Autobiografía Inconclusa

      


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CAPITULO CUARTO

[e102][i133]WALTER Evans me abandonó cuando tenía 35 años. Por lo que he podido observar, esta edad es con frecuencia la encrucijada para muchas vidas. A esa edad se sabe el trabajo que corresponde realizar en la vida o si en determinada vida se ha de obtener cierta medida de plenitud y también ser de utilidad. Los adeptos a la ciencia de los números probablemente afirmarán que esto se debe a que 7 x 5 = 35; el número 7 indica la terminación de un ciclo completo y es una puerta abierta hacia una nueva experiencia; mientras que el 5 es el número de la mente y de la criatura inteligente llamada hombre. No sé si es así, pero algo debe existir en la ciencia de los números, porque se dice que Dios trabaja con números y fórmulas, pero nunca me han causado impresión estas deducciones.

Lo cierto es que en 1915 entré en un ciclo totalmente nuevo donde descubrí, por primera vez, que poseía una mente, y comencé a utilizarla y a comprobar su flexibilidad y potencia y a emplearla como "faro" dirigido a mis propios asuntos e ideas, a las cuestiones del mundo que me rodea y a un reino aún por descubrir, que podría denominarse espiritual -mundo que Patanjali, antiguo instructor hindú, denomina "la nube de cosas conocibles".

En la difícil época en que trabajaba como obrera de una fábrica, conocí la teosofía. No me gusta esta palabra, pese a su hermosa implicación y significado. Representa en la mente de la mayoría algo que esencialmente no es. Espero demostrar, si puedo, lo que realmente es. Esto señaló el comienzo de una nueva era espiritual en mi vida.

En Pacific Grove vivían dos inglesas que pertenecían a mi mismo medio social [i134]británico. No había entablado conocimiento con ellas, pero deseaba hacerlo, debido, en gran parte, a que me sentía muy sola. Anhelaba conocer a alguien de la madre patria; las había visto en las calles del pequeño pueblo. Corría el rumor de que preparaban una reunión en su casa para tratar un tema peculiar, y una amiga común me consiguió una invitación. Mis móviles no eran muy elevados, pues no iba movida por el deseo de escuchar algo nuevo e interesante u obtener ayuda, sino porque quería conocer a esas dos mujeres.

[e103]La charla me resultó pesada y el conferenciante muy pobre. No podía imaginarme otro peor que ése. Comenzó su charla con esta seca declaración: "Hace diecinueve millones de años, los Señores de la Llama vinieron de Venus y plantaron la simiente de la mente en el hombre". Exceptuando a los teósofos presentes, no creo que en la habitación alguien supiese de qué hablaba. Nada de lo que decía tenía sentido para mí. Una de las razones era que en esos días yo compulsaba los ciclos evolutivos en la Biblia, la cual ubicaba la fecha de la creación en el año 4004 antes de Cristo. Había estado muy ocupada con mis funciones de madre como para tener tiempo de leer libros sobre la evolución. No me convencía mucho la teoría de la evolución y recuerdo haber leído a Darwin y a Herbert Spencer con el sentimiento de ser culpable y desleal a Dios. Pensar que el mundo tuviera diecinueve millones de años era una blasfemia.

El conferencista deambuló por todo el mundo del pensamiento. Informó al auditorio que cada uno de los presentes poseía un cuerpo causal y que aparentemente ese cuerpo estaba habitado por un agnishvatta. Me pareció toda una estupidez y dudo que un conferenciante así, pueda prestar ayuda a alguien. En ese momento resolví, que si alguna vez tenía que dar una conferencia, no hacer lo que ese disertante teósofo había hecho. Pero logré una cosa, la [i135]amistad de esas dos mujeres. Me tomaron bajo su cuidado y me facilitaron libros. Entraba y salía de su casa y hacía la mar de preguntas.

Mis días se hicieron interminables. Me levantaba a las 4 de la mañana, limpiaba la casa, preparaba el almuerzo para las tres niñas, a las 6 les daba el desayuno, después de lavarlas y vestirlas. A las 6.30 de la mañana las llevaba a casa de la vecina e iba a la fábrica a envasar las dichosas sardinas. Por la tarde, si el tiempo era bueno, almorzaba en la playa. Generalmente a las 4 ó 4.30 de la tarde regresaba a casa. En invierno, me quedaba en casa para jugar con mis niñas o leerles. En verano las llevaba a la playa. A las 7 de la tarde regresábamos para la cena y luego las acostaba. Después ponía la ropa en remojo o el pan a leudar, me acostaba y leía sin descanso hasta la media noche.

Soy de ese tipo de persona que, por temperamento, requiere dormir pocas horas. Siendo aún niña, un médico (que me conocía muy bien) me dijo que sólo necesitaba cuatro horas de sueño, y tenía razón. Hasta ahora me levanto habitualmente a las 4.30 y, después de desayunarme, escribo y trabajo hasta las 7. Éste ha sido el ritmo de mi vida y quizás una de las razones por las que he podido realizar tantas cosas.

Otra de las razones que me ayudó a trabajar tan arduamente fue la disciplina extremadamente ordenada que observé durante [e104]mi niñez, por eso nunca pude estar ociosa. Tampoco se me permitió estar sin hacer nada, de manera que siempre hago algo. Hay una tercera razón y creo que será de utilidad para muchas personas. Ansiaba conocer tantas cosas que debía buscar tiempo [i136]para ello, y a la vez ocuparme de mis hijas. Nunca las descuidé, pero me exigió mucha reflexión, planeamiento y disciplina. Así aprendí a planchar, teniendo un libro delante, y hasta hoy puedo leer y planchar simultáneamente sin quemar la ropa. Aprendí a pelar papas mientras leía, sin cortarme, y puedo desgranar y limpiar guisantes leyendo un libro; cuando coso o remiendo siempre leo, porque deseo obtener mayor conocimiento, y muchas mujeres podrían hacer lo mismo si en verdad se interesan. Pero ocurre que no tienen suficiente interés. Además leo con gran rapidez, captando párrafos y hasta páginas enteras con igual prontitud con que los demás leen una frase. No recuerdo el término técnico para denominar esta capacidad visual. Muchas personas lo hacen y muchas más podrían realizarlo si se lo propusieran.

Llegué a un arreglo con mi propia conciencia, en lo que respecta a mi deber de madre y ama de casa. Tuve oportunidad de observar a una señora amiga que tenía cinco hijos, quien aparentemente había recibido un llamado del Señor para ir a enseñar, y así lo hizo, pero a expensas de los niños, que dejó al cuidado de la hija mayor de sólo 15 años. La muchacha hacía lo que podía, pero atender cuatro criaturas es algo serio. Teníamos que ayudarla a darles de comer, bañarlos y disciplinarlos cuando era necesario. Fue una lección para mí, y un terrible ejemplo de lo que no debía hacer. Por eso decidí que hasta que mis niñas no llegaran a la mayoría de edad, dedicaría todo el tiempo a ellas y al hogar. Llegado ese momento y cuando pudieron ayudar, nos repartimos el trabajo.

Alrededor de 1930, cuando las tres eran prácticamente mayores, les dije que debían considerarme como consejera y madre. Pero habiéndoles dedicado ya veinte años enteros, desde este momento antepondría a ellas mi tarea pública. También les recordé que siempre [i137]estaría con ellas, creo que lo recordarán o lo harán después que me haya ido de este mundo.

De manera que leí, estudié y reflexioné. Mi mente despertó, mientras luchaba con las ideas presentadas y trataba de adaptar mis propias creencias a los nuevos conceptos. Entonces conocí a dos señoras ancianas que vivían en dos chalets contiguos, lo cual era indispensable, pues disputaban todo el tiempo. Ambas habían sido discípulas personales de H. P. Blavatsky, recibiendo de ella entrenamiento y enseñanza.

Conocí La Doctrina Secreta, grandiosa obra de H. P. B. Me intrigó, aunque me dejó totalmente desconcertada. No entendía nada. [e105]Para los principiantes es un libro muy difícil, está mal recopilado y carece de continuidad. H. P. B. empieza con un tema, se desvía a otro, inicia, dilucida extensamente un tercero y, si seguimos, hallaremos que vuelve al tema original después de sesenta o setenta páginas.

Claude Falls Wright, secretario de E. P. B., me dijo que al preparar esta monumental obra (porque en verdad lo es), su autora escribía una página tras otra sin enumerar, arrojándolas al suelo a medida que las llenaba. Terminada la tarea del día, el señor Wright y otros ayudantes, recogían las hojas y trataban de ordenarlas, y según decía, lo admirable es que el libro haya salido tan claro. Su publicación constituyó un gran acontecimiento mundial, y la enseñanza contenida ha revolucionado el pensamiento humano, aunque la gente no lo crea.

Las horas dedicadas a su estudio las considero como las más valiosas de mi vida, y los antecedentes y conocimientos que me aportaron hizo posible lo mejor de mi trabajo en el campo ocultista. Pasaba las noches en la cama leyendo La Doctrina Secreta y contra mi costumbre [i138]olvidaba leer la Biblia. Me agradaba ese libro, y al mismo tiempo me disgustaba de todo corazón. Creí que estaba mal escrito, que era incorrecto e incoherente, pero no podía dejarlo.

Fue entonces que estas dos señoras ancianas me tomaron a su cargo. Día tras día, durante semanas, se dedicaron a enseñarme. Me mudé a una pequeña casa para estar cerca de ellas. Era un lugar seguro para mis criaturas, con árboles para trepar, un jardín que arreglar y nada que pudiera causarme ansiedad. Mientras mis hijas jugaban, me sentaba en el porche de uno de los chalets y conversaba y escuchaba. Muchos de los discípulos personales de H. P. B. me ayudaron, y personalmente se preocuparon de hacerme comprender lo que despertaba en el pensamiento humano la aparición de La Doctrina Secreta.

