[e131][i175]Este
capítulo indica una destacada línea de demarcación entre el mundo
donde actué y el mundo en que actúo ahora, 1947. Aparece un ciclo
totalmente nuevo. Hasta este momento había sido simplemente Alice
Bailey, dama de la sociedad, madre y trabajadora eclesiástica. Ocupaba
el tiempo como quería y nadie sabía nada de mí; había podido arreglar
los días a mi gusto, excepto en lo concerniente a las niñas; nadie
me solicitaba entrevistas; no tenía que corregir pruebas de imprenta
ni pronunciar conferencias, y por sobre todo, no me llegaba la interminable
correspondencia ni tenía que escribir infinidad de cartas. Algunas
veces me pregunto si el público tendrá la menor idea del cúmulo de
cartas que dicto y recibo. No exagero cuando digo que algunos años
he dictado más de 10.000 cartas y una vez que tomé el tiempo que tardaba
en atender la correspondencia diaria, constaté que me llevó cuarenta
y ocho minutos sólo el abrir los sobres sin extraer las cartas. Considerando
todo esto, a lo cual debe agregarse los miles de circulares firmadas
y las cartas escritas a asociaciones nacionales (las cuales no he
firmado personalmente), podrá comprenderse por qué un día le dije
a mi esposo que en mi lápida debieran poner este epitafio: "Murió
ahogada en papeles". Actualmente el término medio es de 6.000
cartas por año, porque he delegado la respuesta de mucha correspondencia
a personas que pueden dedicar más tiempo, pensamiento y consideración,
para responderla. A veces las firmo, otras no; aquí quiero expresar
mi profundo agradecimiento, especialmente al señor Víctor Fox y a
una o dos [i176]personas
más, que en mi nombre han escrito cartas muy buenas y he recibido
yo la respectiva gratitud y no ellos. A esto lo llamo servicio desinteresado
-escribir una carta firmada por otro, el cual recibe el agradecimiento.
Toda esta etapa de mi vida, 1921 a 1931, es relativamente cansadora.
Me resulta difícil darle un tono más iluminador o conferirle algo
que sirva para aliviar la monotonía de esos años. Ni Foster Bailey
ni yo habíamos proyectado llevar una vida así, y con frecuencia hemos
dicho que, de haber sabido lo que el futuro nos deparaba, jamás hubiéramos
iniciado lo que emprendimos. Es un ejemplo sobresaliente de la veracidad
del proverbio, "la ignorancia es una bendición".
Después de la bochornosa convención anual de la Sociedad Teosófica
de Chicago, Foster y yo regresamos a Crotona, [e132]completamente
desilusionados y profundamente convencidos de que la Sociedad se regía
estrictamente por directivas personales, poniendo el énfasis sobre
la posición, devoción, simpatías y antipatías personales y por la
imposición de las decisiones de la personalidad sobre el conjunto
de seguidores. Simplemente no sabíamos qué hacer o sobre qué línea
trabajar. El señor Wárrington, como dije, ya no era presidente de
la Sociedad, habiéndolo sustituido el señor L. W. Rogers. Mi esposo
seguía siendo secretario nacional, yo era todavía editora de la revista
y presidenta de la comisión directiva de Crotona.
Nunca olvidaré la mañana en que el señor Rogers asumió el cargo de
la oficina y fuimos a expresarle nuestro deseo de continuar sirviendo
a la Sociedad Teosófica, nos miró y preguntó: "¿Creen ustedes
que podrían serme de utilidad?" Nos encontramos así sin trabajo,
dinero, ni futuro, con tres criaturas y sin saber
[i177]qué
podíamos hacer. Se inició un movimiento para echarnos de Crotona,
pero Foster cablegrafió a la señora Besant y de inmediato sofocó la
intentona. Fue algo demasiado crudo.
El momento era muy difícil. Aún no nos habíamos casado, y Foster vivía
en una carpa en los terrenos de Crotona. Como dama inglesa, y muy
circunspecta, siempre vivía conmigo una mujer en calidad de acompañante,
en prevención a las malas lenguas. Una de las cosas que he intentado
hacer y creo que tuve éxito, fue proteger el ocultismo de la difamación.
He procurado hacer del ocultismo una vocación respetable, logrando
un éxito sorprendente. Por eso mientras las niñas eran pequeñas y
esperaba el momento de volverme a casar, vivía conmigo alguna amiga
de cierta edad. Después de mi segundo matrimonio mi esposo y mis hijas
fueron mi mejor protección. Además diré que nunca me interesó hombre
alguno que no fuera mi esposo, Foster Bailey. Por otra parte pienso
que ninguna mujer verdaderamente decente y que se respete a sí misma,
podría vivir en tal forma que mientras sus propios hijos crecen, hallen
en su conducta motivos de crítica. Esto ha sido benéfico para el actual
movimiento ocultista, pues hoy la palabra ocultismo tiene un significado
respetable, e innumerables personas dignas están dispuestas a ser
reconocidas por el resto del mundo como estudiantes de ocultismo.
Tengo la sensación que ello constituye una de las cosas que me ha
asignado el destino y no creo que el campo del ocultismo caiga nuevamente
en el descrédito como ha sucedido desde 1850 hasta ahora.
Aún se escriben libros difamando a las señoras Blavatsky y Besant,
y uno se pregunta qué finalidad persiguen sus autores. Hasta donde
he podido cerciorarme, la moderna generación de [e133]estudiantes
investigadores, carece del menor interés en pro o en contra de sus
caracteres. No tiene importancia la aprobación o desaprobación de
la conducta de ambas. Lo que interesa son sus [i178]enseñanzas
y la verdad. Esto es saludable y correcto. Me gustaría que esos escritores
modernos que se pasan meses en revolver inmundicias, tratando de probar
que alguien fue ruin, se dieran cuenta de la estupidez de sus actividades.
No afectan la verdad ni impiden lealtad a quienes la conocen; tampoco
alteran la tendencia hacia el conocimiento ocultista ni perjudican
a nadie, sino a ellos mismos.
La vida en este mundo de posguerra es demasiado importante para que
cualquier hombre o mujer se ocupe de difamar y rebajar a personas
que han muerto hace décadas. Hay mucho trabajo que realizar en el
mundo y una verdad que debe ser reconocida y proclamada, pero no hay
lugar para quienes difaman y calumnian por dinero a ciertas personalidades
a fin de satisfacer a los enemigos de una enseñanza. Ésta es una de
las razones por las que escribo esta autobiografía. Aquí están los
hechos.
Durante esos primeros días, nadie hubiera creído que llegaría el momento
en que la enseñanza dada y el trabajo, al que Foster y yo nos dedicábamos,
asumiría grandes proporciones, pues sus diversas ramas son hoy reconocidas
internacionalmente y ha ayudado a muchos miles de personas. Estábamos
solos, con unos pocos seguidores desconocidos, para hacer frente a
uno de los más poderosos grupos del mundo, de los denominados esotéricos.
Carecíamos de dinero y no teníamos porvenir. Nuestras finanzas, el
día en que nos sentamos a considerar la situación y preparar planes
para el futuro, eran exactamente un dólar y ochenta y cinco centavos;
fin de mes; se debía el alquiler, la cuenta del mes anterior del almacenero,
del gas, de la luz y de la leche. Como no estábamos casados, ninguna
de esas responsabilidades correspondía a Foster, pero en esos días
él compartía todas las cosas conmigo. No percibíamos sueldo [i179]de
la Sociedad Teosófica, ni siquiera mi pequeña renta. Aparentemente
nada podía hacer.
Personalmente, en lo que a mí respecta, y aunque se me reconoce en
el mundo como instructora de meditación, nunca he perdido mi hábito
de orar. Creo que los verdaderos ocultistas emplean la plegaria y
la meditación alternativamente, de acuerdo a las necesidades, y ambas
son igualmente importantes en la vida espiritual. Lo que ocurre con
la oración es que generalmente el ser humano hace de ella una cosa
totalmente egoísta y un medio para adquirir algo para el yo separado.
La verdadera oración no pide nada para el yo personal, sino que es
utilizada por quienes tratan de ayudar a otros. Algunas personas se
creen demasiado elevadas [e134]para
orar y consideran la meditación como algo muy superior y más adecuado
a su alto grado de desarrollo. Para mí fue suficiente saber que Cristo
no sólo oró, sino que nos enseñó el Padrenuestro. Considero también
la meditación como el proceso mental por el cual podemos adquirir
un claro conocimiento de la divinidad y tener una percepción del reino
de las almas o reino de Dios. Es una modalidad del cerebro y de la
mente y de gran necesidad para las personas irreflexivas del mundo.
La oración es de naturaleza emocional y corresponde al corazón, empleándose
universalmente para satisfacer el deseo. Ambas deben ser empleadas
por los discípulos aspirantes del mundo. Más adelante me ocuparé de
la Invocación, síntesis de ambas. De todos modos, en ese momento de
necesidad material, me dediqué a la oración como de costumbre y esa
noche oré. A la mañana siguiente, al ir a la galería, encontré el
dinero necesario, y al cabo de uno o dos días Foster Bailey recibió
una carta del señor Ernest Suffern, ofreciéndole un empleo en Nueva
York, relacionado con la Sociedad Teosófica de esa ciudad, con un
sueldo de trescientos dólares mensuales. Además nos ofreció la compra
de una casa en un barrio situado al otro lado del río Hudson. Foster
aceptó la oferta y partió para Nueva York, y [i180]me
quedé al cuidado de mis hijas hasta ver lo que acontecía.
