[e102][i133]WALTER
Evans me abandonó cuando tenía 35 años. Por lo que he podido observar,
esta edad es con frecuencia la encrucijada para muchas vidas. A esa
edad se sabe el trabajo que corresponde realizar en la vida o si en
determinada vida se ha de obtener cierta medida de plenitud y también
ser de utilidad. Los adeptos a la ciencia de los números probablemente
afirmarán que esto se debe a que 7 x 5 = 35; el número 7 indica la
terminación de un ciclo completo y es una puerta abierta hacia una
nueva experiencia; mientras que el 5 es el número de la mente y de
la criatura inteligente llamada hombre. No sé si es así, pero algo
debe existir en la ciencia de los números, porque se dice que Dios
trabaja con números y fórmulas, pero nunca me han causado impresión
estas deducciones.
Lo cierto es que en 1915 entré en un ciclo totalmente nuevo donde
descubrí, por primera vez, que poseía una mente, y comencé a utilizarla
y a comprobar su flexibilidad y potencia y a emplearla como "faro"
dirigido a mis propios asuntos e ideas, a las cuestiones del mundo
que me rodea y a un reino aún por descubrir, que podría denominarse
espiritual -mundo que Patanjali, antiguo instructor hindú, denomina
"la nube de cosas conocibles".
En la difícil época en que trabajaba como obrera de una fábrica, conocí
la teosofía. No me gusta esta palabra, pese a su hermosa implicación
y significado. Representa en la mente de la mayoría algo que esencialmente
no es. Espero demostrar, si puedo, lo que realmente es. Esto señaló
el comienzo de una nueva era espiritual en mi vida.
En Pacific Grove vivían dos inglesas que pertenecían a mi mismo medio
social [i134]británico.
No había entablado conocimiento con ellas, pero deseaba hacerlo, debido,
en gran parte, a que me sentía muy sola. Anhelaba conocer a alguien
de la madre patria; las había visto en las calles del pequeño pueblo.
Corría el rumor de que preparaban una reunión en su casa para tratar
un tema peculiar, y una amiga común me consiguió una invitación. Mis
móviles no eran muy elevados, pues no iba movida por el deseo de escuchar
algo nuevo e interesante u obtener ayuda, sino porque quería conocer
a esas dos mujeres.
[e103]La charla
me resultó pesada y el conferenciante muy pobre. No podía imaginarme
otro peor que ése. Comenzó su charla con esta seca declaración: "Hace
diecinueve millones de años, los Señores de la Llama vinieron de Venus
y plantaron la simiente de la mente en el hombre". Exceptuando
a los teósofos presentes, no creo que en la habitación alguien supiese
de qué hablaba. Nada de lo que decía tenía sentido para mí. Una de
las razones era que en esos días yo compulsaba los ciclos evolutivos
en la Biblia, la cual ubicaba la fecha de la creación en el año 4004
antes de Cristo. Había estado
muy ocupada con mis funciones de madre como para tener tiempo de leer
libros sobre la evolución. No me convencía mucho la teoría de la evolución
y recuerdo haber leído a Darwin y a Herbert Spencer con el sentimiento
de ser culpable y desleal a Dios. Pensar que el mundo tuviera diecinueve
millones de años era una blasfemia.
El conferencista deambuló por todo el mundo del pensamiento. Informó
al auditorio que cada uno de los presentes poseía un cuerpo causal
y que aparentemente ese cuerpo estaba habitado por un agnishvatta.
Me pareció toda una estupidez y dudo que un conferenciante así, pueda
prestar ayuda a alguien. En ese momento resolví, que si alguna vez
tenía que dar una conferencia, no hacer lo que ese disertante teósofo
había hecho. Pero logré una cosa, la [i135]amistad
de esas dos mujeres. Me tomaron bajo su cuidado y me facilitaron libros.
Entraba y salía de su casa y hacía la mar de preguntas.
Mis días se hicieron interminables. Me levantaba a las 4 de la mañana,
limpiaba la casa, preparaba el almuerzo para las tres niñas, a las
6 les daba el desayuno, después de lavarlas y vestirlas. A las 6.30
de la mañana las llevaba a casa de la vecina e iba a la fábrica a
envasar las dichosas sardinas. Por la tarde, si el tiempo era bueno,
almorzaba en la playa. Generalmente a las 4 ó 4.30 de la tarde regresaba
a casa. En invierno, me quedaba en casa para jugar con mis niñas o
leerles. En verano las llevaba a la playa. A las 7 de la tarde regresábamos
para la cena y luego las acostaba. Después ponía la ropa en remojo
o el pan a leudar, me acostaba y leía sin descanso hasta la media
noche.
Soy de ese tipo de persona que, por temperamento, requiere dormir
pocas horas. Siendo aún niña, un médico (que me conocía muy bien)
me dijo que sólo necesitaba cuatro horas de sueño, y tenía razón.
Hasta ahora me levanto habitualmente a las 4.30 y, después de desayunarme,
escribo y trabajo hasta las 7. Éste ha sido el ritmo de mi vida y
quizás una de las razones por las que he podido realizar tantas cosas.
Otra de las razones que me ayudó a trabajar tan arduamente fue la
disciplina extremadamente ordenada que observé durante [e104]mi
niñez, por eso nunca pude estar ociosa. Tampoco se me permitió estar
sin hacer nada, de manera que siempre hago algo. Hay una tercera razón
y creo que será de utilidad para muchas personas. Ansiaba conocer
tantas cosas que debía buscar tiempo [i136]para
ello, y a la vez ocuparme de mis hijas. Nunca las descuidé, pero me
exigió mucha reflexión, planeamiento y disciplina. Así aprendí a planchar,
teniendo un libro delante, y hasta hoy puedo leer y planchar simultáneamente
sin quemar la ropa. Aprendí a pelar papas mientras leía, sin cortarme,
y puedo desgranar y limpiar guisantes leyendo un libro; cuando coso
o remiendo siempre leo, porque deseo obtener mayor conocimiento, y
muchas mujeres podrían hacer lo mismo si en verdad se interesan. Pero
ocurre que no tienen suficiente interés. Además leo con gran rapidez,
captando párrafos y hasta páginas enteras con igual prontitud con
que los demás leen una frase. No recuerdo el término técnico para
denominar esta capacidad visual. Muchas personas lo hacen y muchas
más podrían realizarlo si se lo propusieran.