Me ha causado siempre gracia que los teósofos ortodoxos desaprobaran mi forma de presentar las verdades teosóficas. Pocos o ninguno de los que han manifestado su desaprobación, tuvieron el privilegio de recibir enseñanza de los discípulos personales de E. P. B. durante meses y semanas enteras; estoy absolutamente segura de que, gracias a esos antiguos estudiantes, poseo una percepción más clara que la mayoría de ellos, sobre lo que La Doctrina Secreta está destinada a difundir, y ¿por qué no había de tenerla? Me enseñaron bien y estoy agradecida.

Luego me asocié a la logia teosófica de Pacific Grove y comencé la enseñanza. Recuerdo el primer libro que comenté. Era la gran obra de la señora Besant: Estudio sobre la Conciencia. No sabia [e106]nada acerca de la conciencia ni podía definirla. Aprendía seis páginas a la vez, antes de dar clase, arreglándomelas para que no se dieran cuenta, y nunca descubrieron lo poco que sabía; pero sé que si los estudiantes aprendían, yo aprendía mucho más. ¿Qué había en esta enseñanza que comenzó a satisfacer mi mente interrogadora, y mi perturbado corazón? Había ido [i139]a la deriva sobre un pináculo de insatisfacciones. En esa época sólo tenía la seguridad de dos cosas: la realidad de Cristo y ciertos contactos internos que no podía negar, sin ser deshonesta conmigo misma, aunque no podía explicarlos. Con gran asombro de mi parte, la luz comenzó a alborar. Descubrí tres nuevas ideas básicas, nuevas para mí, y eventualmente todas encajaron con el programa general de mi vida espiritual, proporcionándome la clave de los asuntos mundiales. No hay que olvidar que había comenzado la primera fase de la guerra mundial (1914-1918); estoy escribiendo esto al final de la segunda fase (1939-1945).

Primero descubrí que existe un grandioso y divino Plan. Me di cuenta de que nuestro universo no está formado por "un fortuito conglomerado de átomos", sino que es el desarrollo de un gran diseño o canon para la gloria de Dios. Descubrí también que una raza humana tras otra, han aparecido y desaparecido eh nuestro planeta y que cada civilización y cultura ha visto a la humanidad dar un paso más avanzado en el sendero de retorno a Dios. Segundo, descubrí que existen Quienes son responsables del desarrollo del Plan, que paso y a paso y etapa tras etapa han guiado al género humano en el trascurso de los siglos. Hice un descubrimiento asombroso, asombroso porque poco sabía, que la enseñanza sobre este Plan o Sendero era idéntica, ya fuera presentada en Occidente u Oriente o impartida antes o después de la venida de Cristo. Descubrí que el Cristo estaba a la cabeza de esta Jerarquía de Guías espirituales, y cuando me di cuenta de ello, tuve la sensación de que había vuelto a mí, en forma más íntima y estrecha. Supe que era "Maestro de Maestros e Instructor de ángeles y hombres", que los Maestros de la Sabiduría eran Sus estudiantes y discípulos, del mismo modo que personas como yo éramos estudiantes de algún Maestro. Aprendí que, cuando en mis días de ortodoxia hablaba sobre Cristo y Su Iglesia, en realidad hablaba sobre el Cristo [i140]y la Jerarquía planetaria. Supe que la presentación esotérica de la verdad de ninguna manera disminuía al Cristo. Por cierto, Él era el Hijo de Dios, el Primogénito de una gran familia de hermanos, como ha dicho San Pablo, garantizando nuestra propia divinidad.

La tercer enseñanza que descubrí y me costó aceptarla por largo tiempo, fueron dos creencias, la Ley de Renacimiento y la Ley de Causa y Efecto, llamadas Leyes de la Reencarnación y del [e107]Karma respectivamente por los teósofos, que tan a menudo quieren aparecer como eruditos. Personalmente creo que esta enseñanza tan necesaria habría hecho progresos más rápidos si los teósofos no se hubiesen dejado llevar por el espejismo de los términos sánscritos. Si hubieran enseñado la Ley de Renacimiento en vez de la Doctrina de la Reencarnación y presentado la Ley de Causa y Efecto en vez de la Ley de Karma, se hubiera producido un reconocimiento más general de la verdad. No digo esto con espíritu crítico, porque también sucumbí al mismo espejismo. Echando una mirada retrospectiva a mis primeras clases y conferencias, no puedo menos que sonreírme del generoso empleo de frases técnicas con palabras sánscritas, y las detalladas referencias que hacía sobre la Sabiduría Antigua. Me he dado cuenta que a medida que he envejecido soy más sencilla y tal vez un poco más sabia.

Cuando descubrí que existe una Ley de Renacimiento, hallé que muchos de mis problemas, personales e individuales, podían ser solucionados. Gran parte de quienes estudian la Eterna Sabiduría les resulta difícil al principio, aceptar el hecho de la Ley de Renacimiento. Parece ser muy revolucionaria, tendiendo a evocar un espíritu de cansancio y fatiga espiritual. Una sola vida es lo bastante dura, como para detenernos a pensar sobre las numerosas vidas que hemos pasado y las que tenemos por delante. Sin embargo, si comparamos las alternativas de la teoría, resulta ser la mejor y más aceptable. Existen sólo otras dos teorías que
[i141]realmente merecen atención. Una es la alternativa mecánica que considera al hombre como si fuera puramente material, sin alma y efímero, de manera que cuando muere se disuelve en el polvo del cual ha salido. El pensamiento, según esta teoría, es simplemente una secreción del cerebro y de su actividad, así como otros órganos producen su peculiar secreción fenoménica y, por lo tanto, no existe ninguna finalidad ni razón para que el hombre exista. Esto yo no podía aceptarlo, ni nadie lo acepta ampliamente.

Luego tenemos "la creación única", teoría que sustenta el cristiano ortodoxo, la cual sostuve sin cerciorarme de su veracidad. Esta teoría presenta a un Dios inescrutable que trae a la existencia almas humanas durante una sola vida, y de acuerdo a sus actos y pensamientos en esa vida así será su futuro eterno. Esto no le concede al hombre un pasado sino un presente importante y un interminable futuro, que depende de las decisiones tomadas en una sola vida. Lo que rige las decisiones de Dios, respecto al lugar, raigambre y dotes, correspondientes al hombre, son desconocidas. Aparentemente no tiene lógica la actuación de Dios en este Plan de "la creación única". Me ha preocupado mucho esta aparente injusticia de Dios. ¿Por qué tenía yo que nacer en [e108]circunstancias tan auspiciosas, rica, hermosa, con buenas oportunidades y las numerosas experiencias interesantes que la vida me ha deparado? ¿Por qué tiene que haber gente como aquel mísero soldado, de quien me rescató la señorita Sandes, que nació pobre, sin don alguno, evidentemente sin raigambre ni capacidad para lograr éxito en esta vida? Ahora sé por qué podía dejarlo en manos de Dios; sabía que ambos, él y yo, en su propio lugar, ascenderíamos la escala de evolución vida tras vida, hasta que algún día, para cada uno de nosotros, resultaría verdad de que "como Él es, así somos nosotros en este mundo".

Me parecía razonable que "lo que un hombre siembre, eso cosechará". Me regocijaba [i142]que podía citar a San Pablo y al mismo Cristo para sustanciar estas enseñanzas. Una clara luz se vertía sobre la antigua teología. Empezaba a descubrir que lo único errado eran las interpretaciones de la verdad hechas por el hombre, y a darme cuenta de cuán estúpido era aceptar, tanto de un predicador erudito o un estudioso, lo que ellos imaginaban que Dios quiso significar. Si estaban en lo cierto, intuitivamente se sabría, pero la intuición no actúa, a no ser que la mente esté desarrollada, y eso ha traído mucha dificultad. La masa no piensa y el teólogo ortodoxo, diga lo que diga, siempre tendrá seguidores. Con la mejor intención del mundo explota así a los irreflexivos. Se me ocurrió también que no existía razón para aceptar la interpretación de la Biblia, hace 600 años, por algún sacerdote o instructor, en una forma probablemente adecuada a ese tiempo y época, pero no aceptable para esta era y civilización distintas, con problemas ampliamente diferentes. Si la verdad acerca de Dios es verdadera, entonces debe ser expansiva e incluyente, no reaccionaria y excluyente. Si Dios es Dios, Su divinidad debe adaptarse a la divinidad que empieza a surgir en los hijos de Dios, y hoy un hijo de Dios es una expresión muy distinta de la divinidad de un hijo de Dios de hace 5.000 años.

Como podrán observar, mi horizonte espiritual se ampliaba. Se hizo la luz en los cielos, y había dejado de ser un esforzado discípulo, aislado, abandonado, inseguro de todo y, según yo creía, sin tener nada que hacer. Percibí lentamente que formaba parte de una gran comunidad de hermanos. Vislumbré claramente que podía colaborar en el Plan si lo deseaba, buscar a los que habían trabajado conmigo en vidas anteriores, procurando que mi siembra fuera buena, y hallar el lugar que me correspondía en la tarea de Cristo. Traté de acercarme un poco más a esa Jerarquía espiritual, [i143]que inconscientemente siempre supe existía y parecía necesitar colaboradores.