En esa época vivía conmigo Augusta Craig, comúnmente llamada "Craigie"
por quienes la conocían y apreciaban. Esporádicamente vivió largos
años con nosotros, y mis hijas y yo la queríamos mucho. Era una persona
excepcional, rebosante de ingenio y mentalidad. Nunca encaraba un
problema desde un solo ángulo o del punto de vista general. Quizá
se debió a que había contraído matrimonio cuatro veces y tenía una
vasta experiencia de los hombres y sus asuntos. Era una de las pocas
personas a quien podía recurrir para pedirle un consejo, pues nos
entendíamos perfectamente. Poseía una lengua cáustica, pero al propio
tiempo tal encanto, que tanto el cartero, como el lechero y el repartidor
de hielo, si eran solteros, trataban de conquistarla. No quería saber
nada con ellos. Llegó a la conclusión que era muy interesante vivir
conmigo, y no me abandonó hasta pocos años antes de su muerte, principalmente,
según me dijo, porque no le gustaban los ancianos, pero luego se retiró
a vivir a un asilo de ancianos en California. Sin embargo, como tenía
más de setenta años cuando me dejó, creyó que sus compañeras podrían
aprovechar sus experiencias. No creo que le agradara estar con otras
ancianas, pero pensó que las beneficiaria grandemente, y puedo garantizar
que así fue. Ella me hizo mucho bien.
Hacia fines de 1920, Foster me escribió para reunirme con él en Nueva
York; partí dejando a las niñas al cuidado de Craigie, [e135]pues
sabía que las quería y estaban seguras y cuidadas. Viajé hasta Nueva
York donde Foster me esperaba, llevándome a un departamento en Yonkers,
cerca de su vivienda. Poco tiempo después fuimos una mañana al Registro
Civil para pedir la licencia de matrimonio, solicitando al encargado
que nos recomendara un clérigo para la ceremonia matrimonial, e [i181]inmediatamente
nos casamos. Regresamos enseguida a la oficina para revisar el trabajo
de la tarde, y desde ese momento lo hemos continuado durante 26 años.
La etapa siguiente fue amueblar la casa que el señor Suffern había
comprado para nosotros en Ridgefield Park, Nueva Jersey. Luego Foster
salió en busca de las niñas. Me quedé para preparar las cortinas y
proveer las necesidades de la casa, muchas de las cuales nos habían
sido proporcionadas por el señor Suffern, esperando ansiosamente el
regreso de mi esposo con las tres niñas. Craigie no vino con ellas,
lo hizo después.
Nunca olvidaré su llegada a la gran Estación terminal. Jamás vi a
un hombre más cansado y agotado que Foster Bailey. Los cuatro aparecieron
en el andén; Foster con Ellie en brazos y Dorothy y Mildred colgadas
de su chaqueta. Grande fue nuestra alegría al poder acomodarnos en
el nuevo hogar. Era la primera vez que las chicas visitaban esa parte
del país. Nunca habían visto nieve y pocas veces usado zapatos, lo
cual para ellas constituyó una experiencia de civilización completamente
nueva. Cómo se las arregló con las niñas lo ignoro; creo que es el
momento de decir que resultó un padrastro maravilloso para ellas.
Mientras fueron pequeñas nunca les hizo vislumbrar que no era su propio
padre, por eso su deuda para con él es muy grande. Creo que le aman
y bien que lo merece.
Este nuevo ciclo de vida significó reajustarnos a numerosos cambios.
Por primera vez, además de la intensa presión que significaba la realización
del trabajo para los Maestros y otras personas, tuve también que combinar
los cuidados de la familia, el mantenimiento de la casa, la educación
de las niñas y lo más difícil para mí: la creciente publicidad. He
detestado la publicidad. Nunca me gustó la curiosidad del [i182]público
ni la creencia tan arraigada que cuando se es escritor o conferenciante,
necesariamente no debe tener vida privada. Creen que todo lo que uno
hace es asunto de ellos y que se ha de decir lo que ellos quieren
y conducirse también como ellos desean.
Nunca olvidaré el día cuando dije en Nueva York, a un auditorio de
más o menos 800 personas, que todos ellos podían alcanzar cierto grado
de realización espiritual si les interesaba, pero demandaría sacrificio
de su parte, como había ocurrido en mi [e136]propia
vida. Les expliqué que había aprendido a planchar la ropa de las niñas
etc., mientras leía un libro sobre temas espirituales o de ocultismo,
sin quemar las prendas; que podían controlar su pensamiento y aprender
a concentrarse mentalmente y a orientarse espiritualmente pelando
papas o limpiando guisantes, porque lo mismo había hecho yo, que no
creía en la necesidad de sacrificar a la familia y su bienestar, por
nuestras urgencias espirituales. Al finalizar la conferencia una mujer
se puso de pie y públicamente me amonestó por haberme referido a asuntos
triviales delante de tanta gente. Le repliqué: "No creo que la
comodidad de la propia familia sea un asunto tan trivial; tengo siempre
presente el trabajo realizado por cierta mujer, maestra y conferencista
muy renombrada, cuyos seis hijos jamás la veían, quedando la responsabilidad
de su cuidado en manos de quien quisiera tomarse ese trabajo".
Personalmente no siento el menor aprecio por quien llega a una realización
espiritual a expensas de su familia o amigos. Esto sucede muy a menudo
en los distintos grupos ocultistas. Cuando se me acerca la gente para
contarme que sus familiares no simpatizan con sus aspiraciones espirituales,
les hago las siguientes preguntas: "¿Deja sus libros de ocultismo
por todas partes, donde molestan a los demás? [i183]¿Exige
silencio absoluto en la casa mientras hace su meditación matutina?
¿Deja que la familia se prepare la cena mientras asiste a una reunión?".
Es aquí donde los estudiantes esotéricos se convierten en tontos y
desacreditan al ocultismo. La vida espiritual no debe vivirse a expensas
de los demás, y si la gente debe sufrir las consecuencias de nuestro
intento de ganar el cielo, no es correcto.
Si hay alguien en el mundo que me enferma, cansa y hastía, es el tipo
de ocultista técnico y académico. Otro tipo que me fastidia es el
del tonto que cree estar en contacto con los Maestros y habla misteriosamente
de las comunicaciones que ha recibido de Ellos. Cuando me refiero
a tales comunicaciones acostumbro a decir: "Creo que esto es
lo que el Maestro dice", "Creo que esta es la enseñanza,
pero empleen ustedes su propia intuición, pues quizá no sea así".
Tal vez alguien me considere escurridiza como una anguila, pero doy
plena libertad a la gente.
Este contacto con el público comenzó lentamente en 1921, lo que originó
un período muy difícil de mi vida. Siempre he presentido que, astrológicamente,
debía tener a Cáncer en el ascendente, porque me gusta ocultarme y
hacerme invisible, y el versículo de la Biblia que me ha parecido
de gran importancia, es el que se refiere a "la sombra de una
gran roca en la tierra sedienta".
[e137]Muchos
astrólogos de renombre se han divertido tratando de confeccionar mi
horóscopo. La mayoría han establecido a Leo en el ascendente, porque
me consideran muy individualista. Sólo uno de ellos estableció a Cáncer
en el ascendente; poseía visión interna y simpatizaba con mi sentir
acerca de la publicidad, creo que eso lo inclinó a establecerlo como
mi signo ascendente, aunque sin embargo creo que es Piscis. Mi esposo
y una de mis hijas son de Piscis; Piscis es el símbolo del médium
o "mediador". No soy [i184]médium,
pero sí una especie de "mediador" entre la Jerarquía y el
público. Quisiera que observen que digo público y no grupos ocultistas.
Sé y creo que el público común está más preparado para recibir un
conocimiento sensato de los Maestros y una normal y sensible interpretación
de la verdad oculta, que los miembros del grupo ocultista corriente.
Mis hijas habían llegado a la edad en que el cuidado físico normal
que absorbe la atención de toda madre, se convertía en exigencias
emocionales. Este ciclo, que dura hasta alcanzar la pubertad, es extremadamente
difícil, tanto para los hijos como para las madres. No tengo la plena
seguridad como madre, de haber reaccionado bien o actuado prudentemente,
y quizá se deba simplemente a mi buena estrella que hoy mis hijas
me quieran. Tuvieron una educación más normal que la mía, puesto que
estuve en manos de extraños, gobernantas y maestros, y quizá por eso
me fue difícil comprenderlas. Tenía una idea muy exaltada sobre lo
que debían ser las relaciones entre madre e hijos. En cambio las mías
no tienen la misma idea. Alguien debía cuidarlas, y también al mismo
tiempo oponerse a sus deseos. Aprendí muchísimo en este corto período
de años y ese conocimiento me resultó valioso cuando me vi en situación
de ayudar a otras madres a solucionar sus problemas. Echando una mirada
retrospectiva, honestamente no creo que mis hijas tuvieron muchas
causas para estar en desacuerdo conmigo, pues sinceramente traté de
comprenderlas y simpatizar con ellas; pero desde un punto de vista
general me fastidia el comportamiento de los padres en este país y
en Gran Bretaña.
En los Estados Unidos somos demasiado blandos y condescendientes con
nuestros hijos, de manera que tienen muy poco sentido de responsabilidad
y autodisciplina, en cambio en Gran Bretaña la disciplina, [i185]las
exigencias paternas, la supervisión y el control son suficientemente
fuertes como para que se rebele cualquier criatura. En ambos países
el resultado es el mismo: rebeldía. La joven generación británica
me parece, por lo que he podido colegir, que se halla en un estado
de total anonadamiento acerca de lo que quiere hacer y debe sustentar
la joven generación en [e138]este
mundo, mientras que la escandalosa conducta de los soldados del ejército
norteamericano, cuando actuaron en Europa y en otras partes, ha
dañado seriamente el prestigio de los Estados Unidos en el mundo entero.