Llegué a un arreglo con mi propia conciencia, en lo que respecta a
mi deber de madre y ama de casa. Tuve oportunidad de observar a una
señora amiga que tenía cinco hijos, quien aparentemente había recibido
un llamado del Señor para ir a enseñar, y así lo hizo, pero a expensas
de los niños, que dejó al cuidado de la hija mayor de sólo 15 años.
La muchacha hacía lo que podía, pero atender cuatro criaturas es algo
serio. Teníamos que ayudarla a darles de comer, bañarlos y disciplinarlos
cuando era necesario. Fue una lección para mí, y un terrible ejemplo
de lo que no debía hacer. Por eso decidí que hasta que mis niñas no
llegaran a la mayoría de edad, dedicaría todo el tiempo a ellas y
al hogar. Llegado ese momento y cuando pudieron ayudar, nos repartimos
el trabajo.
Alrededor de 1930, cuando las tres eran prácticamente mayores, les
dije que debían considerarme como consejera y madre. Pero habiéndoles
dedicado ya veinte años enteros, desde este momento antepondría a
ellas mi tarea pública. También les recordé que siempre [i137]estaría
con ellas, creo que lo recordarán o lo harán después que me haya ido
de este mundo.
De manera que leí, estudié y reflexioné. Mi mente despertó, mientras
luchaba con las ideas presentadas y trataba de adaptar mis propias
creencias a los nuevos conceptos. Entonces conocí a dos señoras ancianas
que vivían en dos chalets contiguos, lo cual era indispensable, pues
disputaban todo el tiempo. Ambas habían sido discípulas personales
de H. P. Blavatsky, recibiendo de ella entrenamiento y enseñanza.
Conocí La Doctrina Secreta, grandiosa obra de H. P. B. Me intrigó,
aunque me dejó totalmente desconcertada. No entendía nada. [e105]Para
los principiantes es un libro muy difícil, está mal recopilado y carece
de continuidad. H. P. B. empieza con un tema, se desvía a otro, inicia,
dilucida extensamente un tercero y, si seguimos, hallaremos que vuelve
al tema original después de sesenta o setenta páginas.
Claude Falls Wright, secretario de E. P. B., me dijo que al preparar
esta monumental obra (porque en verdad lo es), su autora escribía
una página tras otra sin enumerar, arrojándolas al suelo a medida
que las llenaba. Terminada la tarea del día, el señor Wright y otros
ayudantes, recogían las hojas y trataban de ordenarlas, y según decía,
lo admirable es que el libro haya salido tan claro. Su publicación
constituyó un gran acontecimiento mundial, y la enseñanza contenida
ha revolucionado el pensamiento humano, aunque la gente no lo crea.
Las horas dedicadas a su estudio las considero como las más valiosas
de mi vida, y los antecedentes y conocimientos que me aportaron hizo
posible lo mejor de mi trabajo en el campo ocultista. Pasaba las noches
en la cama leyendo La Doctrina Secreta y contra mi costumbre
[i138]olvidaba
leer la Biblia. Me agradaba ese libro, y al mismo tiempo me disgustaba
de todo corazón. Creí que estaba mal escrito, que era incorrecto e
incoherente, pero no podía dejarlo.
Fue entonces que estas dos señoras ancianas me tomaron a su cargo.
Día tras día, durante semanas, se dedicaron a enseñarme. Me mudé a
una pequeña casa para estar cerca de ellas. Era un lugar seguro para
mis criaturas, con árboles para trepar, un jardín que arreglar y nada
que pudiera causarme ansiedad. Mientras mis hijas jugaban, me sentaba
en el porche de uno de los chalets y conversaba y escuchaba. Muchos
de los discípulos personales de H. P. B. me ayudaron, y personalmente
se preocuparon de hacerme comprender lo que despertaba en el pensamiento
humano la aparición de La Doctrina Secreta.
Me ha causado siempre gracia que los teósofos ortodoxos desaprobaran
mi forma de presentar las verdades teosóficas. Pocos o ninguno de
los que han manifestado su desaprobación, tuvieron el privilegio de
recibir enseñanza de los discípulos personales de E. P. B. durante
meses y semanas enteras; estoy absolutamente segura de que, gracias
a esos antiguos estudiantes, poseo una percepción más clara que la
mayoría de ellos, sobre lo que La Doctrina Secreta está destinada
a difundir, y ¿por qué no había de tenerla? Me enseñaron bien y estoy
agradecida.
Luego me asocié a la logia teosófica de Pacific Grove y comencé la
enseñanza. Recuerdo el primer libro que comenté. Era la gran obra
de la señora Besant: Estudio sobre la Conciencia. No sabia
[e106]nada
acerca de la conciencia ni podía definirla. Aprendía seis páginas
a la vez, antes de dar clase, arreglándomelas para que no se dieran
cuenta, y nunca descubrieron lo poco que sabía; pero sé que si los
estudiantes aprendían, yo aprendía mucho más. ¿Qué había en esta enseñanza
que comenzó a satisfacer mi mente interrogadora, y mi perturbado corazón?
Había ido [i139]a
la deriva sobre un pináculo de insatisfacciones. En esa época sólo
tenía la seguridad de dos cosas: la realidad de Cristo y ciertos contactos
internos que no podía negar, sin ser deshonesta conmigo misma, aunque
no podía explicarlos. Con gran asombro de mi parte, la luz comenzó
a alborar. Descubrí tres nuevas ideas básicas, nuevas para mí, y eventualmente
todas encajaron con el programa general de mi vida espiritual, proporcionándome
la clave de los asuntos mundiales. No hay que olvidar que había comenzado
la primera fase de la guerra mundial (1914-1918); estoy escribiendo
esto al final de la segunda fase (1939-1945).