Todas estas cosas empezaron a desarrollarse gradualmente en mi conciencia entre 1916 y 1917. No surgieron en mí como ideas bien [e109]perfiladas y formuladas, sino como verdades que iba reconociendo lentamente y a las cuales me ajustaba gradualmente, y debía encontrar la forma de aplicarlas. Observé mi propia vida. Analicé a mis tres hijas a este respecto, y lo hallé muy iluminador. Descubrí que el karma que me liga a mi hija menor Ellison, es principalmente físico. Le salvé la vida año tras año, con asiduo cuidado. Durante ocho años durmió conmigo, por prescripción médica, para que pudiera absorber mi vitalidad. Día tras día, vigilándola cuidadosamente y evitándole practicar ejercicios violentos, trepar a una colina o subir una escalera, logré curarla de una dificultad cardíaca, siendo hoy la más fuerte de la familia. Actualmente Ellison ya no me necesita. Se ha casado y es feliz, reside en la India y tiene dos hijos. Estoy segura que está orgullosa de mí, pero nuestra relación pertenece al pasado. El vínculo entre mi hija mayor y yo, es muy íntimo, y probablemente a ello se debe que tengamos terribles reyertas. Existe entre nosotras un fuerte apego interno y aunque actualmente la veo muy poco, estoy segura de ella y ella de mí. Mi segunda hija, Mildred, tiene un karma muy unido al mío. Nos sentimos peculiarmente apegadas una a la otra, sin embargo sé que ella se siente totalmente libre. Aunque se ha casado dos veces, hemos estado juntas en las circunstancias más extrañas; le estoy agradecida por su amor y sobre todo por su amistad. Sería bueno que madres e hijas y padres e hijos valoraran, algo más de lo acostumbrado, la amistad en sus relaciones. Estoy convencida de que si pudiera ver retrospectivamente nuestras relaciones pasadas, de acuerdo a la Ley de Renacimiento, la actual situación feliz entre mis hijas y yo, sería claramente [i144]explicada. No debe inferirse por eso que siempre nos hemos llevado bien. Han habido escenas tormentosas y malos entendidos. No siempre me han comprendido, y con frecuencia me han hecho sufrir, deseando cambiar las cosas, en la esperanza de que actuaran de modo distinto, etc., etc.

Hacia fines de 1917 Walter Evans fue a Francia con la Asociación Cristiana de Jóvenes, y el Obispo, amigo mío, arregló para que me asignaran cien dólares mensuales de su salario, que esta Asociación me enviaba directamente, hasta que terminó su trabajo con ellos. Esa suma, más mi pequeña renta, que empezó a llegarme regularmente, permitió dejar mi tarea en la fábrica envasadora de sardinas y hacer otros planes. Mi trabajo en la logia teosófica de Pacific Grove comenzaba a dar resultados y yo empezaba a ser conocida como estudiante.

En vista de que mis finanzas eran más o menos estables, me sugirieron ir a Hollywood, donde estaba la Sede de la Sociedad Teosófica, en Crotona. Decidí mudarme, y nos fuimos a fines de [e110]1917. Encontré una pequeña casa cerca de esa sede y me establecí allí con las niñas en Beechwood Drive.

Hollywood no estaba entonces tan corrompida. La industria cinematográfica era por supuesto la más importante, pero en esa época la ciudad era muy sencilla. Las calles principales estaban bordeadas por árboles de pimienta y no había la inquietud, el impetuoso impulso ni el falso brillo y fulgor de la moderna Hollywood de hoy. En esos días era un lugar mucho más apacible y reposado. Quiero dejar constancia de la impresión perdurable que llevé cuando dejé la ciudad, respecto a la rectitud, amabilidad, amplitud y comprensión de los grandes artistas de cine. He conocido a muchos de ellos, y son magníficos y [i145]humanos. Por supuesto, existe cierto elemento malo, pero ¿en qué sector de la sociedad humana no lo hay? En todos los grupos, comunidades, clases y organizaciones, tenemos gente mala. Hay también personas extraordinariamente buenas, otras de absoluta mediocridad, que no tienen suficiente desarrollo para ser muy buenas o muy malas.

Hace algunos años, estando en Nueva York y encontrándome en un taxi por la Quinta Avenida, de pronto el conductor se volvió y me preguntó: "Dígame señora, ¿ha conocido usted alguna vez a un judío bueno?" Le respondí que sí, efectivamente, y que algunos de mis amigos más íntimos eran judíos. Entonces me preguntó si había conocido algún judío malo, y le contesté que había conocido muchos. El hombre me interrogó luego si conocía algún cristiano bueno, y naturalmente le repliqué: "Por supuesto, en realidad creo ser uno de ellos". Y a continuación, si conocía algún cristiano malo y también mi respuesta fue afirmativa. "Entonces señora, usted verá que sólo quedan seres humanos". Tal ha sido mi experiencia en todas partes. No importa a qué raza o nación pertenezcamos, en el fondo, básicamente, todos somos iguales. Cometemos las mismas faltas, tenemos iguales fracasos, las mismas urgencias y aspiraciones, las mismas metas y deseos; creo que debemos comprender esto en forma más aguda y práctica.

Necesitamos también liberarnos de la impronta que en nosotros ha plasmado la historia y sus nacionalismos cristalizantes. La historia de cada nación es penosa, y condiciona nuestro pensamiento. Grandes formas mentales nacionales rigen las actividades de cada nación, y de ellas debemos liberarnos. Podemos comprobarlo fácilmente si observamos a alguna de las naciones más destacadas y sus características. Tomemos los Estados Unidos por ejemplo. Los Padres Peregrinos dejaron en este país su sello y marca, pero estoy de acuerdo con un amigo cuando dice que los verdaderos fundadores de esta parte de América fueron las valientes madres peregrinas, pues se [i146]adaptaron a vivir con los padres peregrinos, siendo femenina la civilización de los Estados Unidos. Esos Padres [e111]Peregrinos deben haber constituido un grupo de hombres de mente estrecha, duros, que se creían superiores, de difícil convivencia y que siempre tenían razón.

La cautela, la reticencia y el sentido de superioridad de los británicos es algo que ellos mismos debieran superar; también debe ser restablecida para bien de Europa, e igualmente superada la certeza de los franceses acerca de la gloria de Francia, que la convirtió en guía durante la Edad Media. Toda nación tiene fallas destacables, de las cuales las demás naciones son conscientes, más que de sus virtudes. La vivencia de América se olvida ante la irritabilidad que evoca nuestra jactancia. La justicia inherente al británico no se tiene en cuenta cuando vemos que el mismo británico rehúsa dar explicaciones acerca de sí mismo. El brillante intelecto francés no es acentuado por quienes son conscientes de la total carencia de conciencia internacional por parte de Francia. Hoy día, los Estados Unidos, con su juventud exuberante, su prometedora seguridad y su habilidad juvenil para solucionar sus propios problemas y los del resto del mundo, va llevando esa herencia hacia un futuro de utilidad maravillosa y de belleza sin parangón.

Las mismas criticas y virtudes podrían adjudicarse a cada nación, y lo mismo sucede con la gente. Todos tenemos fallas muy manifiestas que nos denuncian ante el mundo en forma tan elocuente, que nuestras virtudes igualmente manifiestas son olvidadas. Una de las cosas que más me molestaba cuando empecé a escribir esta autobiografía, fue el temor de que, inconscientemente quizás y sin deliberada intención, me colocara en la mejor posición posible. Tengo buenas cualidades; no puedo ser desviada de mis propósitos; amo realmente a la gente; no tengo el menor orgullo. Tengo fama de orgullosa, y creo que se debe principalmente a mi apariencia; acostumbro a caminar muy erecta y con la cabeza erguida, pero así andaría todo aquel que (como discípulo en [i147]un aula) hubiese tenido que dar lecciones con tres libros sobre la cabeza y una ramita de espinoso muérdago bajo la barbilla. No creo ser egoísta ni pienso mucho en mi salud; creo poder decir honestamente que no practico la autoconmiseración. Soy normalmente conservadora, y aunque acostumbraba a ser muy criticona, ya no lo soy, porque tengo la virtud de ver por qué la gente es como es, pues a pesar de sus fallas, mi actitud hacia ella no se altera. No guardo rencor, quizás debido a que estoy demasiado ocupada y porque no admito el menor vestigio de veneno en mi alma. Sé que tengo un carácter irritable y admito que a los demás les resulte difícil convivir conmigo, porque me obligo a mí misma y a los que están asociados conmigo; pero mi falla más destacable, la cual me ha causado más dificultades durante mi vida, es el temor.

[e112]Menciono esto deliberadamente, por haber descubierto que mis amigos y estudiantes sienten gran alivio cuando se dan cuenta que he sido víctima del temor toda mi vida, y esto los ayuda. He temido al fracaso, a tener defectos, a lo que la gente pudiera pensar de mí, y temo a la oscuridad y también a que la gente me considere superior. Siempre me ha parecido perjudicial ser puesta en un pedestal y considerada de esa manera. En esto estoy de acuerdo con el proverbio chino que dice: "Quien está colocado en un pedestal no puede moverse sino para descender de él". Encuentro irritante la actitud que adoptan los guías de grupo o instructores esotéricos, así como la de muchos sacerdotes y clérigos. Adoptan una pose como si realmente fueran los ungidos del Señor; actúan como si fueran distintos de los demás, y no como seres humanos que tratan humildemente de ayudar a sus semejantes. Como resultado de mi raigambre y entrenamiento, sentía temor por lo que la gente podía decir. Esto ya no me preocupa, pues he descubierto que con razón o sin ella, siempre estamos equivocados para cierto sector [i148]del público. La mayoría de mis temores se deben a otras personas (mi esposo y mis hijas); además siento un miedo personal que nunca he podido desarraigar, es el temor a la oscuridad de la noche, si me encuentro sola en la casa o departamento. Nunca conocí lo que era este temor, hasta que trabajé en el Hogar para soldados en Quetta; en esa época tuve una experiencia que significó mucho para mí, y aunque no he permitido que afectara mis actos, tuve que luchar contra ella, por eso enseñé a mis tres niñas a no temer a la oscuridad.