No culpo a los muchachos norteamericanos sino a las madres y padres,
a los docentes y a los oficiales del ejército, por no haberles proporcionado
un sentido de orientación, de responsabilidad y verdaderas normas
de vida. En verdad no podemos culpar totalmente a nuestros jóvenes
de haberse descarriado durante la guerra y cuando fueron a ultramar.
Cuando fui a Europa y a Gran Bretaña en el verano de 1946, obtuve
información directa de los nativos de distintos países respecto a
su conducta, a las decenas de miles de hijos ilegítimos que dejaron
atrás, carentes de todo cuidado y sin ser reconocidos, así como también
de las cientos de jóvenes con quienes se casaron para abandonarlas
después. Una de las cosas más interesantes que descubrí, fue saber
la gran estima que les merecía las tropas de negros, debido a su cortesía
y delicadeza con las mujeres, pues nunca se aprovechaban de una muchacha,
a no ser que ella estuviera dispuesta. Esta crítica a los jóvenes
norteamericanos puede extenderse a las tropas británicas más disciplinadas.
Repetidas veces en Inglaterra les he dicho a personas que criticaban
a las tropas norteamericanas, "está muy bien, y estoy dispuesta
a creer todo lo que digan de ellos, pero qué me dicen de las indecentes
jóvenes inglesas, francesas y holandesas, pues se necesitan dos para
ese juego". Si bien los muchachos norteamericanos tenían demasiado
dinero y aunque los oficiales les daban [i186]libertad
de acción cuando estaban en servicio activo, las mujeres de otras
nacionalidades son también culpables. Es comprensible que estas muchachas
famélicas y desnutridas prefirieran irse con soldados norteamericanos
cuando ello significaba tener pollo y pan para sus familias. No digo
esto para disculparlos, pero debo exponerlo porque es la realidad
de los hechos.
Todo el problema sexual y la relación entre los sexos quizá sea uno
de los problemas mundiales que tendrán que ser resueltos en el siglo
venidero. Cómo será resuelto no me corresponde decirlo. Supongo que
mayormente es una cuestión de educación correctiva y de inculcar a
la juventud, en los últimos años de su adolescencia, el concepto de
que la muerte es el precio del pecado. Uno de los hombres más limpios
que conocí y que nunca se descarrió, según se dice en sentido puritano,
me dijo que la única razón de su pureza radicaba en el hecho de que
a los diecinueve años su padre lo había llevado a un museo de medicina
y le mostró algunos resultados de la mala conducta. No creo en el
empleo del temor para corregir la conducta y las debilidades, pero
[e139]probablemente
la evidencia objetiva de la pecaminosidad material tiene su valor.
Tampoco tengo la intención de ocuparme de este tema con mayores detalles,
pero tiene que ver con el problema que enfrenté cuando nos instalamos
en la casa de Ridgefield Park. Debía enviar a mis hijas a las escuelas
públicas de Nueva Jersey. Estaba habituada a la idea de la educación
mixta, pero para un grupo de escolares menores de diez años exclusivamente.
Por mi parte, yo no era producto del sistema educativo mixto, ni me
agradaba mucho para niñas que iban llegando a la adolescencia, pero
no tenía otra alternativa y tuve que afrontar la situación.
Contando con un hogar apropiado y con la influencia paternal adecuada,
hoy no conozco mejor sistema que el de la educación mixta. El asombro
de mis hijas casi fue cómico cuando [i187]llegaron
por primera vez a Inglaterra y se dieron cuenta cómo las chicas inglesas
consideraban a los jóvenes. Comprobaron que las inglesitas sobreestimaban
a los muchachos, que estaban impregnadas de misterio referente al
sexo y no sabían cómo tratar a los varones; en cambio la joven norteamericana,
educada en la misma clase a la par de los varones, comiendo, yendo,
viniendo y jugando juntos, tenía una actitud más sensata y sana. Espero
que no pasará mucho para ver implantado, en todos los países del mundo,
el sistema de educación mixta. Pero detrás de estos sistemas debe
estar el hogar para complementar y neutralizar aquello de que carece
el sistema escolar. Es esencial enseñar a los jóvenes de ambos sexos,
mutuas y correctas relaciones y mutuas responsabilidades, y darles
mucha libertad, basada en la confianza, dentro de ciertos límites
recíprocamente elegidos.
Mis tres niñas comenzaron a concurrir a la escuela pública. No puedo
decir que se hayan destacado. Todos los años pasaban de grado, pero
no recuerdo que fueran las primeras de la clase o estuvieran en el
cuadro de honor. No lo considero un deshonor para ellas. Las tres
poseían una fina mentalidad y probaron ser ciudadanas altamente inteligentes,
pero no les interesaba particularmente la escuela. Recuerdo que Dorothy
me trajo un editorial del New York Times, cuando era alumna de la
escuela secundaria. El editorial se refería a los modernos sistemas
educativos, señalando su utilidad para las masas. No obstante, dicen
que dichos sistemas educativos no eran adecuados para criaturas muy
inteligentes, creadoras o bien dotadas. "Eso", dijo mi hija,
"somos nosotras, y por esta causa no hacemos mayores méritos
en la escuela". Probablemente tenía razón; me cuidé bien de decírselo.
Lo malo de la educación mixta estriba en las clases demasiado numerosas
y en que todos no pueden recibir la debida atención. [e140]Recuerdo
que un día le pregunté a Mildred por qué no había hecho sus deberes
y me contestó: "Mamá, calculo [i188]que
por haber sesenta niños en mi clase, el maestro tomará tres semanas
para llegar a mi, y por el momento no es necesario hacer nada".
De todos modos hicieron sus cursos, graduándose normalmente, y ello
fue suficiente. Sin embargo, eran grandes lectoras. Constantemente
se encontraban con personas inteligentes y escuchaban conversaciones
de interés; estaban en contacto, por intermedio de Foster y mío, con
gente de todas partes del mundo, siendo su educación realmente muy
amplia.
Durante todo este tiempo, Foster actuaba como secretario en la Asociación
Teosófica de Nueva York, una organización independiente, no oficial;
yo cocinaba, cosía, hacía todo el trabajo de la casa y escribía libros.
Todos los lunes por la mañana Foster y yo nos levantábamos a las cinco
y hacíamos el lavado semanal, incluso el de las sábanas, porque era
poco el dinero que entraba. Más o menos en el último año de mi vida
pude liberarme de algunos quehaceres domésticos.
En esa época, Foster organizó el "Comité de los 1.400" -creado
con el objeto de llevar a la Sociedad Teosófica a sus principios originales.
Este comité era una réplica diminuta de la gran separación que había
alcanzado su punto álgido en la guerra mundial de 1939; constituía
esencialmente una lucha entre las fuerzas reaccionarias y conservadoras
de la Sociedad y las nuevas fuerzas liberales que bregaban para lograr
la restauración de los principios originales de la Sociedad. Fue una
lucha entre un grupo seleccionado, aislacionista, superior, que se
consideraba más sabio y espiritual que el resto de los miembros, contra
los que amaban a sus semejantes y creían en el progreso y en la universalidad
de la verdad. Era una reyerta entre una facción excluyente y un grupo
incluyente. No fue un enfrentamiento de doctrinas sino de principios,
y Foster dedicó mucho tiempo a organizar la lucha.
[i189]B. P.
Wadia volvió de la India, y al principio teníamos la esperanza de
que daría mayor fuerza a nuestro empeño. Sin embargo, descubrimos
que su intención era asumir, con la ayuda de Foster y del "Comité
de los 1.400", la presidencia de la Sociedad en este país. Pero
Foster no había organizado las cosas para poner en el poder a un hombre
que representara al comité. Éste se había organizado para presentar
a los miembros de la Sociedad Teosófica los problemas actuales involucrados
y los principios en juego. Cuando Wadia descubrió esto, amenazó con
apoyar e interesarse por la "United Lodge of Theosophists",
una organización rival y muy sectaria, que representaba la actitud
fundamentalista de la Sociedad Teosófica, conjuntamente con uno o
dos grupos teosóficos [e141]que
representaban el punto de vista de los teólogos ortodoxos, quienes
sostenían que la última palabra la había dicho H. P. B., que nada
más debía agregarse, y si no se aceptaba la interpretación que ese
grupo daba a lo que H. P. B. expresó y significó, no se podía ser
buen teósofo. Esto explica por qué estos grupos fundamentalistas son
tan reducidos.
El Comité de los 1.400 continuó su labor. Al efectuar la siguiente
elección eligieron a los miembros (o más bien la sección esotérica
ordenó la elección) y en consecuencia la labor del comité llegó a
su término. Wadia apoyó, como dijo que lo haría, a la "United
Lodge of Theosophists", y regresó oportunamente a la India, donde
fundó una de las mejores revistas sobre ocultismo que existen actualmente.
Se llama "The Aryan Path", y es muy buena. El término "aryan"
(ario) no tiene nada que ver con la aplicación que Hitler le dio.
Se refiere al sistema ario de valoración espiritual y al modo como
la gente de la quinta raza raíz se acerca a la realidad.