Primero descubrí que existe un grandioso y divino Plan. Me di cuenta
de que nuestro universo no está formado por "un fortuito conglomerado
de átomos", sino que es el desarrollo de un gran diseño o canon
para la gloria de Dios. Descubrí también que una raza humana tras
otra, han aparecido y desaparecido eh nuestro planeta y que cada civilización
y cultura ha visto a la humanidad dar un paso más avanzado en el sendero
de retorno a Dios. Segundo, descubrí que existen Quienes son responsables
del desarrollo del Plan, que paso y a paso y etapa tras etapa han
guiado al género humano en el trascurso de los siglos. Hice un descubrimiento
asombroso, asombroso porque poco sabía, que la enseñanza
sobre este Plan o Sendero era idéntica, ya fuera presentada en Occidente
u Oriente o impartida antes o después de la venida de Cristo. Descubrí
que el Cristo estaba a la cabeza de esta Jerarquía de Guías espirituales,
y cuando me di cuenta de ello, tuve la sensación de que había vuelto
a mí, en forma más íntima y estrecha. Supe que era "Maestro de
Maestros e Instructor de ángeles y hombres", que los Maestros
de la Sabiduría eran Sus estudiantes y discípulos, del mismo modo
que personas como yo éramos estudiantes de algún Maestro. Aprendí
que, cuando en mis días de ortodoxia hablaba sobre Cristo y Su Iglesia,
en realidad hablaba sobre el Cristo [i140]y
la Jerarquía planetaria. Supe que la presentación esotérica de la
verdad de ninguna manera disminuía al Cristo. Por cierto, Él era el
Hijo de Dios, el Primogénito de una gran familia de hermanos, como
ha dicho San Pablo, garantizando nuestra propia divinidad.
La tercer enseñanza que descubrí y me costó aceptarla por largo tiempo,
fueron dos creencias, la Ley de Renacimiento y la Ley de Causa y Efecto,
llamadas Leyes de la Reencarnación y del [e107]Karma
respectivamente por los teósofos, que tan a menudo quieren aparecer
como eruditos. Personalmente creo que esta enseñanza tan necesaria
habría hecho progresos más rápidos si los teósofos no se hubiesen
dejado llevar por el espejismo de los términos sánscritos. Si hubieran
enseñado la Ley de Renacimiento en vez de la Doctrina de la Reencarnación
y presentado la Ley de Causa y Efecto en vez de la Ley de Karma, se
hubiera producido un reconocimiento más general de la verdad. No digo
esto con espíritu crítico, porque también sucumbí al mismo espejismo.
Echando una mirada retrospectiva a mis primeras clases y conferencias,
no puedo menos que sonreírme del generoso empleo de frases técnicas
con palabras sánscritas, y las detalladas referencias que hacía sobre
la Sabiduría Antigua. Me he dado cuenta que a medida que he envejecido
soy más sencilla y tal vez un poco más sabia.
Cuando descubrí que existe una Ley de Renacimiento, hallé que muchos
de mis problemas, personales e individuales, podían ser solucionados.
Gran parte de quienes estudian la Eterna Sabiduría les resulta difícil
al principio, aceptar el hecho de la Ley de Renacimiento. Parece ser
muy revolucionaria, tendiendo a evocar un espíritu de cansancio y
fatiga espiritual. Una sola vida es lo bastante dura, como para detenernos
a pensar sobre las numerosas vidas que hemos pasado y las que tenemos
por delante. Sin embargo, si comparamos las alternativas de la teoría,
resulta ser la mejor y más aceptable. Existen sólo otras dos teorías
que
[i141]realmente merecen atención.
Una es la alternativa mecánica que considera al hombre como si fuera
puramente material, sin alma y efímero, de manera que cuando muere
se disuelve en el polvo del cual ha salido. El pensamiento, según
esta teoría, es simplemente una secreción del cerebro y de su actividad,
así como otros órganos producen su peculiar secreción fenoménica y,
por lo tanto, no existe ninguna finalidad ni razón para que el hombre
exista. Esto yo no podía aceptarlo, ni nadie lo acepta ampliamente.
Luego tenemos "la creación única", teoría que sustenta el
cristiano ortodoxo, la cual sostuve sin cerciorarme de su veracidad.
Esta teoría presenta a un Dios inescrutable que trae a la existencia
almas humanas durante una sola vida, y de acuerdo a sus actos y pensamientos
en esa vida así será su futuro eterno. Esto no le concede al hombre
un pasado sino un presente importante y un interminable futuro, que
depende de las decisiones tomadas en una sola vida. Lo que rige las
decisiones de Dios, respecto al lugar, raigambre y dotes, correspondientes
al hombre, son desconocidas. Aparentemente no tiene lógica la actuación
de Dios en este Plan de "la creación única". Me ha preocupado
mucho esta aparente injusticia de Dios. ¿Por qué tenía yo que nacer
en [e108]circunstancias
tan auspiciosas, rica, hermosa, con buenas oportunidades y las numerosas
experiencias interesantes que la vida me ha deparado? ¿Por qué tiene
que haber gente como aquel mísero soldado, de quien me rescató la
señorita Sandes, que nació pobre, sin don alguno, evidentemente sin
raigambre ni capacidad para lograr éxito en esta vida? Ahora sé por
qué podía dejarlo en manos de Dios; sabía que ambos, él y yo, en su
propio lugar, ascenderíamos la escala de evolución vida tras vida,
hasta que algún día, para cada uno de nosotros, resultaría verdad
de que "como Él es, así somos nosotros en este mundo".
Me parecía razonable que "lo que un hombre siembre, eso cosechará".
Me regocijaba [i142]que
podía citar a San Pablo y al mismo Cristo para sustanciar estas enseñanzas.
Una clara luz se vertía sobre la antigua teología. Empezaba a descubrir
que lo único errado eran las interpretaciones de la verdad hechas
por el hombre, y a darme cuenta de cuán estúpido era aceptar, tanto
de un predicador erudito o un estudioso, lo que ellos imaginaban que
Dios quiso significar. Si estaban en lo cierto, intuitivamente se
sabría, pero la intuición no actúa, a no ser que la mente esté desarrollada,
y eso ha traído mucha dificultad. La masa no piensa y el teólogo ortodoxo,
diga lo que diga, siempre tendrá seguidores. Con la mejor intención
del mundo explota así a los irreflexivos. Se me ocurrió también que
no existía razón para aceptar la interpretación de la Biblia, hace
600 años, por algún sacerdote o instructor, en una forma probablemente
adecuada a ese tiempo y época, pero no aceptable para esta era y civilización
distintas, con problemas ampliamente diferentes. Si la verdad acerca
de Dios es verdadera, entonces debe ser expansiva e incluyente, no
reaccionaria y excluyente. Si Dios es Dios, Su divinidad debe adaptarse
a la divinidad que empieza a surgir en los hijos de Dios, y hoy un
hijo de Dios es una expresión muy distinta de la divinidad de un hijo
de Dios de hace 5.000 años.