Mi compañera de tarea se había enfermado gravemente de tifus. La cuidé durante la crisis, hasta que la llevaron al hospital, quedándome completamente sola en el enorme edificio; siendo entonces muy joven y muy decente, no permití que los dos administradores del Hogar (dos ex soldados ingleses) durmieran en la misma casa, porque pensé que ello daría ocasión a murmuraciones y habladurías, de modo que cada noche, cuando los soldados se iban, uno de los administradores me acompañaba hasta mi cuarto; a las 11.30 p. m. más o menos echaba un vistazo al baño y armarios, miraba debajo de la cama y cerraba con llave todas las puertas que daban a mi habitación. Luego estaba atenta cuando cerraba las otras habitaciones. Mi dormitorio tenía cuatro puertas; una daba a la galería, otra a la sala, una tercera a la habitación de mi compañera y otra al baño. Nunca me sentí nerviosa y la requisa de mi habitación fue una precaución de ese buen hombre. Mi cama ocupaba exactamente el centro de la habitación y tenía las patas dentro de hondos platillos con agua, en prevención de los insectos. En esa época, en la India, se dormía siempre con una lámpara encendida.

[e113]Cierta vez me desperté a las dos de la mañana, al oír un ruido en la sala, y vi que el picaporte de la puerta se movía y daba vuelta. Afortunadamente estaba con llave. Sabía que no podía ser uno de los administradores, no pude ver ni oír al sereno, y pensé que sería algún montañés [i149]o ladrón que trataba de llegarse hasta la sala donde estaba la caja fuerte. Muchos cientos de rupias se depositaban allí cada noche. Era esa época del año en que se permitía a las tribus montañesas bajar hasta el acantonamiento. Se doblaban las guardias y se tomaban las debidas precauciones para mantenerlas bajo vigilancia, pues en la frontera se vivían días tormentosos. Sabía que si lograban entrar en mi habitación significaría mi fin, porque era una gran virtud matar a una mujer blanca. Me veía con un cuchillo clavado en el corazón. Durante cuarenta y cinco minutos, sentada en la cama, observé cómo trataban de derribar las sólidas puertas. Sin duda no se atrevían a ir hasta la puerta de la galería por temor a ser vistos, y para llegar hasta mí por el baño o por la otra habitación, hubieran tenido que derribar dos puertas en cada caso, a riesgo de hacer demasiado ruido. Descubrí entonces que cuando el temor alcanza cierto grado de intensidad, nos sentimos tan desesperados que enfrentamos cualquier peligro. Me levanté, abrí la puerta y vi a los administradores que se consultaban para golpear la puerta y despertarme, sin saber si estaba viva o muerta. Habían dormido en carpas en el jardín y capturado a dos montañeses, y muy estúpidamente no se les había ocurrido golpear fuerte la puerta y llamarme, pues en ese caso no me hubiese asustado. Después de este episodio, mi servidor, el viejo Bugaloo, durmió siempre afuera en la galería, donde podía llamarlo fácilmente.

Dos o tres meses después, regresé a mi patria, y fui a pasar varias semanas a una antigua casona escocesa, como lo hacía muchos años, en mi infancia. En la casa había muchos huéspedes, dieciocho más o menos, y por error cierta noche un hombre muy simpático entró en mi alcoba (porque su habitación era contigua a la mía). Había estado leyendo hasta tarde en la planta baja, y mientras subía, el viento le apagó la vela y [i150]al mismo tiempo abrió la puerta de mi habitación. Creyó que encontraría la suya fácilmente, palpando la pared, ya que su habitación estaba al lado de la mía. Al hallarse con una puerta abierta, pensó lógicamente que era la de su habitación. Entre tanto el viento me había despertado, y al saltar de la cama para cerrar la ventana, tropecé con él. Esto que coronaba mi experiencia de unos meses atrás, agravó las cosas y contribuyó a cimentar un estado de temor que nunca he podido vencer.

He tenido otros dos grandes sustos en mi vida al encontrarme sola en una casa, y no pretendo tener valor, excepto no permitir [e114]que condicionen mis actos y poder quedarme sola cuando me veo obligada a ello. Me aterrorizan las cosas que puedan sucederle a mis hijas, y como tengo una excesiva imaginación, sé que gran parte de mi vida la he destinado a preocuparme de cosas que nunca han sucedido.

El temor es la característica básica de la humanidad. Todo el mundo tiene miedo, y cada uno siente temor hacia algo especial. Si alguien me dice que nunca tuvo miedo, miente. Siente temor a algo. No hay por qué avergonzarse de ello y, con frecuencia, cuanto más evolucionada y sensible es una persona, mayores son sus temores. Independientemente de sus temores y fobias particulares, las personas sensibles son propensas a sintonizar los temores, depresiones y terrores de los demás. Por lo tanto captan temores que no les pertenecen, pero son incapaces de diferenciar los propios e innatos. Esto es muy cierto en la actualidad. Temor y terror rigen el mundo y muy fácilmente la gente es dominada por el temor. La guerra engendra el temor, y Alemania con sus tácticas terroristas lo utilizó e hizo todo lo posible por acrecentarlo en el mundo. Tomará mucho tiempo eliminar el temor, pero avanzamos un paso cuando hablamos o trabajamos por la seguridad de todos.

[i151]Existen escuelas de pensamiento que enseñan que el temor materializará aquello que tememos si nos dejamos llevar por él. Personalmente no lo creo, porque durante mi vida temí por cosas que nunca se produjeron, y como poseo un fuerte poder mental hubiera podido materializar algo fácilmente. Quizás se pregunten: ¿cómo se puede combatir el temor? Bien, sólo puedo explicar lo que me ha dado buenos resultados. Nunca combato el temor. Adopto la posición positiva de que si es necesario puedo vivir con mis temores sin prestarles atención. No lucho contra ellos ni discuto conmigo misma; simplemente reconozco mis temores por lo que son, y sigo adelante. Creo que la gente debe aprender a aceptar con más paciencia las cosas como son y no perder el tiempo forcejeando consigo mismo y con sus problemas individuales. Los problemas de otros nos resultan más provechosos desde el punto de vista de la ayuda general. La concentración en el servicio puede llevar y en verdad lleva, al olvido de sí mismo.

También me he interrogado: ¿por qué no he de sentir temor? Todo el mundo lo tiene y quién soy yo para estar exenta de la suerte común. Este mismo argumento puede ser aplicado a muchas cosas. Hay escuelas de pensamiento que engañan al público cuando le dicen que, por ser divino, el hombre está exento de dolor, mala salud y pobreza. Por supuesto, la mayoría son sinceras, pero su énfasis es erróneo, pues obligan a pensar que el bienestar material y la prosperidad son de enorme importancia, que todos tienen derecho a ello y que lo obtendrán si afirman su divinidad, la cual [e115]poseen, pero no están suficientemente evolucionados para expresarla. ¿Por qué debo estar yo exenta de esas cosas cuando toda la humanidad sufre por ellas? ¿Por qué he de ser rica, si ni la pobreza ni la riqueza tienen importancia? ¿Quién soy yo para disfrutar de una salud perfecta, cuando el destino de la humanidad, [i152]en esta época, parece ser todo lo contrario? Creo firmemente que cuando por medio del proceso evolutivo, pueda expresar con toda plenitud la divinidad que mora en mí, gozaré de perfecta salud. No me importara ser rica ni pobre ni tampoco popular entre otras personas.

Expongo esto objetivamente, porque tales doctrinas engañosas arrastran la conciencia pública y conducen eventualmente a la desilusión. Llegará el momento, cuando nos liberemos de todos los males de la carne, que obtendremos un sentido distinto de los valores y no utilizaremos nuestros poderes divinos para obtener bienes materiales. Todas las cosas buenas llegan a los que viven inofensivamente y son al mismo tiempo bondadosos y considerados. La inofensividad es la clave de todo, y dejo que descubran por sí mismos cuán difícil resulta ser inofensivos en palabra, acción y pensamiento.

La vida en Hollywood se me hizo más fácil. Mis niñas estaban en edad para asistir a la escuela y al jardín de infantes. Hice muchos amigos, y en Crotona los jardines de la Sede Teosófica, eran hermosos. La comunidad consistía de más o menos quinientas personas, algunas de las cuales vivían allí y otras en Hollywood o Los Angeles. Había salones para conferencias, aulas, un santuario, donde se reunían los miembros de la sección esotérica, y una cafetería. El lugar era muy bien administrado y al llegar me pareció un paraíso terrenal, considerando a todos profundamente espirituales. Creí que los dirigentes e instructores eran por lo menos iniciados de alto grado. Asistí a reuniones y clases y aprendí mucho, por lo que estoy muy agradecida. Después de poco tiempo, se me pidió encargarme de la cafetería y, bendita ignorancia, acepté muy regocijada la responsabilidad. Por supuesto era un establecimiento estrictamente vegetariano, [i153]y me había hecho vegetariana desde que conocí las enseñanzas teosóficas. Mis hijas nunca habían probado carne, pollo ni pescado, y yo sufría del común complejo de superioridad que tan a menudo caracteriza en forma destacada al vegetariano.

Estoy convencida de que en la vida de todo discípulo llega siempre una etapa en que se debe ser vegetariano. Del mismo modo llega una vida en que el hombre o mujer deben ser célibes. Esto sirve para poder demostrar el control adquirido sobre la naturaleza física. Cuando uno ha aprendido a ejercer ese control y ya no es atraído por los apetitos de la carne, puede casarse o no, comer [e116]carne o no y hacer lo que mejor le plazca o le indique su karma o las circunstancias. Una vez logrado, la situación cambia. Las disciplinas físicas constituyen un aspecto del entrenamiento, y cuando se aprende la lección, ya no son necesarias.