Mientras tanto, comencé a dictar un curso sobre la Doctrina Secreta;
había alquilado una habitación en la avenida Madison, donde además
de [i190]dictar
clases podía citar a las personas para una entrevista. Este curso
comenzó en 1921 y era muy concurrido. Asistían regularmente personas
de diversas ramas teosóficas y grupos de ocultismo. Un día vino Richard
Prater, antiguo asociado de W. Q. Judge y discípulo de H. P. Blavastky,
y la semana siguiente trajo a todos los que integraban su curso sobre
la Doctrina Secreta.
Menciono esto para bien de la "United Lodge of Theosophists"
y para quienes sostienen que el verdadero linaje teosófico proviene
de H. P. B. por intermedio de W. Q. Judge. Todo lo que sé de teosofía
me fue enseñado por amigos personales y discípulos de H. P. B., y
esto lo reconoció Prater. Más adelante me dio las instrucciones de
la sección esotérica, que recibiera de H. P. B. Son idénticas a las
que había visto yo allí, pero esta vez sin compromiso de ninguna clase,
y se me dejó en libertad para emplearlas en cualquier momento, y así
lo hice. Cuando Prater falleció, hace años, su biblioteca llegó a
nuestras manos con las antiguas ediciones de la revista "Lucifer"
y de la Revista Teosófica, más otros escritos esotéricos que había
recibido de H. P. B.
En uno de los papeles recibidos, H. P. B. expresaba su deseo que la
sección esotérica se llamara Escuela Arcana. Esto nunca se había hecho,
entonces decidí cumplir con el deseo de la venerable dama y dar a
la escuela este nombre. Considero que fue un gran privilegio y felicidad
haber conocido a Prater.
[e142] Otra antigua
discípula de Madame Blavatsky y del Coronel Olcott, la señorita Sarah
Yacobs, me proporcionó las placas fotográficas de los retratos de
los Maestros que recibió del coronel Olcott; por eso guardo un recuerdo
feliz de que los discípulos y amigos personales de H. P. Blavatsky
aprobaban lo que yo estaba dispuesta a realizar. Tuve su apoyo y ayuda,
hasta que pasaron al más allá. [i191]Cuando
los conocí ya eran ancianos. La actitud de los actuales dirigentes
y miembros teosóficos siempre me ha divertido. Jamás aprobaron mi
enseñanza, sin embargo venía directamente de discípulos entrenados
personalmente por ella, siendo por lo tanto más exacta que la impartida
por quienes no conocieron a H. P. B. Menciono esto para bien del trabajo
y quiero que se reconozca su fuente de origen.
Del curso sobre la Doctrina Secreta, que dictaba en la Avenida Madison,
surgieron en todo el país grupos de estudiantes que recibían esas
lecciones. Las clases se ampliaron y prosperaron, hasta que despertaron
definidamente el antagonismo teosófico, y el Dr. Jacob Bonggren me
advirtió que mis clases eran atacadas. Bonggren era un antiguo discípulo
de H. P. B.; sus escritos fueron publicados en los primeros números
de la revista y me enorgullece el hecho de haber recibido su apoyo
en esos días.
En 1921 formamos un pequeño grupo de meditación con cinco hombres,
mi esposo y yo, reuniéndonos generalmente los martes por la tarde,
después del trabajo, para conversar acerca de las cosas de interés,
considerar el Plan de los Maestros de Sabiduría y meditar sobre la
parte que nos correspondía desempeñar en él. Este grupo se reunió
constantemente en el verano de 1922 a 1923. Entre tanto yo continuaba
escribiendo para El Tibetano, y ya se habían editado los libros: "Iniciación
Humana y Solar", "Cartas sobre Meditación Ocultista"
y "La Conciencia del Átomo".
La gente se inclina a creer que si alguien escribe un libro sobre
un tema técnico, como la meditación, debe saber todo lo que a ello
se refiere. Empecé a recibir cartas de todas partes del mundo, de
gente que me pedía enseñarles a meditar o ponerlos en contacto con
los Maestros de Sabiduría. Esta última petición siempre me ha causado
gracia. No soy de esas instructoras ocultistas que pretenden saber
con exactitud lo que el Maestro [i192]quiere
que se realice, o que tiene el poder de presentar a los Maestros ante
curiosos y tontos. Así no se establece contacto con los Maestros.
No son objeto de atracción para curiosos, crédulos e ignorantes. Sólo
el servidor altruista de la raza y el que interpreta inteligentemente
la verdad, puede hacer contacto con Ellos.
He difundido la enseñanza tal como la he recibido de El Tibetano,
pero la responsabilidad es Suya. Como Maestro de [e143]Sabiduría
sabe lo que yo no sé, y tiene acceso a los archivos y verdades que
están sellados para mí. Creer que sé todo lo que se dice en Sus libros,
es falso. Como discípulo en entrenamiento puedo saber más que el lector
común, pero no tengo el vasto conocimiento que posee El Tibetano;
siento regocijo, con frecuencia, cuando algún teósofo antagonista
me describe (podría dar nombres, pero no lo haré) como esa "señora
peculiar que tiene su oído pegado al ojo de la cerradura de Shamballa".
Pasará mucho tiempo antes de adquirir el derecho de "entrar en
el lugar donde la Voluntad de Dios es conocida" y, cuando lo
haga, no necesitaré el ojo de la cerradura.
En el verano de 1922 fui con mi familia, por tres semanas, a Amagansett,
en Long Island, y me dediqué a escribir una carta semanal al grupo
de estudiantes, para ser leída y estudiada durante nuestra ausencia.
En muchos casos estas cartas resultaron oportunas para quienes inquirían
sobre meditación, el camino hacia Dios y el plan espiritual para la
humanidad, de modo que les enviaba copias a medida que las escribía.
Cuando regresamos a Nueva York, en septiembre, tuvimos que considerar
la forma de manejar la correspondencia acumulada (como consecuencia
del incremento de la venta de libros), de satisfacer la demanda de
clases sobre la Doctrina Secreta y encarar los pedidos de ayuda espiritual.
[i193]Por
eso en abril de 1923 organizamos la Escuela Arcana.
Fuimos apoyados por los cuatro o cinco hombres que se reunían con
mi esposo y yo, los martes por la tarde. Dos de ellos, desde hace
veinticuatro años, trabajan con nosotros, y los otros dos han pasado
al más allá. Al principio no teníamos la menor idea de cómo organizar
este trabajo. Ninguno, excepto uno, había pertenecido a una escuela
por correspondencia, ni sabíamos cómo manejar las cosas. Sólo teníamos
buena intención y un ardiente deseo de ayudar, y tres libros sobre
temas ocultistas. Desde esa época han pasado por la escuela más de
30.000 personas; las que ingresaron hace 10, 12 ó 18 años todavía
están con nosotros, y la obra de la Escuela Arcana se conoce y aprecia
en casi todos los países del mundo, exceptuando Rusia y cuatro países
más.
De haber tenido el menor atisbo de la extensa y absorbente tarea que
nos esperaba, dudo que hubiéramos tenido el valor de emprenderla.
De haber sabido los dolores de cabeza y desasosiegos que me traería
y las responsabilidades que debe asumir una escuela esotérica, sé
que no hubiera intentado emprender este trabajo, pero los tontos se
precipitan donde los mismos ángeles temen caminar, y me precipité.
Sin embargo, no podría haber hecho nada sin el apoyo y sabiduría de
mi esposo. Tiemblo sólo de pensar en los errores que [e144]hubiera
cometido, los juicios equivocados en que pude haber incurrido y las
consecuencias legales que todo eso me pudo traer y en lo cual me habría
visto envuelta. Su clara mentalidad jurídica, su impersonalidad y
calma para permanecer inalterable, cuando yo creía que podía excitarse,
me han salvado constantemente de mis errores.
No resulta fácil dirigir una escuela esotérica, ni tampoco [i194]asumir
la responsabilidad de enseñar a las personas la verdadera meditación.
Es difícil hollar el estrecho sendero del filo de la navaja, que pasa
entre el psiquismo superior, o percepción espiritual, y el psiquismo
inferior, que muchas personas comparten con gatos y perros. No es
fácil discriminar entre una corazonada psíquica y una percepción intuitiva;
tampoco es fácil hacerse cargo espiritualmente de la vida de las personas
y darles lo que necesitan cuando voluntariamente se ponen en nuestras
manos para recibir entrenamiento. Nada de esto yo hubiera podido realizar
en la extensión lograda, si no fuera por la maravillosa ayuda de quienes
trabajaban en la Sede y los estudiantes secretarios. Comenzamos con
una habitación; ocupamos actualmente (1947) dos pisos en la calle
11, West 42nd. Street, con un considerable personal y Sedes en Inglaterra,
Holanda, Italia y Suiza. Además del personal de la Sede, tenemos un
grupo de ciento cuarenta secretarios, estudiantes avanzados que ayudan
en la instrucción de los demás estudiantes. Debido al desinterés y
voluntaria ayuda prestada constantemente durante estos años por los
secretarios, diseminados por todo el mundo, hemos podido continuar
la tarea.
Cuando se inició el trabajo, había determinado que todas las actividades
del grupo debían regirse por ciertos principios básicos. Ansío dejar
bien aclarado esto porque lo creo fundamental y debería regir en todas
las escuelas esotéricas. Después que yo haya desaparecido quiero estar
segura que estos principios determinarán las normas a seguir. La instrucción
básica impartida en la Escuela Arcana es la misma que se ha dado a
los discípulos a través de las edades. Por lo tanto, si la Escuela
Arcana tiene éxito, no tendrá un gran número de miembros en este siglo.