Como podrán observar, mi horizonte espiritual se ampliaba. Se hizo
la luz en los cielos, y había dejado de ser un esforzado discípulo,
aislado, abandonado, inseguro de todo y, según yo creía, sin tener
nada que hacer. Percibí lentamente que formaba parte de una gran comunidad
de hermanos. Vislumbré claramente que podía colaborar en el Plan si
lo deseaba, buscar a los que habían trabajado conmigo en vidas anteriores,
procurando que mi siembra fuera buena, y hallar el lugar que me correspondía
en la tarea de Cristo. Traté de acercarme un poco más a esa Jerarquía
espiritual, [i143]que
inconscientemente siempre supe existía y parecía necesitar colaboradores.
Todas estas cosas empezaron a desarrollarse gradualmente en mi conciencia
entre 1916 y 1917. No surgieron en mí como ideas bien [e109]perfiladas
y formuladas, sino como verdades que iba reconociendo lentamente y
a las cuales me ajustaba gradualmente, y debía encontrar la forma
de aplicarlas. Observé mi propia vida. Analicé a mis tres hijas a
este respecto, y lo hallé muy iluminador. Descubrí que el karma que
me liga a mi hija menor Ellison, es principalmente físico. Le salvé
la vida año tras año, con asiduo cuidado. Durante ocho años durmió
conmigo, por prescripción médica, para que pudiera absorber mi vitalidad.
Día tras día, vigilándola cuidadosamente y evitándole practicar ejercicios
violentos, trepar a una colina o subir una escalera, logré curarla
de una dificultad cardíaca, siendo hoy la más fuerte de la familia.
Actualmente Ellison ya no me necesita. Se ha casado y es feliz, reside
en la India y tiene dos hijos. Estoy segura que está orgullosa de
mí, pero nuestra relación pertenece al pasado. El vínculo entre mi
hija mayor y yo, es muy íntimo, y probablemente a ello se debe que
tengamos terribles reyertas. Existe entre nosotras un fuerte apego
interno y aunque actualmente la veo muy poco, estoy segura de ella
y ella de mí. Mi segunda hija, Mildred, tiene un karma muy unido al
mío. Nos sentimos peculiarmente apegadas una a la otra, sin embargo
sé que ella se siente totalmente libre. Aunque se ha casado dos veces,
hemos estado juntas en las circunstancias más extrañas; le estoy agradecida
por su amor y sobre todo por su amistad. Sería bueno que madres e
hijas y padres e hijos valoraran, algo más de lo acostumbrado, la
amistad en sus relaciones. Estoy convencida de que si pudiera ver
retrospectivamente nuestras relaciones pasadas, de acuerdo a la Ley
de Renacimiento, la actual situación feliz entre mis hijas y yo, sería
claramente [i144]explicada.
No debe inferirse por eso que siempre nos hemos llevado bien. Han
habido escenas tormentosas y malos entendidos. No siempre me han comprendido,
y con frecuencia me han hecho sufrir, deseando cambiar las cosas,
en la esperanza de que actuaran de modo distinto, etc., etc.
Hacia fines de 1917 Walter Evans fue a Francia con la Asociación Cristiana
de Jóvenes, y el Obispo, amigo mío, arregló para que me asignaran
cien dólares mensuales de su salario, que esta Asociación me enviaba
directamente, hasta que terminó su trabajo con ellos. Esa suma, más
mi pequeña renta, que empezó a llegarme regularmente, permitió dejar
mi tarea en la fábrica envasadora de sardinas y hacer otros planes.
Mi trabajo en la logia teosófica de Pacific Grove comenzaba a dar
resultados y yo empezaba a ser conocida como estudiante.
En vista de que mis finanzas eran más o menos estables, me sugirieron
ir a Hollywood, donde estaba la Sede de la Sociedad Teosófica, en
Crotona. Decidí mudarme, y nos fuimos a fines de [e110]1917.
Encontré una pequeña casa cerca de esa sede y me establecí allí con
las niñas en Beechwood Drive.
Hollywood no estaba entonces tan corrompida. La industria cinematográfica
era por supuesto la más importante, pero en esa época la ciudad era
muy sencilla. Las calles principales estaban bordeadas por árboles
de pimienta y no había la inquietud, el impetuoso impulso ni el falso
brillo y fulgor de la moderna Hollywood de hoy. En esos días era un
lugar mucho más apacible y reposado. Quiero dejar constancia de la
impresión perdurable que llevé cuando dejé la ciudad, respecto a la
rectitud, amabilidad, amplitud y comprensión de los grandes artistas
de cine. He conocido a muchos de ellos, y son magníficos y [i145]humanos.
Por supuesto, existe cierto elemento malo, pero ¿en qué sector de
la sociedad humana no lo hay? En todos los grupos, comunidades, clases
y organizaciones, tenemos gente mala. Hay también personas extraordinariamente
buenas, otras de absoluta mediocridad, que no tienen suficiente desarrollo
para ser muy buenas o muy malas.
Hace algunos años, estando en Nueva York y encontrándome en un taxi
por la Quinta Avenida, de pronto el conductor se volvió y me preguntó:
"Dígame señora, ¿ha conocido usted alguna vez a un judío bueno?"
Le respondí que sí, efectivamente, y que algunos de mis amigos más
íntimos eran judíos. Entonces me preguntó si había conocido algún
judío malo, y le contesté que había conocido muchos. El hombre me
interrogó luego si conocía algún cristiano bueno, y naturalmente le
repliqué: "Por supuesto, en realidad creo ser uno de ellos".
Y a continuación, si conocía algún cristiano malo y también mi respuesta
fue afirmativa. "Entonces señora, usted verá que sólo quedan
seres humanos". Tal ha sido mi experiencia en todas partes. No
importa a qué raza o nación pertenezcamos, en el fondo, básicamente,
todos somos iguales. Cometemos las mismas faltas, tenemos iguales
fracasos, las mismas urgencias y aspiraciones, las mismas metas y
deseos; creo que debemos comprender esto en forma más aguda y práctica.