El argumento que presenta el vegetarismo, basado en la crueldad de sacrificar animales para comerlos, quizás no sea tan sólido como lo creen las personas de tipo emocional y sentimental. Mucho me ha preocupado esto pues amo a los animales. Quisiera hacer dos sugerencias que me fueron muy útiles. Hay una ley de sacrificio que rige todo el proceso evolutivo. El reino vegetal extrae su sustento del reino mineral, porque sus raíces están hundidas en el reino mineral. El reino animal extrae en gran escala su sustento del reino vegetal y vive de la vida de ese reino. Algunos animales superiores son carnívoros y, de acuerdo a la ley de evolución, son presa uno de los otros, no siendo inducidos a ello por el pensamiento del hombre, como pretenden algunos fanáticos. En consecuencia, podría decirse que el reino humano extrae su sustento del reino animal y, debido a que el hombre es el macrocosmos para los otros tres reinos inferiores, podría suponerse, [i154]lógicamente, que extrae su vida de los otros tres, y así lo hace. En las antiguas escrituras de Oriente se indica que el reino humano es "el alimento de los dioses", y con esa afirmación se completa la gran "cadena del sacrificio". Mi segundo punto se refiere a la Ley de Causa y Efecto o de Karma, como la denominan los teósofos. En la época del hombre primitivo el género humano era víctima del reino animal y carecía de toda defensa. En el pasado los animales salvajes acechaban a los seres humanos. La Ley de Retribución rige en todos los reinos. Posiblemente esta ley sea uno de los factores que ha llevado a la humanidad hacia el. Forjé esto en mi propia conciencia, a su debido tiempo, pero no con rapidez.

Me hice cargo de la cafetería y aprendí a ser una buena cocinera vegetariana. Mi primer quehacer en Crotona fue vaciar los recipientes de desperdicios. Como verán, comencé desde abajo. Observaba con mucho interés a la gente, la mayoría desconocida para mí. Francamente muchos de ellos me agradaban y muy pocos me disgustaban. Llegué a dos conclusiones: que a pesar de todo lo que se dice sobre dietas equilibradas, ellas no eran particularmente saludables, y descubrí también que cuanto más rígido y sectario era su vegetarismo, tanto más criticón parecía ser el individuo. Había en Crotona vegetarianos que no querían comer queso, leche ni huevos, porque son productos animales, creyéndose excesivamente buenos y en camino hacia la iluminación espiritual, pero la reputación de nadie se libraba de ellos. He estado pensando sobre esto y llegué a la conclusión de que más vale [e117]comer un pedazo de carne y tener una lengua compasiva, que ser estrictamente vegetariano y mirar el mundo desde un pedestal de superioridad. Por otra parte debo señalar que las generalizaciones son inexactas. He conocido muchos vegetarianos encantadores, amables y buenos.

[i155]En 1918 descubrí quién fue mi visitante en Escocia cuando tenía15 años. Había sido admitida en la sección esotérica (S. E.) de la Sociedad Teosófica, y asistía a las reuniones. La primera vez que entré en el santuario vi los conocidos retratos de Cristo y de los Maestros de Sabiduría, como los denominan los teósofos.

Me sorprendió ver el retrato de mi visitante, mirándome directamente. No había error posible. Era el hombre que había entrado en la sala de la casa de mi tía, y no el Maestro Jesús. Siendo muy inexperta, salí en busca de uno de los antiguos pobladores de Crotona y pregunté el nombre de ese Maestro. Me dijo que era el maestro K. H. Luego cometí un error fundamental, y desde entonces tuve que pagarlo. Creyendo que les agradaría, y sin la más mínima intención de ser jactanciosa, con toda inocencia dije: "Oh, ha de ser mi Maestro, porque he conversado con Él y he estado bajo Su guía desde entonces". La persona a quien me dirigí me miró y dijo con tono cortante: "¿Debo entender que usted se considera un discípulo?". Por primera vez en mi vida enfrenté la técnica de la rivalidad en la Sociedad Teosófica. No obstante, fue una lección saludable que me resultó benéfica. Aprender a callar es algo esencial en el trabajo grupal, y constituye una de las primeras lecciones que todo afiliado a la Jerarquía debe aprender.

Durante todo ese tiempo las niñas crecían y aprendían, y eso me deleitaba. En las breves y ocasionales cartas de Walter Evans nada había que indicara un cambio, y empecé a considerar nuevamente la necesidad de obtener el divorcio. A medida que se aproximaba el fin de la guerra, consulté a un abogado, quien me dijo que no habría dificultades.

En enero de 1919 conocí a Foster Bailey, y después [i156]que se me acordó el divorcio, nos comprometimos para casarnos. Los trámites para el divorcio fueron iniciados antes de conocernos. Estaba asustada y temía el juicio al respecto, pero no pudo ser más simple. La evidencia presentada era muy buena, y los testigos de inmejorable reputación. Una vieja amiga, que me conocía desde largo tiempo, la señora Weatherhead, me acompañó al juzgado. Presté el juramento de práctica. El juez me hizo una o dos preguntas respecto a la residencia y edad de las niñas, luego dijo: "He leído las declaraciones de sus testigos, señora Evans, tome el edicto y asuma la custodia de sus hijas. Buenos días. Venga el siguiente caso". Así terminó ese ciclo. Era libre y sabía que había [e118]hecho lo mejor que podía hacer por las niñas. California es uno de los estados donde es más difícil obtener el divorcio, y la rapidez con que se desarrolló mi juicio testifica la razón que me asistía y la correcta evidencia de mi caso. Walter Evans no presentó querella.

En el trascurso del año 1919 Foster Bailey y yo estuvimos cada vez más activos en la obra teosófica, e íntimamente unidos a nosotros estaba el doctor Woodruff Shepherd. Entonces yo vivía en Beechwood Drive con las tres niñas, y Foster Bailey vivía en una carpa en Crotona.

Había sido desmovilizado después del armisticio, pero tuvo licencia varios meses por enfermedad, pues el avión que piloteaba se estrelló mientras entrenaba observadores del ejército. Me fue presentado por Dot Weatherhead, después de una conferencia que yo había dado en Crotona, y también me introdujo en la verdad esotérica y me hizo conocer dicho lugar. Foster Bailey resume su recuerdo de esa presentación, en las palabras siguientes: "Todo lo que vi fue un montón de cabellos y una mujer huesuda". Siempre he tenido mucho cabello. Es herencia de familia y mis tres hijas tienen una abundante y hermosa caballera. Nunca olvidaré una observación de mi hija mayor, Dorothy (famosa por sus frases de doble sentido). Un día en Inglaterra me había lavado [i157]la cabeza y estaba sentada en el jardín de Ospringe Place en Favershan, secándome el cabello. Dorothy se asomó a una ventana y gritó: "Oh, mamá, si pudieras dar la espalda a la gente para que vieran sólo tu hermosa cabellera, nunca sabrán lo vieja que eres".

Hacia fines de 1919, el señor Bailey fue elegido Secretario Nacional de la Sociedad Teosófica, al señor Shepherd lo nombraron director de publicidad y yo fui designada editora de la revista "The Messenger", de esa sección, y presidenta del comité que dirigía en Crotona. Todos los aspectos del trabajo y los distintos reglamentos y principios que regían la administración quedaron a nuestra disposición. El Secretario General, A. P. Warrington era íntimo amigo nuestro y todos los trabajadores más antiguos también lo eran, por lo cual parecía reinar la más completa armonía y verdadero espíritu de colaboración. Poco a poco, sin embargo, empezamos a descubrir cuán superficial era esa armonía. Lentamente nos introdujimos en un período muy difícil y deprimente. Dedicábamos nuestro afecto y lealtad personal a nuestros amigos y miembros de la comisión ejecutiva; pero nuestro sentido de justicia y nuestra adhesión a los reglamentos eran constantemente traicionados. La verdad de las cosas es que, en la administración de la Sociedad Teosófica, en los Estados Unidos y en mayor grado en Adyar (centro internacional), eran entonces reaccionarios y anticuados en cuanto a un nuevo acercamiento a la vida y a la [e119]verdad; la libertad de interpretación y la impersonalidad constituían las características que debían regir los principios y métodos, pero no sucedía así.

La sociedad se había fundado para establecer la fraternidad universal, pero estaba degenerando en un grupo sectario que se preocupaba más en fundar y sostener logias y aumentar el número de miembros, que difundir entre el público las verdades de la Sabiduría Eterna. La norma de no admitir a nadie en la sección esotérica, para recibir enseñanza espiritual, [i158]a no ser que fuera miembro de la Sociedad Teosófica durante dos años, prueba lo antedicho. ¿Por qué no debía darse enseñanza espiritual a una persona, hasta no haber demostrado durante dos años lealtad a la organización? ¿Por qué debía exigirse a los miembros romper sus vínculos con otros grupos y organizaciones y prometer lealtad a lo que se denomina "Guía Externo" de la sección exotérica, cuando la única expresión de lealtad debería ser dedicación y servicio al semejante, a la Jerarquía espiritual y ante todo a la propia alma? Ninguna persona tiene el derecho de exigir hacia ella lealtad espiritual. Lo único que se le puede exigir al ser humano es, ante todo, lealtad a su propia divinidad interna, el alma, y más tarde al Maestro, bajo Cuya guía puede servir más eficazmente a sus semejantes.

Recuerdo que en una de las primeras reuniones de la sección esotérica a que asistí, la señorita Poutz, secretaria entonces de esa sección, hizo la asombrosa declaración de que nadie en el mundo podía ser discípulo de los Maestros de Sabiduría, a no ser que la señora Besant se lo notificara. Esa afirmación destruyó mi espejismo, aunque no hablé con nadie sobre ello, excepto con Foster Bailey. Sabía que era discípula del Maestro K. H. y que lo había sido hasta donde podía recordarlo. Evidentemente la señora Besant me había pasado por alto. No podía entender por qué los Maestros, que se suponen poseen conciencia universal, habrían de buscar Sus discípulos únicamente en las filas de la Sociedad Teosófica. Sabía que eso no podía ser, y también que Ellos no podían tener una conciencia tan limitada; más tarde conocí a muchos discípulos de los Maestros que jamás habían estado en contacto con la Sociedad Teosófica ni oído hablar de ella. Justamente cuando creí haber hallado un centro de luz y comprensión espirituales, descubrí que me había metido en una secta.

