada. No tengo la menor idea por qué he sido llamada". "Pero", continúo el señor Roumanoff, "el Gran Duque dijo que usted quería verlo". Le respondí que no había dado paso alguno para ver al Gran Duque ni podía imaginarme por qué me había llamado. Comenté que había asistido a su charla de la tarde anterior y había manifestado a una amiga mi deseo de que el orador pudiera conocer a ciertas personas. El señor Roumanoff me condujo entonces a las habitaciones del Gran Duque, donde, después de haberle hecho la reverencia de rigor y haberme sentado, el Gran Duque me preguntó en qué
[i210]podía servirme, y respondí: "en nada". A continuación le dije que había mucha gente en Norteamérica, como por ejemplo la señora de Dupont Ortiz, que pensaban como él y poseían hermosas mansiones, pero asistían pocas veces a conferencias, abrigando la esperanza que tal vez él estaría dispuesto a ponerse en contacto con ellas; luego me aseguró que haría cuanto le pidiera y agregó: "Conversemos ahora de cosas importantes". Pasamos casi una hora hablando sobre temas espirituales y la necesidad de amor que tiene el mundo. Acababa él de publicar un libro titulado: "La Religión del Amor", y ansiaba su difusión más ampliamente.

Cuando regresé a mi oficina llamé por teléfono a Alice Ortiz y le pedí venir a Nueva York y ofrecer un almuerzo al Gran Duque en el Hotel Ambassador. Rehusó, y por supuesto insistí
[e156]para que consintiera. Entonces ofreció el almuerzo. En la mitad de la reunión, el señor Roumanoff se volvió hacia mí y me preguntó: "¿Quién es usted señora Bailey?, nada hemos podido averiguar acerca suyo". Le aseguré que eso no me sorprendía pues no era nadie -sólo una ciudadana norteamericana con una educación inglesa. Sacudió la cabeza con aire azorado y me contó que el Gran Duque estaba dispuesto a hacer lo que yo quisiera.

Éste fue el comienzo de una verdadera y genuina amistad que perduró hasta la muerte del Gran Duque, y aún después. Frecuentemente iba con Foster y yo a Valmy, a pasar unos días. Entre los tres teníamos interesantes conversaciones. Una de las cosas que en esa amistad ambos comprendimos profundamente fue la igualdad en todos y si alguien lleva sangre real o pertenece socialmente a un ser humano de tipo inferior, tiene las mismas simpatías y antipatías, penas, sufrimientos y alegrías y los mismos anhelos de progresar espiritualmente. El Gran Duque era un convencido espiritista y nos entreteníamos
[i211]celebrando sesiones en la amplia sala de Alice Ortiz.

Una tarde, el señor Roumanoff llamó por teléfono a mi esposo para pedirle, en caso de estar libres, responsabilizarnos por llevar al Gran Duque a dos lugares donde él tenía que hablar. Respondimos que nos complacería hacerlo y lo llevamos, y al final de su charla pudimos rescatarlo de los cazadores de autógrafos. En el camino de regreso al hotel, volviéndose repentinamente hacia mí, el Gran Duque dijo: "Señora Bailey, si le dijera que yo también conozco a El Tibetano ¿significaría algo para usted?" -"Si señor", le respondí, "significaría mucho". -"Pues bien", continuó el Gran Duque, "ahora podrá comprender la razón del triángulo formado entre usted, Foster y yo". Creo que esa fue la última vez que lo vi. Poco después partió para el sur de Francia y nosotros para Inglaterra.

Un par de años después, cierta mañana, mientras yo estaba en cama leyendo, alrededor de las 6.30, con gran sorpresa entro en mi alcoba el Gran Duque, vistiendo el pijama azul oscuro que solía usar para estar por casa. Me miró, sonrió, agitó su mano saludándome y desapareció. Fui donde estaba Foster y le dije que el Gran Duque había muerto. Así era, en efecto. Vi la nota necrológica en los diarios del día siguiente. Poco antes de irse me había obsequiado una fotografía, lógicamente autografiada, y al cabo de un año, más o menos, el retrato desapareció. Como ya había fallecido lamenté esta pérdida profundamente, después de su muerte; estaba convencida de que algún cazador de autógrafos la había robado. Varios años más tarde, caminando un día por la calle 43 de Nueva York, vi de pronto al Gran Duque que se
[e157]aproximaba. Me sonrió y continuo su camino, y cuando llegué a mi oficina encontré sobre mi escritorio la fotografía perdida. Evidentemente existía un vínculo de unión muy íntimo en el plano espiritual, entre el Gran Duque, Foster y yo. En la próxima vida sabremos la razón del contacto que tuvimos en ésta, y el por qué de la amistad y comprensión que se estableció entre nosotros.