Los que están preparados para ser instruidos en las leyes espirituales
que rigen a los discípulos, son raros de encontrar, aunque debemos
esperar que el número se acreciente. La Escuela Arcana no es una entidad
para discípulos [i195]probacionistas.
Está destinada a ser una escuela de entrenamiento para quienes pueden
actuar, directa y conscientemente, bajo la dirección de los Maestros
de Sabiduría. Existen hoy en el mundo muchas escuelas para probacionistas
que realizan un trabajo noble, grande y necesario.
[e145]Durante
mucho tiempo me sentí muy desconcertada respecto a la razón por la
cual la Sociedad Teosófica y, en especial, los miembros de la sección
esotérica, eran tan amargamente antagónicos respecto al trabajo que
yo intentaba llevar a cabo. Sabía que no se debía a nuestras actividades
anteriores dentro de esa Sociedad, sino que se basaba en otra cosa,
y eso me desconcertaba. Siempre me había parecido, y me sigue pareciendo,
que hay en el mundo lugar para varios cientos de escuelas esotéricas
verdaderas y que todas podrían colaborar, complementándose unas a
otras.
Cavilé sobre esto durante mucho tiempo, hasta que, a principios de
1930, encontrándome en Paris, pregunté al señor Marcault, presidente
de la Sociedad Teosófica de Francia, a qué se debía este antagonismo.
Me miró con cierto asombro y contestó que, lógicamente, no le parecía
bien que en vez de hacer ingresar gente a la sección esotérica, me
la llevara a mi grupo. Lo miré igualmente asombrada y repliqué que
en la Escuela Arcana contábamos con cuatro tipos distintos de teósofos,
otros tantos de rosacruces y que ninguno de ellos había querido entrar
en la Sociedad Teosófica, de la cual él y yo éramos miembros. Le recordé
que en la sección esotérica nadie era admitido sin antes haber sido
miembro de la Sociedad durante dos años, y le pedí que explicara por
qué las personas preparadas para recibir entrenamiento esotérico debían
esperar dos años en un grupo exclusivamente exotérico. No supo qué
responder, y su desconcierto aumentó cuando señalé (ahora reconozco
que fue una mala táctica de mi parte) que era lamentable que la Escuela
Arcana y la sección esotérica no pudieran trabajar juntas. Puntualicé
que la sección esotérica era en el mundo la mejor escuela para probacionistas,
porque activaba los fuegos de la aspiración y nutría la devoción de
sus miembros, [i196]pero
en cambio, nuestra escuela daba entrenamiento para llegar a ser "discípulos
aceptados", es decir, para quienes estaban en las últimas etapas
del sendero de probación, y hacíamos hincapié en la impersonalidad
y en el desarrollo mental. Agregué que nuestra tarea era deliberadamente
selectiva, quedándose sólo aquellos que en realidad estudiaban fervorosamente
y manifestaban signos de verdadera cultura mental. Le dije que rechazábamos
cientos de personas de tipo emocional o devocional, y que si trabajábamos
juntos podían ser transferidas muchas personas a la sección esotérica.
No le complació ni le impresionó bien, y por cierto no pude culparlo.
No quise que mi manifestación invalidara ninguna de las dos, pues
para mí ambos grupos eran igualmente necesarios; cumplían un propósito
espiritual, y ya se tratara de un probacionista o un discípulo, seguían
siendo seres humanos espiritualmente orientados, que requerían entrenamiento
y disciplina.
[e146]El
sentido de posición y categoría ha sido la maldición de la Sociedad
Teosófica y de muchos grupos ocultistas. Como he dicho a menudo a
los secretarios, la antigüedad en la Escuela Arcana no es un signo
de desarrollo espiritual y en su grupo pueden tener un principiante
mucho más avanzado que ellos en el sendero del discipulado. Otra cosa
me deja perpleja, y es cuando la gente cree que una persona emotiva,
de fuertes sentimientos, sensible y perceptiva, tiene menos importancia
que una de tipo mental. Nadie puede existir sin corazón o sin cabeza,
y el verdadero estudiante ocultista es una combinación de ambas cosas.
Los dirigentes de la Sociedad Teosófica no permiten a los miembros
de la Escuela Arcana ingresar en la sección esotérica, sin haber renunciado
antes a nuestra escuela. Esto es un gran error y parte de la gran
herejía de la separatividad.
Nosotros no exigimos tal separación; decimos a los estudiantes que
si la escuela logra profundizar su vida espiritual, ampliar su horizonte
y acrecentar su percepción mental, les corresponde aplicarlo en la
iglesia, la sociedad, organización o grupo, hogar o comunidad, [i197]que
el destino les ha deparado. Por eso tenemos estudiantes activos que
son miembros de diversas logias teosóficas, y cada una se considera
única y verdadera; también hay estudiantes que pertenecen a cuatro
grupos distintos de rosacruces y miembros de las iglesias católica
y protestante, de la Christian Science y de la Unity y de todas las
organizaciones conocidas con una base espiritual o religiosa. Aceptamos
otros que no tienen creencia alguna, pero están dispuestos a aceptar
una hipótesis y probar su validez. Por eso la Escuela Arcana es apolítica
y no sectaria y profundamente internacional en sus ideas. Su nota
clave es el servicio. Sus miembros pueden pertenecer a cualquier secta
y partido político, y trabajar en ellos siempre que recuerden que
todos los caminos conducen a Dios y que el bienestar de la humanidad
debe regir todos sus pensamientos. Ante todo, en esta escuela se le
enseña al estudiante que las almas de los hombres son una.
Quisiera agregar además, que la creencia en la Jerarquía espiritual
de nuestro planeta aquí se enseña científicamente, no como doctrina
sino como un reino existente y demostrable en la naturaleza. Hemos
tenido demasiada enseñanza clerical acerca del reino de Dios y el
reino de las almas. Estos términos equivalen a la frase empleada anteriormente,
la Jerarquía espiritual del planeta.
En esta escuela se desarrolla la verdadera obediencia ocultista, que
no implica obediencia a mí, a otro dirigente de la escuela ni a algún
otro ser humano. No se exige ni se pide a los estudiantes juramento
alguno de adhesión u obligación personal hacia ningún [e147]individuo.
Sin embargo, se les enseña a obedecer rápidamente los dictados de
su propia alma. A medida que la voz del alma se intensifica y se hace
familiar, con el tiempo se transformarán en miembros del reino de
Dios y serán llevados ante el Cristo.
En 1923, establecimos así una escuela sin carácter doctrinario [i198]ni
sectario, basada en la Sabiduría Eterna, llegada hasta nosotros desde
la misma noche de los tiempos. Iniciamos una escuela que tiene un
propósito definido y un objetivo específico, una escuela incluyente
y no excluyente, que orienta a sus discípulos hacia una vida de servicio,
lo cual constituye el camino de acercamiento a la Jerarquía, en vez
de la egoísta auto-cultura espiritual. Estuvimos de acuerdo en que
el trabajo debía ser arduo, pesado y difícil, para poder eliminar
a los ignorantes. Una de las cosas más fáciles de fundar en el mundo
es una escuela ocultista donde el individuo se interesa en sí mismo,
siendo muy común, pero nada de eso queríamos.
Poco a poco aprendimos a organizar el trabajo, a instruir al personal,
a sistematizar los ficheros y a adoptar esos sistemas comerciales
que aseguran la rápida atención de nuestros estudiantes. Hemos mantenido
financieramente a la escuela, sobre una base de aportes voluntarios,
sin cobrar por el estudio. De esta manera no tenemos ninguna obligación
pecuniaria con los estudiantes y nos reservamos el derecho de rechazarlo
o eliminarlo en cualquier momento, si no aprovecha la enseñanza. No
tenemos ningún subsidio ni acaudalado donante para la obra. Se sostiene
con los pequeños aportes de los muchos, lo cual es más sólido y seguro.
Creo que es todo lo que tengo que decir acerca del comienzo de la
Escuela Arcana y su funcionamiento. Constituye el corazón de todo
lo que hacemos. Tenemos hoy varias secciones: británica, holandesa,
italiana, suiza y sudamericana. Además, el trabajo ha sido organizado
en Turquía y África occidental y hay miembros en muchos otros países.
Las lecciones de la Escuela Arcana se publican en muchos idiomas;
los estudiantes son atendidos por secretarios que hablan el mismo
idioma. Las actividades de servicio abarcan un campo amplio, pero
no me ocuparé aquí de ellas.
Los seis años siguientes, 1924 a 1930, fueron algo monótonos. Los
recuerdo claramente [i199]como
un ciclo en que día tras día, semana tras semana, mes tras mes, hacía
siempre lo mismo, mientras llevaba adelante la Escuela Arcana. Continuamente
escribía artículos y lecciones para la escuela; concedía entrevistas
y, en 1928, cada veinte minutos recibía a alguien. Nunca me dejé llevar
por [e148]el
engreimiento, creyéndome una gran persona. Esto se debía a que no
cobraba nada.
En esos años, en todas partes, pronunciaban conferencias psicólogos
de todo tipo. Psicoanalistas de cualquier especie concedían entrevistas
y cobraban elevados honorarios. Por mi parte, nunca cobré nada, dedicaba
el día entero en atender personas con algún problema que esperaba
solución. En Nueva York había entonces una mujer que cobraba 500 dólares
por una consulta de media hora, teniendo un sinnúmero de personas
que esperaban ser atendidas. Puedo asegurar que nunca dio tan buenos
consejos como los que yo daba gratuitamente.