Entonces nos dimos cuenta que la sección esotérica ejercía un dominio absoluto sobre la Sociedad Teosófica. Los miembros eran buenos únicamente si [i159]aceptaban la autoridad de la sección esotérica y estaban de acuerdo con todos los dictámenes del "Guía Externo", y si eran leales a las personas recomendadas por los [e120]dirigentes de la sección esotérica de cada país. Algunos de los dictámenes eran ridículos. Muchos de los recomendados eran mediocres, hasta la enésima potencia. Otros considerados iniciados, no eran particularmente inteligentes ni amorosos, porque el amor y la inteligencia en su máxima medida es la característica del iniciado. Siempre había rivalidades y pretensiones entre los miembros más avanzados y, por lo tanto, una lucha constante entre personalidades, lucha que no se limitaba a batallas orales, sino que se expresaba también en artículos aparecidos en revistas. Nunca olvidaré el espanto que me causó lo que me dijo alguien en Los Ángeles: "Si quiere saber lo que no es la fraternidad, vaya a vivir a Crotona", ignoraba que yo vivía allí.

La situación era muy seria, y tan grande la separación en la sección que defendía la fraternidad, la impersonalidad, la sencillez y la dedicación al servicio de la humanidad, que Foster cablegrafió a la señora Besant comunicándole que si la sección esotérica seguía dominando a la Sociedad Teosófica, dicha sección sería atacada muy seriamente a corto plazo. Fue entonces que la señora Besant envió a B. P. Wadia a los Estados Unidos para investigar y averiguar que pasaba; en consecuencia se hicieron reuniones oficiales, actuando como árbitro Wadia. Foster, el doctor Shepherd, yo y muchos otros, representábamos al sector democrático; el señor Wárrigton, la señorita Poutz y sus adherentes, representaban la parte autoritaria y dominante de la sección esotérica. Nunca en mi vida había estado mezclada en las querellas de una organización, siendo un período no muy grato. Apreciaba a algunas de las personas del sector opuesto, lo cual me perturbaba excesivamente. Con el tiempo, la dificultad se extendió a toda la sección, y los miembros iban renunciando.

[i160]Mientras tanto trabajábamos intensamente en nuestras oficinas de la Sociedad Teosófica; las niñas estaban bien, teníamos proyectado casarnos en cuanto las cosas estuvieran más o menos estabilizadas. Nuestra renta se había reducido seriamente. Los salarios de Crotona ascendían a diez dólares semanales. Después del divorcio Walter Evans no me remitía dinero. Foster nada poseía en esa época. Había abandonado su trabajo de abogado durante la guerra, aunque intentaba reasumirlo. Era una antigua profesión de la familia, y cuando sólo tenía veintiocho años ganaba anualmente grandes sumas de dinero. Abandonó todo, a fin de ayudarme en el trabajo que ambos llevaríamos a cabo y que gradualmente se iba configurando; éste fue uno de los muchos sacrificios que hizo cuando decidió compartir mi destino. Las niñas lo adoraban y lo adoran, y las relaciones se han mantenido siempre muy afectuosas, lo cual significó para él un gran sacrificio. Desde el principio el cariño fue mutuo. Una vez, al [e121]venir él por Beechwood Drive con el propósito de visitarme, conoció a Dorothy, la mayor, cuando ésta tenía más o menos nueve años. De pronto oyó chillidos y gritos proveniente de un árbol que estaba frente a él. Al ir apresuradamente al lugar, vio a una niña en una rama, colgando de las piernas. La miró y dijo simplemente: "Déjate caer", y ella cayó en sus brazos; desde entonces a menudo dice que, simbólicamente, ella ha estado siempre en sus brazos. A Mildred la conoció gravemente enferma, atacada de sarampión reprimido, con altísima fiebre, sin saber qué mal la aquejaba. Mildred es de carácter básicamente introvertido y no era extraño que sufriera de sarampión "reprimido". Tratamos de localizar a un especialista; mientras tanto una amiga, la señora Copley Enos y yo, nos pasábamos el día envolviéndola en sábanas mojadas, a fin de bajarle la fiebre. Foster vino a ayudarnos. Al penetrar en la habitación, Mildred lo miró, y desde ese momento [i161]han sido íntimos. Conoció a Ellison como una niña gorda y muy sucia que hacía tortas de barro en el fondo de la casa.

Por lo tanto, la vida de Foster y la mía se desenvolvía vinculada con el trabajo de relaciones públicas, proyectando y haciendo arreglos para el futuro. La situación de la Sociedad Teosófica era cada vez más difícil; se estaban haciendo preparativos para la convención de 1920, cuando hizo crisis la situación. Respecto a mi experiencia interna, debo decir que la Sociedad Teosófica me había desilusionado, lo mismo que el cristianismo ortodoxo, aunque la situación no era tan aguda, porque grandes y fundamentales verdades básicas habían llegado a tener significado para mí, pues Foster y yo teníamos planeado casarnos y ya no me encontraba sola.

Llego ahora a un acontecimiento de mi vida del cual no me atrevo a hablar. Concierne el trabajo que estuve realizando en los últimos veintisiete años, que fue mundialmente reconocido y ha despertado la curiosidad de todo el mundo. A veces he sido puesta en ridículo y han sospechado de mí, lo cual comprendo perfectamente, pues hasta yo sospechaba de mí misma. Me pregunto por qué me ocupo de este asunto y no sigo la norma que hasta ahora me he fijado, dejar que mi trabajo y los libros hablen por sí mismos y constituyan la mejor defensa. Creo que tengo dos razones.

Ante todo, deseo señalar el estrecho vínculo que la Jerarquía interna de Maestros establece con los hombres, y también allanar el camino para esas personas que realizan el mismo tipo de trabajo, siempre que sea el mismo. Existen numerosos aspectos de tos llamados escritos síquicos. Las personas no saben distinguir entre la expresión de un pensamiento ansioso, o el surgimiento de un subconsciente bueno, dulce, bien intencionado y cristiano, [e122]o un escrito automático, la captación de corrientes [i162]mentales (que todos lo hacen), o el fraude directo; además hay esos escritos que son el resultado de una fuerte sensibilidad telepática subjetiva y la respuesta a la impresión proveniente de ciertas y elevadas fuentes espirituales. Repetidas veces aparecen en la Biblia las palabras: "Y el Señor dijo" y algún profeta o vidente lo escribió. Gran parte de ello es hermoso y de importancia espiritual. Sin embargo, casi todo lleva la firma de la frágil humanidad que expresa sus ideas acerca de Dios, Su celo, Su espíritu de venganza y Su sed de sangre. Se dice que los grandes músicos oyen sinfonías y corales por medio del oído interno y que las traducen en signos musicales. ¿De dónde sacan nuestros grandes poetas y artistas su inspiración, a través de las edades? La extraen de una fuente interna de belleza.

El tema se ha desacreditado, debido a los innumerables escritos de carácter metafísico y espiritista, de erudición muy pobre, cuyo contenido es tan inferior y mediocre, que las personas cultas se mofan y no se molestan en leerlos. En consecuencia quisiera demostrar que existe otro tipo de impresión e inspiración que puede dar como resultado escritos fuera de lo común, e impartir las enseñanzas que requieran las generaciones futuras. Digo esto con toda humildad, pues soy sólo la pluma o el lápiz, la taquígrafa o trasmisora de la enseñanza de alguien a quien reverencio y respeto y he sido muy feliz en servirlo.

En noviembre de 1919 establecí mi primer contacto con El Tibetano. Había enviado a mis hijas a la escuela y, con la idea de tener algunos minutos para mí, salí en dirección a una colina, cerca de la casa. Allí me senté y comencé a reflexionar, cuando de pronto me sentí alarmada, y presté atención. Oí lo que me pareció una clara nota musical, emitida desde el cielo, resonando en la colina y dentro de mí. Entonces escuché una voz que decía: "Deberán escribirse ciertos libros [i163]para el público. Tú puedes escribirlos. ¿Lo harás?" Inmediatamente respondí: "No, de ninguna manera. No soy una vulgar síquica, ni quiero ser atrapada en ello": Quedé sorprendida al darme cuenta que hablaba en voz alta. La voz continuó y dijo que las personas inteligentes no juzgan precipitadamente, que yo tenía un don especial para la telepatía superior y lo que se me pedía no implicaba aspecto alguno de psiquismo inferior. Repetí que no me importaba ni interesaba un trabajo de carácter psíquico. El ser invisible que me hablaba tan clara y directamente dijo entonces que me daría tiempo para reflexionar, que en ese momento no aceptaría mi respuesta y volvería exactamente dentro de tres semanas para saber qué habla decidido.

[e123]Me sacudí como quien despierta de un sueño, regresé a casa y olvidé el hecho por completo. No pensé más en lo ocurrido ni se lo conté a Foster. Durante cierto lapso nunca lo recordé, pero al finalizar las tres semanas, una noche estando sentada en la salita, después que mis hijas se habían acostado, oí nuevamente la voz para proponerme lo mismo. Volví a rehusar, pero mi interlocutor me rogó que volviera a considerar la propuesta, por lo menos un par de semanas más, y ver qué podía hacer. Esto despertó mi curiosidad, pero aún no estaba convencida. Decidí probar por un par de semanas o un mes, para determinar mi decisión. Durante esas semanas recibí los primeros capítulos de "Iniciación Humana y Solar".