Necesitamos también liberarnos de la impronta que en nosotros ha plasmado
la historia y sus nacionalismos cristalizantes. La historia de cada
nación es penosa, y condiciona nuestro pensamiento. Grandes formas
mentales nacionales rigen las actividades de cada nación, y de ellas
debemos liberarnos. Podemos comprobarlo fácilmente si observamos a
alguna de las naciones más destacadas y sus características. Tomemos
los Estados Unidos por ejemplo. Los Padres Peregrinos dejaron en este
país su sello y marca, pero estoy de acuerdo con un amigo cuando dice
que los verdaderos fundadores de esta parte de América fueron las
valientes madres peregrinas, pues se [i146]adaptaron
a vivir con los padres peregrinos, siendo femenina la civilización
de los Estados Unidos. Esos Padres [e111]Peregrinos
deben haber constituido un grupo de hombres de mente estrecha, duros,
que se creían superiores, de difícil convivencia y que siempre tenían
razón.
La cautela, la reticencia y el sentido de superioridad de los británicos
es algo que ellos mismos debieran superar; también debe ser restablecida
para bien de Europa, e igualmente superada la certeza de los franceses
acerca de la gloria de Francia, que la convirtió en guía durante la
Edad Media. Toda nación tiene fallas destacables, de las cuales las
demás naciones son conscientes, más que de sus virtudes. La vivencia
de América se olvida ante la irritabilidad que evoca nuestra jactancia.
La justicia inherente al británico no se tiene en cuenta cuando vemos
que el mismo británico rehúsa dar
explicaciones acerca de sí mismo. El brillante intelecto francés no
es acentuado por quienes son conscientes de la total carencia de conciencia
internacional por parte de Francia. Hoy día, los Estados Unidos, con
su juventud exuberante, su prometedora seguridad y su habilidad juvenil
para solucionar sus propios problemas y los del resto del mundo, va
llevando esa herencia hacia un futuro de utilidad maravillosa y de
belleza sin parangón.
Las mismas criticas y virtudes podrían adjudicarse a cada nación,
y lo mismo sucede con la gente. Todos tenemos fallas muy manifiestas
que nos denuncian ante el mundo en forma tan elocuente, que nuestras
virtudes igualmente manifiestas son olvidadas. Una de las cosas que
más me molestaba cuando empecé a escribir esta autobiografía, fue
el temor de que, inconscientemente quizás y sin deliberada intención,
me colocara en la mejor posición posible. Tengo buenas cualidades;
no puedo ser desviada de mis propósitos; amo realmente a la gente;
no tengo el menor orgullo. Tengo fama de orgullosa, y creo que se
debe principalmente a mi apariencia; acostumbro a caminar muy erecta
y con la cabeza erguida, pero así andaría todo aquel que (como discípulo
en [i147]un
aula) hubiese tenido que dar lecciones con tres libros sobre la cabeza
y una ramita de espinoso muérdago bajo la barbilla. No creo ser egoísta
ni pienso mucho en mi salud; creo poder decir honestamente que no
practico la autoconmiseración. Soy normalmente conservadora, y aunque
acostumbraba a ser muy criticona, ya no lo soy, porque tengo la virtud
de ver por qué la gente es como es, pues a pesar de sus fallas, mi
actitud hacia ella no se altera. No guardo rencor, quizás debido a
que estoy demasiado ocupada y porque no admito el menor vestigio de
veneno en mi alma. Sé que tengo un carácter irritable y admito que
a los demás les resulte difícil convivir conmigo, porque me obligo
a mí misma y a los que están asociados conmigo; pero mi falla más
destacable, la cual me ha causado más dificultades durante mi vida,
es el temor.
[e112]Menciono
esto deliberadamente, por haber descubierto que mis amigos y estudiantes
sienten gran alivio cuando se dan cuenta que he sido víctima del temor
toda mi vida, y esto los ayuda. He temido al fracaso, a tener defectos,
a lo que la gente pudiera pensar de mí, y temo a la oscuridad y también
a que la gente me considere superior. Siempre me ha parecido perjudicial
ser puesta en un pedestal y considerada de esa manera. En esto estoy
de acuerdo con el proverbio chino que dice: "Quien está colocado
en un pedestal no puede moverse sino para descender de él". Encuentro
irritante la actitud que adoptan los guías de grupo o instructores
esotéricos, así como la de muchos sacerdotes y clérigos. Adoptan una
pose como si realmente fueran los ungidos del Señor; actúan como si
fueran distintos de los demás, y no como seres humanos que tratan
humildemente de ayudar a sus semejantes. Como resultado de mi raigambre
y entrenamiento, sentía temor por lo que la gente podía decir. Esto
ya no me preocupa, pues he descubierto que con razón o sin ella, siempre
estamos equivocados para cierto sector [i148]del
público. La mayoría de mis temores se deben a otras personas (mi esposo
y mis hijas); además siento un miedo personal que nunca he podido
desarraigar, es el temor a la oscuridad de la noche, si me encuentro
sola en la casa o departamento. Nunca conocí lo que era este temor,
hasta que trabajé en el Hogar para soldados en Quetta; en esa época
tuve una experiencia que significó mucho para mí, y aunque no he permitido
que afectara mis actos, tuve que luchar contra ella, por eso enseñé
a mis tres niñas a no temer a la oscuridad.
Mi compañera de tarea se había enfermado gravemente de tifus. La cuidé
durante la crisis, hasta que la llevaron al hospital, quedándome completamente
sola en el enorme edificio; siendo entonces muy joven y muy decente,
no permití que los dos administradores del Hogar (dos ex soldados
ingleses) durmieran en la misma casa, porque pensé que ello daría
ocasión a murmuraciones y habladurías, de modo que cada noche, cuando
los soldados se iban, uno de los administradores me acompañaba hasta
mi cuarto; a las 11.30 p. m. más o menos echaba un vistazo al baño
y armarios, miraba debajo de la cama y cerraba con llave todas las
puertas que daban a mi habitación. Luego estaba atenta cuando cerraba
las otras habitaciones. Mi dormitorio tenía cuatro puertas; una daba
a la galería, otra a la sala, una tercera a la habitación de mi compañera
y otra al baño. Nunca me sentí nerviosa y la requisa de mi habitación
fue una precaución de ese buen hombre. Mi cama ocupaba exactamente
el centro de la habitación y tenía las patas dentro de hondos platillos
con agua, en prevención de los insectos. En esa época, en la India,
se dormía siempre con una lámpara encendida.