En esa época descubrí definidamente uno de los misterios de la naturaleza
humana. Comprobé que la gente está dispuesta a revelar a un extraño
los asuntos más íntimos de su vida diaria, sus relaciones sexuales
con sus esposos o esposas. Creo que mi reacción en contra de esto
tenía su base en mi educación inglesa, porque en América se habla
a los desconocidos con más libertad que lo que acostumbra hacer la
otra parte de la raza anglosajona. Con toda sinceridad digo que nunca
me agradó. Que exista cierta reticencia es útil y correcto y siempre
me he dado cuenta que cuando una persona ha sido demasiado franca
y se ha abierto en una conversación íntima, generalmente termina detestándolo
a uno -un tipo de odio inmerecido e injustificado contra la persona
en quien se ha confiado. Nunca me han interesado las relaciones sexuales
de la gente, pero comprendo que son un factor muy importante para
la armonía individual.
[i200]La
cuestión del sexo está hoy muy difundida. Soy una inglesa conservadora
que siente horror por el divorcio y le desagradan las polémicas acerca
del sexo, pero, sin embargo, sabe muy bien que la moderna generación
no está totalmente equivocada. Sé que la actitud victoriana era malsana
y perniciosa. El secreto y misterio con que rodeaban el problema del
sexo, resultaba peligroso para los jóvenes inocentes, respecto a una
vida creadora natural. Los rumores, los secretos, las informaciones
a puertas cerradas, originan interrogantes entre los jóvenes, dando
por resultado un pensar aberrante, por eso resulta difícil perdonar
a los padres victorianos. Actualmente sufrimos la consiguiente reacción.
Es muy posible que la juventud sepa demasiado, pero personalmente
creo que esta condición es mucho más segura que la que yo conocí.
Cuál es la solución al problema sexual de las razas no lo sé; pero
sé que algunos países regidos por la ley inglesa y presumiblemente
por la ley holandesa y otras más, el mahometano puede tener varias
esposas. Los americanos, los ingleses o los de cualquier nación, siempre
han tenido innumerables relaciones [e149]sexuales.
De esta promiscuidad y de la búsqueda de una respuesta, se hallará
eventualmente la verdadera solución. Los franceses no lo han resuelto,
pues en la nación francesa se ha demostrado que "la mente es
el matador de lo real". Los franceses son tan realistas, que
olvidan a menudo lo bello, espiritual y subjetivo, y esto indica una
gran falla en su cerebro. El Senado se reúne sin reconocer a la Deidad;
las Logias Masónicas son proscritas por las Grandes Logias de otros
países, pues no reconocen al Gran Arquitecto del Universo, y sus relaciones
sexuales se basan en un concepto [i201]puramente
utilitario, que tendría una sólida base siempre que no existiera en
el mundo nada más que la vida material.
Hoy, 1947, el mundo sufre de demencia sexual. Gran Bretaña, Estados
Unidos y otros países están colmados de casos de divorcio; la
juventud se casa en el entendimiento de que si la unión no resulta
feliz, puede ser disuelta, y ¿quién puede decir que no es razonable?
Los hijos ilegítimos, como resultado de la psicosis de la guerra,
en todos los países son la regla y no la excepción. Dondequiera que
marchen los ejércitos, dejan como saldo cientos de miles de hijos
ilegítimos. La iglesia lanza su anatema contra los modernos puntos
de vista del matrimonio y la desilusión que ello trae, pero no ofrece
solución, y tanto la Iglesia Católica, como la Episcopal de los Estados
Unidos y Gran Bretaña, sostienen que obtenido el divorcio, un nuevo
casamiento constituye adulterio.
A este respecto recuerdo muy bien que, para asistir a la mañana temprano
a una pequeña iglesia en Tunbridge Wells, cerca de nuestra sede, y
recibir la comunión, pedí permiso al párroco, pues Inglaterra es un
país muy pequeño y mi familia muy conocida. El párroco respondió que
tenía que pedir permiso al obispo, éste lo negó, y el rector me dijo
que no podía recibir la comunión. Miré fijamente al rector unos minutos,
y le dije: "Pude haber venido de América como mujer ligera, que
bebe, juega a los naipes, y con media docena de amantes, permitiéndoseme
recibir la comunión por no estar divorciada. Veinte años atrás se
me otorgó el divorcio con total aprobación del obispo y del clero
de la diócesis, porque conocían los hechos, pero ahora no puedo recibir
la comunión -yo que he tratado de servir a Cristo desde que tuve 15
años". Hay algo que fundamentalmente no está bien en la Iglesia
Anglicana, y algo igualmente erróneo aquí, en la Iglesia Episcopal,
pues una vez me [i202]dijo
un obispo: "Nunca me diga que una persona es divorciada, porque
si lo ignoro, no causo daño, pero si lo sé, me veo obligado a negarle
la comunión". Los comentarios huelgan.
[e150]Creo
que estamos en camino de lograrle solución al problema sexual. ¿Cuál
será esa solución? no lo sé, pero confío en la pureza innata de la
humanidad y en el progresivo desenvolvimiento del propósito de Dios.
Puede que la solución salga de una educación correcta, lograda en
nuestras escuelas, unida a una correcta actitud de todos los padres
del mundo para con sus hijos e hijas adolescentes. La actitud actual
se basa en el temor, la ignorancia y la reticencia. Llegará el momento
en que educadores y padres conversarán abierta y directamente con
los jóvenes, sobre los hechos de la vida, y la regulación de las relaciones
sexuales, y presiento que ese momento se aproxima a pasos agigantados.
La juventud es muy sana, pero su ignorancia frecuentemente constituye
la causa de las dificultades. Si conocieran los hechos (los hechos
brutales al desnudo) sabrían qué hacer. Esas conversaciones estúpidas
sobre florecillas y semilleros, y los niños que trae la cigüeña, y
ejemplos similares y abundantes del problema sexual, resultan un insulto
a la inteligencia humana, y nuestros jóvenes poseen una inteligencia
muy elevada.
Personalmente quisiera que los jóvenes adolescentes, de ambos sexos,
concurrieran a un médico comprensivo capaz de explicarles la verdad
lisa y llana. Que se gestara en la joven generación el respeto por
su función como futuros padres de la próxima generación, y que los
padres actuales, hablando en sentido general, dieran a los jóvenes
más libertad para solucionar sus propios problemas. La experiencia
me ha enseñado que se puede confiar en ellos cuando saben las cosas.
El varón y la mujer comunes no son degenerados por naturaleza, ni
corren riesgos cuando saben que existen. Me agradaría que el médico
encarara el problema sexual, hablándoles a los [i203]jóvenes
desde el punto de vista de la paternidad y desde el ángulo de los
peligros de la promiscuidad, además de advertirles seriamente sobre
la homosexualidad, que constituye hoy una de las mayores amenazas
que acechan a los jóvenes de ambos sexos. Al explicarles los hechos
y discutir el cuadro con toda claridad, podemos confiar en nuestros
jóvenes pero, sinceramente hablando, no confío mucho en los padres,
principalmente porque están llenos de temores y no tienen confianza
en sus hijos.
Éstas son palabras preliminares, pues en los años siguientes tuve
que afrontar el problema juvenil. Tengo tres hijas muy atractivas
y los muchachos comenzaban a cortejarlas. En la sede veía gente y
más gente; en mi hogar, muchachos y más muchachos. Así aprendí a conocer
y apreciar a ambos grupos. Confío en la joven generación y la respeto
y aprecio.
[e151]En
esa época nos cambiamos de Ridgefield Park a Stanford, en Connecticut.
Un amigo nuestro, el señor Graham Phelps-Stokes, tenía una casa desocupada
en Long Island Sound y nos permitió ocuparla gratuitamente durante
varios años. Era más espaciosa y bonita que la de Ridgefield Park
y me gustaba mucho. Siempre recordaré las mañanas pasadas allí. En
la planta alta de un ala del edificio había una amplia habitación
que abarcaba el espacio correspondiente a las dependencias de servicio
del piso bajo. Tenía ventanas en tres lados del aposento y allí vivía
yo y trabajaba. Craigie estaba con nosotros y, aunque el trabajo de
la casa era agotador, como las niñas crecían, ya prestaban ayuda.
Foster y yo acostumbrábamos a viajar a Nueva York casi todos los días
de la semana, pues Craigie cuidaba de las niñas, que estaban en plena
adolescencia y eran extraordinariamente bonitas, y no quisimos que
ingresaran en la escuela pública. Entonces la población de Stanford
era en su mayor parte extranjera, y las tres niñas, hermosas y rubias,
eran [i204]irresistibles
para los jóvenes italianos que las seguían a todas partes. Presenté
mi problema a una amiga que estaba en buena posición, y costeó sus
estudios en Low Hayward School, colegio particular de alta categoría
para señoritas, al que concurrían diariamente durante nuestra permanencia
en Stanford.