Quiero dejar bien aclarado que el trabajo que hago de ninguna manera está relacionado con la escritura automática. La escritura automática, con excepción de rarísimos casos (desgraciadamente cada cual cree que su propio caso es la excepción), es muy peligrosa. Nunca se supone que un aspirante o discípulo sea un autómata y que tampoco deje de controlar conscientemente [i164]alguna zona de su equipo. Si lo hace, entra en un estado de negatividad peligrosa. El material recibido es generalmente mediocre. No contiene nada nuevo y con frecuencia se olvida a medida que trascurre el tiempo. Muchas veces el estado negativo del sujeto permite la entrada a una segunda fuerza, la cual, por razones especiales, no es de un grado tan elevado como la primera. Luego existe el peligro de la obsesión. Hemos tratado muchos casos de obsesión como consecuencia de la escritura automática.

En el trabajo que realizo no hay negatividad, asumo una actitud de atención positiva e intensa. Retengo el pleno control de todos mis sentidos de percepción y nada de lo que hago es automático. Sencillamente escucho, anoto las palabras que oigo y registro los pensamientos que se introducen uno tras otro en mi cerebro. Nada cambio de lo que se me ha dado, la única excepción es pulir el idioma o reemplazar un vocablo poco usual por otro más claro, cuidando siempre de conservar el sentido. En lo dictado por El Tibetano nunca he cambiado nada. De haberlo hecho, no me hubiera dictado nada más. Quiero dejar esto bien aclarado. No siempre comprendo lo que se me dicta, ni tampoco estoy de acuerdo, pero registro todo honestamente para descubrir luego que tiene sentido y evoca respuesta intuitiva.

Ese trabajo de El Tibetano ha intrigado grandemente a las personas y a los sicólogos de todas partes. Discuten acerca de la causa de este fenómeno y argumentan que lo que escribo es probablemente producto de mi subconsciente. Se me ha dicho que Jung acepta la posición de que El Tibetano es mi yo superior [e124]personificado y que Alice A. Bailey es el yo inferior. Algún día (si tengo el placer de encontrarme con él) le preguntaré cómo puede ser que mi yo superior personificado me envíe encomiendas desde la India, pues eso ha estado haciendo.

[i165]Hace unos cuantos años, un amigo muy dilecto, Henry Carpenter, que había estado en contacto muy íntimo con Foster y yo, desde el principio de nuestra tarea, fue a la India para tratar de comunicarse con los Maestros en Shigatzé, pequeña aldea nativa en los Himalayas, justamente al otro lado de la frontera tibetana. Por tres veces lo intentó, a pesar de que yo le había dicho que podría encontrar al Maestro aquí en Nueva York si daba los pasos adecuados y el momento era propicio. Quería decirle a los Maestros, lo cual me causaba gracia, que yo pasaba por un período muy difícil y era conveniente hacer algo. Como amigo personal de Lord Reading, exvirrey de la India, se le dieron todas las facilidades para llegar a destino, pero el Dalai Lama le negó permiso para cruzar la frontera. En su segundo viaje a la India, encontrándose en Gyantse (el lugar más cercano de la frontera al que pudo llegar) oyó un gran alboroto en la empalizada del bungalow de un "dak". Fue a ver de qué se trataba y se encontró con un lama montado en un burro que acababa de atravesar la empalizada. Era asistido por cuatro lamas y todos los nativos de la aldea los rodeaban y se inclinaban ante ellos. El señor Carpenter, por medio de su intérprete, hizo averiguaciones y así supo que el lama era un abad de un monasterio ubicado al otro lado de la frontera tibetana y había venido especialmente para hablar con él.

El abad expresó su interés por el trabajo que estábamos realizando y le preguntó por mí. También inquirió noticias de la Escuela Arcana, y le entregó dos grandes paquetes de incienso para mí. Más adelante, Carpenter vio al general Laden Lha en Darjeeling. El general era tibetano, educado en Gran Bretaña en una escuela pública y en la universidad, y tenía a su cargo el servicio secreto de la frontera tibetana. Ya ha fallecido; fue un gran hombre y muy bueno. El señor Carpenter le contó su experiencia con el lama, que dijo ser abad de un [i166]monasterio de lamas. El general negó rotundamente tal posibilidad. Dijo que el abad era un grande y santo hombre y que nunca se supo que hubiera cruzado la frontera y visitado a un occidental. Sin embargo, cuando Carpenter regresó al año siguiente, el general Laden Lha admitió su error y que el abad en verdad había bajado a verlo.

Después de haber escrito casi un mes para El Tibetano, me sentí totalmente atemorizada y rehusé rotundamente continuar con el trabajo. Le dije que las tres niñas sólo me tenían a mí para atenderlas, que si me enfermaba o enloquecía (como [e125]muchos síquicos) quedarían solas y no me atrevía a correr ese riesgo. Aceptó mi decisión, pero me dijo que tratara de ponerme en contacto con mi Maestro K. H. y conversara sobre el asunto. Después de reflexionar más o menos una semana decidí ponerme en contacto con K. H.; así lo hice, siguiendo una técnica muy especial que Él mismo me había enseñado. Cuando tuve la oportunidad de entrevistarme con K. H. tratarnos la cuestión con toda amplitud. Mi Maestro me aseguró que respecto a mi no existía el menor peligro, físico ni mental, y que se me ofrecía la oportunidad de realizar un trabajo realmente valioso. Me dijo ser Él mismo quien sugirió a El Tibetano que yo podría ayudarlo, y que no me trasfería a Su ashrama o grupo espiritual, pues deseaba que continuara trabajando en el Suyo. Acepté por consiguiente el deseo de K. H. y manifesté a El Tibetano que trabajaría con Él. Sólo he sido su amanuence y secretaria, pero no pertenezco a Su grupo. Por otra parte no se ha inmiscuido nunca en mi trabajo o entrenamiento personal. La primavera de 1920 fue un período de feliz colaboración con Él, mientras tanto estudiaba como discípulo avanzado en el ashrama de mi propio Maestro.

Desde entonces he escrito muchos libros para El Tibetano. Poco después de haber concluído los primeros capítulos de [i167]Iniciación Humana y Solar, le mostré el manuscrito a B. P. Wadia. Se entusiasmó y me dijo que publicaría cualquier cosa "proveniente de esa fuente", y publicó los primeros capítulos en la revista "The Theosophist", editada en Adyar, la India. Luego surgió la usual envidia y actitud reaccionaria de los teósofos y nada más se publicó.

El estilo de El Tibetano ha mejorado con el correr de los años. Al principio el dictado en inglés era engorroso y pobre, pero nos arreglábamos para lograr un estilo y presentación acorde con las grandes verdades que Él debía revelar y mi esposo y yo debíamos llevar a la atención pública.

En los primeros tiempos que escribía para El Tibetano, debía hacerlo a horas establecidas, y el dictado era claro, conciso y definido. Se me dictaba palabra por palabra, en tal forma, que en verdad podía decir que oía nítidamente una voz. Por lo tanto comencé con la técnica de clariaudiencia, pero pronto descubrí, a medida que se sintonizaban nuestras mentes, que ello era innecesario y que si me concentraba bastante y enfocaba adecuadamente mi atención podía recibir y anotar los pensamientos de El Tibetano (ideas formuladas y expresadas con sumo cuidado), a medida que los volcaba en mi mente. Esto implicaba alcanzar y mantener un intenso y enfocado punto de atención. Es algo así como la habilidad de un aventajado estudiante, en la meditación, cuando puede mantener un punto determinado de atención espiritual en [e126]el nivel más elevado posible, lo cual puede ser fatigoso en las primeras etapas, cuando se realizan grandes esfuerzos para lograrlo, pero posteriormente ya no lo requiere y los resultados son, claridad de pensamiento y un estímulo, con buenos y definidos efectos físicos.

Actualmente, como resultado de veintisiete años de trabajo, puedo ponerme instantáneamente en relación telepática con El Tibetano, sin la más mínima dificultad: conservo, y así lo hago, mi [i168]propia integridad mental todo el tiempo, y siempre argumento con Él cuando, a veces, como occidental, me parece conocer mejor algunos aspectos de la presentación. Cuando discutimos cualquier tema, escribo invariablemente el texto tal como Él quiere, aunque probablemente modifique su presentación después de haberlo discutido conmigo, pero si no cambia sus palabras o punto de vista, no altero en absoluto lo dicho.

Después de todo, los libros son Suyos y no míos y, básicamente, la responsabilidad es Suya. No me permite cometer errores y repasa con sumo cuidado el borrador final. No es sólo la simple cuestión de recibir su dictado y presentárselo una vez pasado a máquina, sino la cuidadosa revisión, por su parte, del borrador final. Menciono esto deliberadamente, porque algunas personas, cuando El Tibetano dice algo con lo cual no están de acuerdo personalmente, tienden a considerar el punto en desacuerdo como una intercalación mía. Aunque no siempre comprendo ni estoy de acuerdo con lo que me dicta, eso nunca lo he hecho; reitero nuevamente que he publicado con exactitud lo que El Tibetano ha dicho. Este punto lo sostengo enfáticamente.

Algunos estudiantes, cuando no comprenden lo que El Tibetano quiere significar, dicen que Sus ambigüedades, como las denominan, se deben a mi captación errónea. Donde existen ambigüedades, y son numerosas en Sus libros, es debido a que no puede ser más claro, por las limitaciones de sus lectores y por la dificultad de encontrar palabras que expresen las nuevas verdades y las percepciones intuitivas que todavía se ciernen en los límites de la conciencia humana en desarrollo.

Los libros que Él ha escrito son considerados muy importantes por los Instructores responsables de difundir [i169]las nuevas verdades que la humanidad necesita. Se ha impartido además una nueva enseñanza sobre el entrenamiento espiritual y también relacionada con la preparación de aspirantes para el discipulado. Se están haciendo grandes cambios en métodos y técnicas, y por eso El Tibetano puso especial cuidado en que yo no cometiera errores.