[e113]Cierta
vez me desperté a las dos de la mañana, al oír un ruido en la sala,
y vi que el picaporte de la puerta se movía y daba vuelta. Afortunadamente
estaba con llave. Sabía que no podía ser uno de los administradores,
no pude ver ni oír al sereno, y pensé que sería algún montañés [i149]o
ladrón que trataba de llegarse hasta la sala donde estaba la caja
fuerte. Muchos cientos de rupias se depositaban allí cada noche. Era
esa época del año en que se permitía a las tribus montañesas bajar
hasta el acantonamiento. Se doblaban las guardias y se tomaban las
debidas precauciones para mantenerlas bajo vigilancia, pues en la
frontera se vivían días tormentosos. Sabía que si lograban entrar
en mi habitación significaría mi fin, porque era una gran virtud matar
a una mujer blanca. Me veía con un cuchillo clavado en el corazón.
Durante cuarenta y cinco minutos, sentada en la cama, observé cómo
trataban de derribar las sólidas puertas. Sin duda no se atrevían
a ir hasta la puerta de la galería por temor a ser vistos, y para
llegar hasta mí por el baño o por la otra habitación, hubieran tenido
que derribar dos puertas en cada caso, a riesgo de hacer demasiado
ruido. Descubrí entonces que cuando el temor alcanza cierto grado
de intensidad, nos sentimos tan desesperados que enfrentamos cualquier
peligro. Me levanté, abrí la puerta y vi a los administradores que
se consultaban para golpear la puerta y despertarme, sin saber si
estaba viva o muerta. Habían dormido en carpas en el jardín y capturado
a dos montañeses, y muy estúpidamente no se les había ocurrido golpear
fuerte la puerta y llamarme, pues en ese caso no me hubiese asustado.
Después de este episodio, mi servidor, el viejo Bugaloo, durmió siempre
afuera en la galería, donde podía llamarlo fácilmente.
Dos o tres meses después, regresé a mi patria, y fui a pasar varias
semanas a una antigua casona escocesa, como lo hacía muchos años,
en mi infancia. En la casa había muchos huéspedes, dieciocho más o
menos, y por error cierta noche un hombre muy simpático entró en mi
alcoba (porque su habitación era contigua a la mía). Había estado
leyendo hasta tarde en la planta baja, y mientras subía, el viento
le apagó la vela y [i150]al
mismo tiempo abrió la puerta de mi habitación. Creyó que encontraría
la suya fácilmente, palpando la pared, ya que su habitación estaba
al lado de la mía. Al hallarse con una puerta abierta, pensó lógicamente
que era la de su habitación. Entre tanto el viento me había despertado,
y al saltar de la cama para cerrar la ventana, tropecé con él. Esto
que coronaba mi experiencia de unos meses atrás, agravó las cosas
y contribuyó a cimentar un estado de temor que nunca he podido vencer.
He tenido otros dos grandes sustos en mi vida al encontrarme sola
en una casa, y no pretendo tener valor, excepto no permitir [e114]que
condicionen mis actos y poder quedarme sola cuando me veo obligada
a ello. Me aterrorizan las cosas que puedan sucederle a mis hijas,
y como tengo una excesiva imaginación, sé que gran parte de mi vida
la he destinado a preocuparme de cosas que nunca han sucedido.
El temor es la característica básica de la humanidad. Todo el mundo
tiene miedo, y cada uno siente temor hacia algo especial. Si alguien
me dice que nunca tuvo miedo, miente. Siente temor a algo. No hay
por qué avergonzarse de ello y, con frecuencia, cuanto más evolucionada
y sensible es una persona, mayores son sus temores. Independientemente
de sus temores y fobias particulares, las personas sensibles son propensas
a sintonizar los temores, depresiones y terrores de los demás. Por
lo tanto captan temores que no les pertenecen, pero son incapaces
de diferenciar los propios e innatos. Esto es muy cierto en la actualidad.
Temor y terror rigen el mundo y muy fácilmente la gente es dominada
por el temor. La guerra engendra el temor, y Alemania con sus tácticas
terroristas lo utilizó e hizo todo lo posible por acrecentarlo en
el mundo. Tomará mucho tiempo eliminar el temor, pero avanzamos un
paso cuando hablamos o trabajamos por la seguridad de todos.
[i151]Existen
escuelas de pensamiento que enseñan que el temor materializará aquello
que tememos si nos dejamos llevar por él. Personalmente no lo creo,
porque durante mi vida temí por cosas que nunca se produjeron, y como
poseo un fuerte poder mental hubiera podido materializar algo fácilmente.
Quizás se pregunten: ¿cómo se puede combatir el temor? Bien, sólo
puedo explicar lo que me ha dado buenos resultados. Nunca combato
el temor. Adopto la posición positiva de que si es necesario puedo
vivir con mis temores sin prestarles atención. No lucho contra ellos
ni discuto conmigo misma; simplemente reconozco mis temores por lo
que son, y sigo adelante. Creo que la gente debe aprender a aceptar
con más paciencia las cosas como son y no perder el tiempo forcejeando
consigo mismo y con sus problemas individuales. Los problemas de otros
nos resultan más provechosos desde el punto de vista de la ayuda general.
La concentración en el servicio puede llevar y en verdad lleva, al
olvido de sí mismo.
También me he interrogado: ¿por qué no he de sentir temor? Todo el
mundo lo tiene y quién soy yo para estar exenta de la suerte común.
Este mismo argumento puede ser aplicado a muchas cosas. Hay escuelas
de pensamiento que engañan al público cuando le dicen que, por ser
divino, el hombre está exento de dolor, mala salud y pobreza. Por
supuesto, la mayoría son sinceras, pero su énfasis es erróneo, pues
obligan a pensar que el bienestar material y la prosperidad son de
enorme importancia, que todos tienen derecho a ello y que lo obtendrán
si afirman su divinidad, la cual [e115]poseen,
pero no están suficientemente evolucionados para expresarla. ¿Por
qué debo estar yo exenta de esas cosas cuando toda la humanidad sufre
por ellas? ¿Por qué he de ser rica, si ni la pobreza ni la riqueza
tienen importancia? ¿Quién soy yo para disfrutar de una salud perfecta,
cuando el destino de la humanidad, [i152]en
esta época, parece ser todo lo contrario? Creo firmemente que cuando
por medio del proceso evolutivo, pueda expresar con toda plenitud
la divinidad que mora en mí, gozaré de perfecta salud. No me importara
ser rica ni pobre ni tampoco popular entre otras personas.