No me es posible recordar cuántos muchachos las asediaban. Dos de
ellos aún son amigos y nos visitan de vez en cuando, aunque se han
casado y tienen familia. Se nos presentan esporádicamente, pues siempre
existe entre nosotros esa disposición hondamente arraigada, que elimina
toda tirantez y nos permite retomar el hilo de una amistad íntima,
sin tener en cuenta el tiempo transcurrido desde la última vez que
nos vimos. He olvidado a los demás. Venían y se iban. Un recuerdo
que persiste en mí es el de tantas noches pasadas en esa habitación
de tres grandes ventanales, esperando que se encendieran las luces
de un automóvil, lo cual indicaba que una de las chicas despedía a
su novio. Esa actitud mía molestaba mucho a mis hijas, pero he pensado
siempre que era una buena medida psicológica. Como madre siempre supo
dónde estaban, con quiénes estaban y cuándo llegaban mis hijas; nunca
tuve que lamentar mi terquedad en ese sentido, aunque con frecuencia
lamenté las horas de sueño perdidas. Mis tres hijas nunca me causaron
angustia, y jamás me dieron motivos para desconfiar de ellas, por
eso aprovecho esta oportunidad, ahora que están casadas y viven su
propia vida, para decir que fueron muy buenas, sensatas, sensibles
y muy decentes.
Así pasaron los años. Desde 1925 a 1930 fueron años de adaptación,
dificultades, alegrías y progreso. Poco tengo que decir. [e152]Constituyeron
años normales, de trabajo, formación y estabilización de la Escuela
Arcana. Se publicaron los libros de El Tibetano, y a nuestro alrededor
se reunían grupos de hombres y mujeres que no sólo eran amigos adictos,
que habían trabajado entonces con nosotros, sino que aún se dedican
lealmente a servir a la humanidad.
[i205]Pocas
veces tomábamos vacaciones en verano, pues la casa estaba sobre el
Sound y tenía su propia playa, por lo cual mis hijas podían hartarse
de nadar y sacar almejas. Tengo mucha habilidad para preparar sopa
de almejas. Gracias a la generosidad de un amigo, teníamos un automóvil
y podíamos ir a Nueva York o a donde quisiéramos. Prácticamente todos
los domingos permanecíamos en casa para recibir a nuestros amigos
y huéspedes, que con frecuencia sumaban entre veinte y treinta personas.
Los reuníamos a todos sin establecer diferencias, jóvenes y viejos,
gente de buena o ninguna posición social, y creo que todos se divertían.
Servíamos pasteles, bebidas, té y café, y sin tener en cuenta quienes
eran, todos debían ayudar a lavar la vajilla y ordenar la sala al
terminar el día.
Había un gato y uno perro con características propias. El perro era
de policía, nieto de "Rin Tin Tín" y muy valioso. Se suponía
que estaba para protegernos y ahuyentar a los ociosos vagabundos,
pero por cierto no lo hacía. Quería a todo el mundo y daba la bienvenida
a cuanto vago se acercaba a la casa. Era demasiado educado, sensitivo
y nervioso, por lo tanto había que darle bromuro constantemente para
calmar sus nervios. No existía en él la menor sombra de maldad y todos
lo queríamos. En cambio porque el gato sólo me quería a mí, nadie
lo quería. Era un enorme y magnifico ejemplar que recogimos cuando
pequeño. Únicamente quería estar conmigo. No aceptaba alimento de
nadie que no fuera yo. Rehusaba entrar en la casa si no me encontraba
en la planta baja, al extremo que Foster construyó una escalera que
iba del jardín a la ventana de mi dormitorio, y agujereó la persiana
para que pudiera entrar en la habitación; desde ese momento se sintió
completamente feliz y no volvió a usar la puerta, saltando desde la
escalera hasta mi cama.
El trabajo aumentaba aceleradamente en esos años. Mi esposo había
empezado a editar la revista "The Beacon", que satisfizo
una verdadera necesidad, como lo hace actualmente. Yo daba por lo
general de seis a ocho [i206]conferencias
públicas por año, y como no se cobraba entrada, mi auditorio llegaba
fácilmente al millar de asistentes. A su debido tiempo, constatamos
que muchas de las personas que asistían a las conferencias eran sencillamente
curiosos. Concurrían a todas las conferencias gratuitas sin [e153]importarles
el tema y nunca se beneficiaban por lo que oían. En consecuencia,
llegó la hora en que decidimos cobrar entrada, aunque solamente consistió
en 25 centavos. De inmediato la concurrencia disminuyó a la mitad,
lo cual nos complació muchísimo, pues los asistentes querían escuchar
y aprender y valía la pena hablarles.
Siempre me ha gustado dar conferencias, y durante estos últimos veinte
años nunca supe lo que es sentirse nerviosa en un estrado. Me gusta
la gente y confío en ella, y un auditorio es para mí simplemente una
persona agradable. Dar conferencias es lo que más me gusta, e impedida
actualmente de hacerlo por mi salud constituye una de mis más grandes
privaciones. Mi médico no lo aprueba y mi esposo se aflige sobremanera,
de modo que ahora sólo hablo en la conferencia anual.
Al comenzar este período entablé una amistad que ha significado tanto,
para mí, como mi casamiento con Foster Bailey. Una amiga, combinación
de sencillez, dulzura y altruismo, trajo a mi vida tal riqueza y belleza,
como nunca había soñado. Durante diecisiete largos años marchamos
juntas por el sendero espiritual. Le dediqué todo el tiempo disponible
y constantemente lo pasaba en su casa. Nos divertían las mismas cosas,
nos interesaban las mismas ideas y cualidades. Entre nosotras no había
secretos; conocía todo lo que ella sentía acerca de las personas,
las circunstancias y el medio ambiente. Me complace pensar que durante
los últimos diecisiete años de su solitaria vida, no estuvo totalmente
sola. Comprenderla, permanecer a su lado, dejarla hablarme libremente
y sentirse segura al hacerlo, [i207]era
la única compensación a su interminable bondad para conmigo. Durante
años me visitó, y hasta su muerte, en 1940, jamás me compré una prenda.
Todavía sigo usando los vestidos que me dio. Todas las joyas que tengo
me las obsequió ella. Cuando vine a este país yo había traído hermosas
puntillas y joyas, pero todo tuvo que venderse para pagar las cuentas
del almacenero, y ella hizo posible su reemplazo. Corrió con los gastos
de escuela de mis hijas y siempre nos pagó los pasajes de ida y vuelta
a Europa y Gran Bretaña. Éramos tan intimas, que si yo me enfermaba
lo sabia automáticamente. Recuerdo que una vez me enfermé estando
en Inglaterra, hace algunos años, y a las pocas horas me envió por
cable 500 libras esterlinas porque sabía que estaba enferma y las
necesitaba.
Nuestras relaciones telepáticas han sido extraordinarias y continúan
aún después de su muerte. Las cosas que ocurrían en su propia familia,
después de su deceso, las discutía conmigo telepáticamente. Aunque
yo no tenía forma de saberlo, posteriormente descubría de qué se trataba,
y todavía frecuentemente hago [e154]contacto
con ella. Poseía un penetrante y profundo conocimiento de la Sabiduría
Eterna; pero la gente le inspiraba miedo, temía ser incomprendida,
de que la quisieran por su dinero y la embargaba un básico y profundo
temor a la vida. Creo que le serví de algo, porque respetaba mi razonamiento
y comprobaba que casi siempre coincidíamos. Actuaba como válvula de
seguridad. Sabía que no trascendería cualquier cosa que me confiara.
Hasta el momento de morir me tuvo en su mente, y pocos días antes
de su deceso recibí una carta, puesta en el correo por otra persona,
que apenas pude descifrar, contándome sus cuitas. Una de las cosas
que espero ver realizadas cuando pase al más allá es, como lo prometió,
encontrarla esperándome. Reíamos de las mismas cosas y [i208]nos
divertimos mucho mientras se hallaba en la tierra. Gustábamos de los
mismos colores y con frecuencia me he preguntado por qué razón merecí
tal amiga en el presente.
Dos veces al año me obsequiaba ocho o nueve vestidos, conociendo exactamente
mi gusto y los colores que me sentaban bien. Cuando recibía esas cajas
con hermosos vestidos, sacaba del guardarropa un número equivalente
de prendas del año anterior, que enviaba a alguna amiga en precaria
situación económica. No acostumbro acumular cosas, porque sé lo que
es necesitar un tipo de vestido o tapado y no poder adquirirlo. La
pobreza, para quienes deben guardar ciertas apariencias por haber
pertenecido a la aristocracia, es una experiencia mucho más amarga
que la pobreza para las otras clases, pues no les agrada recibir limosnas
ni pueden salir a mendigar, pero se les puede inducir a aceptar lo
que necesitan, si se les escribe, diciéndoles: "He recibido un
obsequio de vestidos nuevos, siéndome imposible usar todos los que
tengo. Me sentiría avara quedándome con ellos, de modo que le envío
un par de vestidos y espero que me haga el favor de aceptarlos".
La felicidad proporcionada a esas personas se debía por lo tanto a
mi amiga y no a mí.
Encuentro difícil referirme como quisiera, a las personas que gravitaron
mucho en mi vida. Lo siento particularmente en el caso de esta amiga,
y sobre todo en lo que se refiere a mi esposo, Foster Bailey. Conversé
con él a este respecto y convinimos en que no es posible poner en
una autobiografía todo lo que hubiera deseado.
En nuestro camino nos encontramos con otra amistad interesante, que
trajo consigo algunas implicaciones de gran significado, y que muy
probablemente lleguen a realizarse en nuestra próxima vida y no en
ésta. En la ciudad de Nueva York hay un club llamado [i209]"Nobility
Club". Uno de los socios me invitó a ir un día al club a escuchar
al Gran Duque Alejandro, hijo de uno [e155]de
los zares de Rusia, cuñado del difunto zar Nicolás. Acepté más por
curiosidad que por otra cosa, y me encontré con un salón atestado
de lo más selecto de la realeza y nobleza de esa época, reunida en
Nueva York. Nos pusimos todos de pie cuando hizo su entrada el Gran
Duque y ocupó un sillón en el estrado. Al volver a sentarnos, nos
miró con mucha seriedad y dijo: "No sé si podrán olvidar por
un minuto que soy el Gran Duque, porque quiero hablarles a ustedes
de sus almas". Me enderecé en la silla, entre alarmada y complacida,
y al final de la charla me volví hacia mi amiga, la baronesa..., y
le dije: "Me agradaría poner al Gran Duque en contacto con personas
de este país a quienes no les interesa si es o no un Gran Duque, pero
que le apreciarán por sí mismo y su mensaje". Fue todo lo que
dije y no pensé más en ello.