[e127]En la segunda fase de la Guerra Mundial, que comenzó en 1939, muchos pacifistas y personas bien intencionadas, aunque irreflexivas, pertenecientes a la Escuela Arcana y al público en general, hasta quienes pudimos llegar, presumieron que yo había escrito los artículos y folletos que respaldan a las Naciones Aliadas, y sobre la necesidad de derrotar a las potencias del Eje, no siendo El Tibetano responsable del punto de vista antinazi de esos artículos. Esto tampoco es verdad. Los pacifistas adoptaron el punto de vista ortodoxo e idealista, de que siendo Dios amor no podía ser antigermano o antijaponés. Debido a que Dios es amor no tenía otra alternativa, ni tampoco la tenía la Jerarquía que actuaba bajo el Cristo, y lo único que podía hacer era mantenerse firme al lado de los que trataban de liberar a la humanidad de la esclavitud, el mal, la agresión y la corrupción. Nunca han sido más verdaderas las palabras de Cristo: "El que no está conmigo, está contra mí". En los escritos de esa época El Tibetano expresó Su firme e inquebrantable posición, y hoy (1945), al comprobarse las inenarrables atrocidades, crueldades y política de avasallamiento de las naciones del Eje, Su actitud ha quedado justificada.

Durante todo este tiempo las cosas iban empeorando en Crotona. Wadia acababa de llegar (como representante de la señora Besant) y promovía dificultades; nosotros colaboramos plenamente con él a fin de devolver a la Sociedad Teosófica su impulso original de fraternidad universal; colaboramos porque en esa época Wadia parecía que, sensata y sinceramente, se interesaba [i170]en realidad por dicha sociedad. La brecha producida allí se ensanchaba progresivamente y la línea de demarcación se hacía más evidente entre quienes mantenían un punto de vista democrático y los que apoyaban la autoridad espiritual y el control absoluto de la Sociedad Teosófica por la sección esotérica.

El postulado original de la Sociedad Teosófica se fundaba en la autonomía de las logias dentro de las diversas secciones nacionales, pero en la época en que Foster Bailey y yo comenzamos a trabajar, la situación había cambiado fundamentalmente. Las personas que se hacían cargo de cualquier logia eran miembros de la sección esotérica, y por su intermedio la señora Besant y los dirigentes de Adyar, controlaban todas las secciones y logias. Si uno no aceptaba los dictámenes de los miembros de la sección esotérica de cada logia caía en desgracia, resultando casi imposible trabajar en ella. Las revistas de las distintas secciones, así como la revista internacional "The Theosophist", sólo se ocupaban de querellas personales. Se publicaban artículos para atacar o defender a determinado individuo. La sociedad era invadida por una fuerte oleada de psiquismo, debido a las manifestaciones sobre psiquismo de Leadbeater y al extraordinario control que él [e128]ejercía sobre la señora Besant. El corolario del escándalo, conectado con Leadbeater, daba mucho que hablar. Las declaraciones de la señora Besant sobre Krishnamurti causaron la total escisión de la sociedad. Desde Adyar se impartían órdenes que pretendían provenir de uno de los Maestros para el Guía externo, y decían que todo miembro de la Sociedad Teosófica debía interesarse por cada uno de los tres sistemas de trabajo -la orden francmasónica, la orden de servicio y el movimiento educativo. Si uno no lo hacía era considerado desleal y un mal teósofo, que no obedecía las demandas de los Maestros.

Los libros que Leadbeater publicaba en Adyar [i171]contenían implicaciones síquicas imposibles de verificar y poseían una fuerte dosis de astralismo. Una de sus obras más importantes: "El Hombre, ¿de Dónde y Cómo Vino, y a Dónde Va?" Comprueba, para mí, la deshonestidad fundamental de lo que escribió. Describe en él, el futuro y el venidero trabajo de la Jerarquía, y lo curioso y llamativo es que la mayoría de las personas, destinadas a desempeñar altos cargos en la Jerarquía y en la próxima civilización eran todos amigos personales de Leadbeater. Conocí a algunos de ellos personas dignas, amables, mediocres, ninguna era intelectualmente un gigante y la mayoría, nulidades. He viajado mucho, he encontrado tanta gente más eficaz para el servicio mundial, con mayor inteligencia para servir al Cristo y reales exponentes de la fraternidad, que me di cuenta de la futilidad e inutilidad de este tipo de literatura.

Por estas causas los miembros abandonaban la Sociedad Teosófica disgustados y perplejos. Muchas veces he pensado cuál habría sido el futuro de la Sociedad si hubieran tenido la entereza suficiente de quedarse, negándose a ser expulsados y luchando por mantener la base espiritual del movimiento. Pero no lo hicieron, y un gran número de personas dignas se retiraron, sintiéndose frustradas, impedidas e incapaces de trabajar. Personalmente nunca renuncié, y sólo dejé de abonar mis cuotas anuales estos últimos años. Escribo esto detalladamente porque tal situación o antecedente, hizo necesarios los cambios que sobrevinieron, y debido a ello fue adquiriendo forma nuestro trabajo para los veinte años siguientes.

Los discípulos de los Maestros residen en todas partes del mundo, y trabajan en muy diversos aspectos, a fin de llevar a la humanidad hacia la luz y materializar el reino de [i172]Dios sobre la tierra; la actitud de la Sociedad Teosófica, al considerarse único canal y rehusar el reconocimiento de otros grupos y organizaciones, como partes integrantes e igualmente importantes del Movimiento teosófico mundial (no de la Sociedad Teosófica), es la verdadera [e129]causante y responsable de su pérdida de prestigio. Parece ser un poco tarde para corregir sus métodos, salir del aislamiento y separatividad y formar parte de un Gran Movimiento Teosófico que está difundiéndose actualmente por el mundo. Este movimiento no sólo se expresa por medio de los diversos grupos ocultistas y esotéricos que existen, sino también mediante los sindicatos laborales, los planes que se han hecho para lograr la unidad mundial y la rehabilitación de posguerra, la nueva visión del sector político y el reconocimiento de las necesidades de la humanidad en todas partes. Es realmente desalentador, para quienes hemos amado los principios y verdades sostenidos originalmente por la teosofía, comprobar la degeneración del hermoso impulso inicial.

No cabe la menor duda de que el movimiento iniciado por Helena Petrovna Blavatsky fue parte integrante de un plan jerárquico. Siempre han existido sociedades teosóficas a través de las edades -el nombre del movimiento no es nuevo-, pero H. P. B. le dio una luz y publicidad que proporcionó una nueva nota e hizo surgir a la superficie un grupo, olvidado y secreto, haciendo posible que el público de todas partes respondiera a esta tan antigua enseñanza. La deuda que el mundo ha contraído con la señora Besant por el trabajo realizado, que puso a disposición de las masas de todos los países, los principios básicos de la enseñanza teosófica, es algo que nunca podrá pagarse. No existe razón alguna valedera que haga olvidar la estupenda y magnífica tarea que realizó para los Maestros y la humanidad. Quienes en estos últimos cinco años la han atacado violentamente, constituyen un puñado de pulgas atacando a un elefante.

[i173]En 1920 esta situación llegó a su culminación. La brecha entre la autoritaria sección esotérica y las mentes democráticas de la Sociedad Teosófica, se ha ampliado constantemente.

El señor Wárrington y los dirigentes y asistentes de la sección esotérica, en Norteamérica, representaban un grupo; el otro grupo era dirigido por Foster Bailey y B. P. Wadia. Esta situación prevalecía cuando se realizó la famosa convención de 1920, en Chicago. Nunca había asistido yo a una convención, y decir que me desilusionó, me desagradó y me resultó chocante, sería expresarlo con suavidad. Se había reunido un grupo de hombres y mujeres provenientes de todos los lugares de los Estados Unidos, que presumiblemente se ocupaban de impartir enseñanza y difundir la fraternidad. El odio y el rencor, la animadversión personal, las maniobras políticas, resultaban tan afrentosas y chocantes, que hice la promesa de no asistir jamás en mi vida, a otra Convención Teosófica. Después del señor Warrington, éramos las autoridades más altas de la comisión directiva de la Sociedad Teosófica, pero [e130]constituíamos una minoría. Desde el primer momento de la convención se evidenció que la sección esotérica ejercía el control, y como los que representaban la fraternidad y la democracia eran numéricamente inferiores fueron, por lo tanto, derrotados.

Entre las autoridades había teósofos muy descontentos, pues eran controlados por la sección esotérica y reconocían que empleaba métodos abusivos. Muchos hicieron todo lo posible por demostrarnos un espíritu amistoso. Algunos, al término de la Convención, se convencieron de la rectitud de nuestra posición y nos lo comunicaron. Otros, que asistieron a la Convención sin prevenciones, pusieron todo su interés en nuestro sector y dieron su apoyo. Sin embargo, fuimos vencidos a pesar de todo, y la sección esotérica se mostró agresivamente triunfante. No nos quedó otro remedio que volver a Crotona, y la situación era tal, que eventualmente [i174]Wárrington tuvo que renunciar como presidente de la Sociedad Teosófica en Norteamérica, pero retuvo su cargo en la sección esotérica. Fue remplazado por el señor Rogers, que demostraba una oposición mucho más personal que el señor Wárrington, que se daba cuenta de nuestra sinceridad, y aparte de las diferencias de la organización, existía un fuerte afecto entre él, Foster y yo. El señor Rogers era de menor envergadura y nos expulsó de los cargos que ocupábamos, en cuanto entró en el poder. Así terminó nuestra época en Crotona y finalizó nuestro esfuerzo por servir lealmente a la Sociedad Teosófica.



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