Expongo esto objetivamente, porque tales doctrinas engañosas arrastran
la conciencia pública y conducen eventualmente a la desilusión. Llegará
el momento, cuando nos liberemos de todos los males de la carne, que
obtendremos un sentido distinto de los valores y no utilizaremos nuestros
poderes divinos para obtener bienes materiales. Todas las cosas buenas
llegan a los que viven inofensivamente y son al mismo tiempo bondadosos
y considerados. La inofensividad es la clave de todo, y dejo que descubran
por sí mismos cuán difícil resulta ser inofensivos en palabra, acción
y pensamiento.
La vida en Hollywood se me hizo más fácil. Mis niñas estaban en edad
para asistir a la escuela y al jardín de infantes. Hice muchos amigos,
y en Crotona los jardines de la Sede Teosófica, eran hermosos. La
comunidad consistía de más o menos quinientas personas, algunas de
las cuales vivían allí y otras en Hollywood o Los Angeles. Había salones
para conferencias, aulas, un santuario, donde se reunían los miembros
de la sección esotérica, y una cafetería. El lugar era muy bien administrado
y al llegar me pareció un paraíso terrenal, considerando a todos profundamente
espirituales. Creí que los dirigentes e instructores eran por lo menos
iniciados de alto grado. Asistí a reuniones y clases y aprendí mucho,
por lo que estoy muy agradecida. Después de poco tiempo, se me pidió
encargarme de la cafetería y, bendita ignorancia, acepté muy regocijada
la responsabilidad. Por supuesto era un establecimiento estrictamente
vegetariano, [i153]y
me había hecho vegetariana desde que conocí las enseñanzas teosóficas.
Mis hijas nunca habían probado carne, pollo ni pescado, y yo sufría
del común complejo de superioridad que tan a menudo caracteriza en
forma destacada al vegetariano.
Estoy convencida de que en la vida de todo discípulo llega siempre
una etapa en que se debe ser vegetariano. Del mismo modo llega una
vida en que el hombre o mujer deben ser célibes. Esto sirve para poder
demostrar el control adquirido sobre la naturaleza física. Cuando
uno ha aprendido a ejercer ese control y ya no es atraído por los
apetitos de la carne, puede casarse o no, comer [e116]carne
o no y hacer lo que mejor le plazca o le indique su karma o las circunstancias.
Una vez logrado, la situación cambia. Las disciplinas físicas constituyen
un aspecto del entrenamiento, y cuando se aprende la lección, ya no
son necesarias.
El argumento que presenta el vegetarismo, basado en la crueldad de
sacrificar animales para comerlos, quizás no sea tan sólido como lo
creen las personas de tipo emocional y sentimental. Mucho me ha preocupado
esto pues amo a los animales. Quisiera hacer dos sugerencias que me
fueron muy útiles. Hay una ley de sacrificio que rige todo el proceso
evolutivo. El reino vegetal extrae su sustento del reino mineral,
porque sus raíces están hundidas en el reino mineral. El reino animal
extrae en gran escala su sustento del reino vegetal y vive de la vida
de ese reino. Algunos animales superiores son carnívoros y, de acuerdo
a la ley de evolución, son presa uno de los otros, no siendo inducidos
a ello por el pensamiento del hombre, como pretenden algunos fanáticos.
En consecuencia, podría decirse que el reino humano extrae su sustento
del reino animal y, debido a que el hombre es el macrocosmos para
los otros tres reinos inferiores, podría suponerse, [i154]lógicamente,
que extrae su vida de los otros tres, y así lo hace. En las antiguas
escrituras de Oriente se indica que el reino humano es "el alimento
de los dioses", y con esa afirmación se completa la gran "cadena
del sacrificio". Mi segundo punto se refiere a la Ley de Causa
y Efecto o de Karma, como la denominan los teósofos. En la época del
hombre primitivo el género humano era víctima del reino animal y carecía
de toda defensa. En el pasado los animales salvajes acechaban a los
seres humanos. La Ley de Retribución rige en todos los reinos. Posiblemente
esta ley sea uno de los factores que ha llevado a la humanidad hacia
el. Forjé esto en mi propia conciencia, a su debido tiempo, pero no
con rapidez.
Me hice cargo de la cafetería y aprendí a ser una buena cocinera vegetariana.
Mi primer quehacer en Crotona fue vaciar los recipientes de desperdicios.
Como verán, comencé desde abajo. Observaba con mucho interés a la
gente, la mayoría desconocida para mí. Francamente muchos de ellos
me agradaban y muy pocos me disgustaban. Llegué a dos conclusiones:
que a pesar de todo lo que se dice sobre dietas equilibradas, ellas
no eran particularmente saludables, y descubrí también que cuanto
más rígido y sectario era su vegetarismo, tanto más criticón parecía
ser el individuo. Había en Crotona vegetarianos que no querían comer
queso, leche ni huevos, porque son productos animales, creyéndose
excesivamente buenos y en camino hacia la iluminación espiritual,
pero la reputación de nadie se libraba de ellos. He estado pensando
sobre esto y llegué a la conclusión de que más vale [e117]comer
un pedazo de carne y tener una lengua compasiva, que ser estrictamente
vegetariano y mirar el mundo desde un pedestal de superioridad. Por
otra parte debo señalar que las generalizaciones son inexactas. He
conocido muchos vegetarianos encantadores, amables y buenos.
[i155]En 1918
descubrí quién fue mi visitante en Escocia cuando tenía15 años. Había
sido admitida en la sección esotérica (S. E.) de la Sociedad Teosófica,
y asistía a las reuniones. La primera vez que entré en el santuario
vi los conocidos retratos de Cristo y de los Maestros de Sabiduría,
como los denominan los teósofos.
Me sorprendió ver el retrato de mi visitante, mirándome directamente.
No había error posible. Era el hombre que había entrado en la sala
de la casa de mi tía, y no el Maestro Jesús. Siendo muy inexperta,
salí en busca de uno de los antiguos pobladores de Crotona y pregunté
el nombre de ese Maestro. Me dijo que era el maestro K. H. Luego cometí
un error fundamental, y desde entonces tuve que pagarlo. Creyendo
que les agradaría, y sin la más mínima intención de ser jactanciosa,
con toda inocencia dije: "Oh, ha de ser mi Maestro, porque he
conversado con Él y he estado bajo Su guía desde entonces". La
persona a quien me dirigí me miró y dijo con tono cortante: "¿Debo
entender que usted se considera un discípulo?". Por primera vez
en mi vida enfrenté la técnica de la rivalidad en la Sociedad Teosófica.