[i212]Una vida no debe verse como un hecho aislado, sino como un episodio en una serie de vidas. Lo que se está desarrollando hoy, los amigos y la familia, con quienes estamos ligados, y las cualidades, el carácter y el temperamento que mostramos, indican simplemente la suma total del pasado. Lo que seremos en nuestra próxima vida, resultará de lo que hemos sido y hecho en ésta.

Fueron años de arduo trabajo. Mis hijas crecían y los jóvenes las pretendían. La Escuela Arcana se ampliaba constantemente y yo internamente iba adquiriendo sentido de seguridad y el reconocimiento de que había hallado el trabajo del cual me había hablado K. H. en 1895. La Doctrina de la Reencarnación y la Ley de Causa y Efecto habían resuelto los problemas de mi mente Inquisitiva. Conocí a la Jerarquía. Se me otorgó el privilegio de ponerme en contacto con K. H. cuando quisiera, pues podía confiarse que no inmiscuiría mis asuntos personales en Su ashrama, y le sería de más utilidad en éste y, por consiguiente, en el mundo. Los libros de El Tibetano se conocían cada vez más en todas partes. A mi vez, fueron bien recibidos varios libros que escribí, precisamente para probar que podía realizar el denominado trabajo psíquico, así como mi trabajo con El Tibetano, y también mantener independiente mi propio cerebro, y ser un ente humano inteligente. Por los libros y por el acrecentado número de estudiantes de la Escuela Arcana, Foster y yo estábamos en creciente contacto con personas de todo el mundo. Nos llovían cartas requiriendo informes, pidiendo ayuda, solicitando que se establecieran grupos en diferentes países.

Siempre he sostenido la teoría de que las verdades más profundas y esotéricas podrían gritarse a la opinión pública desde los tejados, porque mientras se posea un mecanismo interno para el conocimiento espiritual, no es posible causar daño alguno. Por lo tanto, los juramentos por mantener el secreto no tienen significado, pues no hay secretos. Hay solamente la presentación de la verdad y su
[i213]comprensión. En la mente del público existe una gran confusión entre esoterismo y magia. La magia es un modo de trabajar en el plano físico, en relación con la sustancia y la materia, la energía y la fuerza, de modo de crear formas mediante las cuales la vida pueda expresarse. Como en este trabajo deben manejarse fuerzas elementales resulta peligroso, y hasta los [e158]puros de corazón necesitan protección. El esoterismo es en realidad la ciencia del alma. Concierne al principio viviente, vital y espiritual que reside en todas las formas. Establece la unidad en tiempo y espacio. Motiva y complementa el Plan desde el ángulo del aspirante, y constituye la ciencia del sendero. Instruye al hombre sobre las técnicas del futuro superhombre, y le permite así entrar en el sendero de la evolución superior.

El programa de estudio de la Escuela se fue desarrollando gradualmente. Mantuvimos y aún mantenemos, la fluidez del trabajo, a fin de enfrentar las diversas necesidades, y gradualmente formamos un personal entrenado para supervisar el trabajo. Hace 15 años (1928) nos cambiamos a la actual sede, y los pisos 31 y 32 constituyen la Sede de la Escuela Arcana, de la Fundación Lucis, del trabajo de Buena Voluntad y de la Lucis Publishing Company. Comenzamos con un pequeño grupo de estudiantes; ahora tenemos grandes proyectos espirituales relacionados con el servicio para la humanidad, todos sin fines de lucro, que abarcan al mundo entero, y realizables todos por los estudiantes de la Escuela Arcana.



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