A la mañana siguiente, estando en mi oficina, llamaron por teléfono,
y una voz anunció: "Su Alteza Imperial agradecería a la señora
Bailey que estuviera en el Ritz a las 11". De modo que estuve
a las 11 en el Ritz. En el vestíbulo me esperaba el secretario del
Gran Duque. Me hizo sentar, y luego de mirarme con solemnidad dijo:
"¿qué desea usted del Gran Duque, señora Bailey?". Asombrada,
lo miré y respondí: "Nada. No tengo la menor idea por qué he
sido llamada". "Pero", continúo el señor Roumanoff,
"el Gran Duque dijo que usted quería verlo". Le respondí
que no había dado paso alguno para ver al Gran Duque ni podía imaginarme
por qué me había llamado. Comenté que había asistido a su charla de
la tarde anterior y había manifestado a una amiga mi deseo de que
el orador pudiera conocer a ciertas personas. El señor Roumanoff me
condujo entonces a las habitaciones del Gran Duque, donde, después
de haberle hecho la reverencia de rigor y haberme sentado, el Gran
Duque me preguntó en qué [i210]podía
servirme, y respondí: "en nada". A continuación le dije
que había mucha gente en Norteamérica, como por ejemplo la señora
de Dupont Ortiz, que pensaban como él y poseían hermosas mansiones,
pero asistían pocas veces a conferencias, abrigando la esperanza que
tal vez él estaría dispuesto a ponerse en contacto con ellas; luego
me aseguró que haría cuanto le pidiera y agregó: "Conversemos
ahora de cosas importantes". Pasamos casi una hora hablando sobre
temas espirituales y la necesidad de amor que tiene el mundo. Acababa
él de publicar un libro titulado: "La Religión del Amor",
y ansiaba su difusión más ampliamente.
Cuando regresé a mi oficina llamé por teléfono a Alice Ortiz y le
pedí venir a Nueva York y ofrecer un almuerzo al Gran Duque en el
Hotel Ambassador. Rehusó, y por supuesto insistí [e156]para
que consintiera. Entonces ofreció el almuerzo. En la mitad de la reunión,
el señor Roumanoff se volvió hacia mí y me preguntó: "¿Quién
es usted señora Bailey?, nada hemos podido averiguar acerca suyo".
Le aseguré que eso no me sorprendía pues no era nadie -sólo una ciudadana
norteamericana con una educación inglesa. Sacudió la cabeza con aire
azorado y me contó que el Gran Duque estaba dispuesto a hacer lo que
yo quisiera.
Éste fue el comienzo de una verdadera y genuina amistad que perduró
hasta la muerte del Gran Duque, y aún después. Frecuentemente iba
con Foster y yo a Valmy, a pasar unos días. Entre los tres teníamos
interesantes conversaciones. Una de las cosas que en esa amistad ambos
comprendimos profundamente fue la igualdad en todos y si alguien lleva
sangre real o pertenece socialmente a un ser humano de tipo inferior,
tiene las mismas simpatías y antipatías, penas, sufrimientos y alegrías
y los mismos anhelos de progresar espiritualmente. El Gran Duque era
un convencido espiritista y nos entreteníamos [i211]celebrando
sesiones en la amplia sala de Alice Ortiz.
Una tarde, el señor Roumanoff llamó por teléfono a mi esposo para
pedirle, en caso de estar libres, responsabilizarnos por llevar al
Gran Duque a dos lugares donde él tenía que hablar. Respondimos que
nos complacería hacerlo y lo llevamos, y al final de su charla pudimos
rescatarlo de los cazadores de autógrafos. En el camino de regreso
al hotel, volviéndose repentinamente hacia mí, el Gran Duque dijo:
"Señora Bailey, si le dijera que yo también conozco a El Tibetano
¿significaría algo para usted?" -"Si señor", le respondí,
"significaría mucho". -"Pues bien", continuó el
Gran Duque, "ahora podrá comprender la razón del triángulo formado
entre usted, Foster y yo". Creo que esa fue la última vez que
lo vi. Poco después partió para el sur de Francia y nosotros para
Inglaterra.
Un par de años después, cierta mañana, mientras yo estaba en cama
leyendo, alrededor de las 6.30, con gran sorpresa entro en mi alcoba
el Gran Duque, vistiendo el pijama azul oscuro que solía usar para
estar por casa. Me miró, sonrió, agitó su mano saludándome y desapareció.
Fui donde estaba Foster y le dije que el Gran Duque había muerto.
Así era, en efecto. Vi la nota necrológica en los diarios del día
siguiente. Poco antes de irse me había obsequiado una fotografía,
lógicamente autografiada, y al cabo de un año, más o menos, el retrato
desapareció. Como ya había fallecido lamenté esta pérdida profundamente,
después de su muerte; estaba convencida de que algún cazador de autógrafos
la había robado. Varios años más tarde, caminando un día por la calle
43 de Nueva York, vi de pronto al Gran Duque que se [e157]aproximaba.
Me sonrió y continuo su camino, y cuando llegué a mi oficina encontré
sobre mi escritorio la fotografía perdida. Evidentemente existía un
vínculo de unión muy íntimo en el plano espiritual, entre el Gran
Duque, Foster y yo. En la próxima vida sabremos la razón del contacto
que tuvimos en ésta, y el por qué de la amistad y comprensión que
se estableció entre nosotros.
[i212]Una
vida no debe verse como un hecho aislado, sino como un episodio en
una serie de vidas. Lo que se está desarrollando hoy, los amigos y
la familia, con quienes estamos ligados, y las cualidades, el carácter
y el temperamento que mostramos, indican simplemente la suma total
del pasado. Lo que seremos en nuestra próxima vida, resultará de lo
que hemos sido y hecho en ésta.
Fueron años de arduo trabajo. Mis hijas crecían y los jóvenes las
pretendían. La Escuela Arcana se ampliaba constantemente y yo internamente
iba adquiriendo sentido de seguridad y el reconocimiento de que había
hallado el trabajo del cual me había hablado K. H. en 1895. La Doctrina
de la Reencarnación y la Ley de Causa y Efecto habían resuelto los
problemas de mi mente Inquisitiva. Conocí a la Jerarquía. Se me otorgó
el privilegio de ponerme en contacto con K. H. cuando quisiera, pues
podía confiarse que no inmiscuiría mis asuntos personales en Su ashrama,
y le sería de más utilidad en éste y, por consiguiente, en el mundo.
Los libros de El Tibetano se conocían cada vez más en todas partes.
A mi vez, fueron bien recibidos varios libros que escribí, precisamente
para probar que podía realizar el denominado trabajo psíquico, así
como mi trabajo con El Tibetano, y también mantener independiente
mi propio cerebro, y ser un ente humano inteligente. Por los libros
y por el acrecentado número de estudiantes de la Escuela Arcana, Foster
y yo estábamos en creciente contacto con personas de todo el mundo.
Nos llovían cartas requiriendo informes, pidiendo ayuda, solicitando
que se establecieran grupos en diferentes países.
Siempre he sostenido la teoría de que las verdades más profundas y
esotéricas podrían gritarse a la opinión pública desde los tejados,
porque mientras se posea un mecanismo interno para el conocimiento
espiritual, no es posible causar daño alguno. Por lo tanto, los juramentos
por mantener el secreto no tienen significado, pues no hay secretos.
Hay solamente la presentación de la verdad y su [i213]comprensión.
En la mente del público existe una gran confusión entre esoterismo
y magia. La magia es un modo de trabajar en el plano físico, en relación
con la sustancia y la materia, la energía y la fuerza, de modo de
crear formas mediante las cuales la vida pueda expresarse. Como en
este trabajo deben manejarse fuerzas elementales resulta peligroso,
y hasta los [e158]puros
de corazón necesitan protección. El esoterismo es en realidad la ciencia
del alma. Concierne al principio viviente, vital y espiritual que
reside en todas las formas. Establece la unidad en tiempo y espacio.
Motiva y complementa el Plan desde el ángulo del aspirante, y constituye
la ciencia del sendero. Instruye al hombre sobre las técnicas del
futuro superhombre, y le permite así entrar en el sendero de la evolución
superior.
El programa de estudio de la Escuela se fue desarrollando gradualmente.
Mantuvimos y aún mantenemos, la fluidez del trabajo, a fin de enfrentar
las diversas necesidades, y gradualmente formamos un personal entrenado
para supervisar el trabajo. Hace 15 años (1928) nos cambiamos a la
actual sede, y los pisos 31 y 32 constituyen la Sede de la Escuela
Arcana, de la Fundación Lucis, del trabajo de Buena Voluntad y de la Lucis
Publishing Company. Comenzamos con un pequeño grupo de estudiantes;
ahora tenemos grandes proyectos espirituales relacionados con el servicio
para la humanidad, todos sin fines de lucro, que abarcan al mundo
entero, y realizables todos por los estudiantes de la Escuela Arcana.
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