No obstante, fue una lección saludable que me resultó benéfica. Aprender
a callar es algo esencial en el trabajo grupal, y constituye una de
las primeras lecciones que todo afiliado a la Jerarquía debe aprender.
Durante todo ese tiempo las niñas crecían y aprendían, y eso me deleitaba.
En las breves y ocasionales cartas de Walter Evans nada había que
indicara un cambio, y empecé a considerar nuevamente la necesidad
de obtener el divorcio. A medida que se aproximaba el fin de la guerra,
consulté a un abogado, quien me dijo que no habría dificultades.
En enero de 1919 conocí a Foster Bailey, y después [i156]que
se me acordó el divorcio, nos comprometimos para casarnos. Los trámites
para el divorcio fueron iniciados antes de conocernos. Estaba asustada
y temía el juicio al respecto, pero no pudo ser más simple. La evidencia
presentada era muy buena, y los testigos de inmejorable reputación.
Una vieja amiga, que me conocía desde largo tiempo, la señora Weatherhead,
me acompañó al juzgado. Presté el juramento de práctica. El juez me
hizo una o dos preguntas respecto a la residencia y edad de las niñas,
luego dijo: "He leído las declaraciones de sus testigos, señora
Evans, tome el edicto y asuma la custodia de sus hijas. Buenos días.
Venga el siguiente caso". Así terminó ese ciclo. Era libre y
sabía que había [e118]hecho
lo mejor que podía hacer por las niñas. California es uno de los estados
donde es más difícil obtener el divorcio, y la rapidez con que se
desarrolló mi juicio testifica la razón que me asistía y la correcta
evidencia de mi caso. Walter Evans no presentó querella.
En el trascurso del año 1919 Foster Bailey y yo estuvimos cada vez
más activos en la obra teosófica, e íntimamente unidos a nosotros
estaba el doctor Woodruff Shepherd. Entonces yo vivía en Beechwood
Drive con las tres niñas, y Foster Bailey vivía en una carpa en Crotona.
Había sido desmovilizado después del armisticio, pero tuvo licencia
varios meses por enfermedad, pues el avión que piloteaba se estrelló
mientras entrenaba observadores del ejército. Me fue presentado por
Dot Weatherhead, después de una conferencia que yo había dado en Crotona,
y también me introdujo en la verdad esotérica y me hizo conocer dicho
lugar. Foster Bailey resume su recuerdo de esa presentación, en las
palabras siguientes: "Todo lo que vi fue un montón de cabellos
y una mujer huesuda". Siempre he tenido mucho cabello. Es herencia
de familia y mis tres hijas tienen una abundante y hermosa caballera.
Nunca olvidaré una observación de mi hija mayor, Dorothy (famosa por
sus frases de doble sentido). Un día en Inglaterra me había lavado
[i157]la cabeza
y estaba sentada en el jardín de Ospringe Place en Favershan, secándome
el cabello. Dorothy se asomó a una ventana y gritó: "Oh, mamá,
si pudieras dar la espalda a la gente para que vieran sólo tu hermosa
cabellera, nunca sabrán lo vieja que eres".
Hacia fines de 1919, el señor Bailey fue elegido Secretario Nacional
de la Sociedad Teosófica, al señor Shepherd lo nombraron director
de publicidad y yo fui designada editora de la revista "The Messenger",
de esa sección, y presidenta del comité que dirigía en Crotona. Todos
los aspectos del trabajo y los distintos reglamentos y principios
que regían la administración quedaron a nuestra disposición. El Secretario
General, A. P. Warrington era íntimo amigo nuestro y todos los trabajadores
más antiguos también lo eran, por lo cual parecía reinar la más completa
armonía y verdadero espíritu de colaboración. Poco a poco, sin embargo,
empezamos a descubrir cuán superficial era esa armonía. Lentamente
nos introdujimos en un período muy difícil y deprimente. Dedicábamos
nuestro afecto y lealtad personal a nuestros amigos y miembros de
la comisión ejecutiva; pero nuestro sentido de justicia y nuestra
adhesión a los reglamentos eran constantemente traicionados. La verdad
de las cosas es que, en la administración de la Sociedad Teosófica,
en los Estados Unidos y en mayor grado en Adyar (centro internacional),
eran entonces reaccionarios y anticuados en cuanto a un nuevo acercamiento
a la vida y a la [e119]verdad;
la libertad de interpretación y la impersonalidad constituían las
características que debían regir los principios y métodos, pero no
sucedía así.
La sociedad se había fundado para establecer la fraternidad universal,
pero estaba degenerando en un grupo sectario que se preocupaba más
en fundar y sostener logias y aumentar el número de miembros, que
difundir entre el público las verdades de la Sabiduría Eterna. La
norma de no admitir a nadie en la sección esotérica, para recibir
enseñanza espiritual, [i158]a
no ser que fuera miembro de la Sociedad Teosófica durante dos años,
prueba lo antedicho. ¿Por qué no debía darse enseñanza espiritual
a una persona, hasta no haber demostrado durante dos años lealtad
a la organización? ¿Por qué debía exigirse a los miembros romper sus
vínculos con otros grupos y organizaciones y prometer lealtad a lo
que se denomina "Guía Externo" de la sección exotérica,
cuando la única expresión de lealtad debería ser dedicación y servicio
al semejante, a la Jerarquía espiritual y ante todo a la propia alma?
Ninguna persona tiene el derecho de
exigir hacia ella lealtad espiritual. Lo único que se le puede exigir
al ser humano es, ante todo, lealtad a su propia divinidad interna,
el alma, y más tarde al Maestro, bajo Cuya guía puede servir más eficazmente
a sus semejantes.
Recuerdo que en una de las primeras reuniones de la sección esotérica
a que asistí, la señorita Poutz, secretaria entonces de esa sección,
hizo la asombrosa declaración de que nadie en el mundo podía ser discípulo
de los Maestros de Sabiduría, a no ser que la señora Besant se lo
notificara. Esa afirmación destruyó mi espejismo, aunque no hablé
con nadie sobre ello, excepto con Foster Bailey. Sabía que era discípula
del Maestro K. H. y que lo había sido hasta donde podía recordarlo.
Evidentemente la señora Besant me había pasado por alto. No podía
entender por qué los Maestros, que se suponen poseen conciencia universal,
habrían de buscar Sus discípulos únicamente en las filas de la Sociedad
Teosófica. Sabía que eso no podía ser, y también que Ellos no podían
tener una conciencia tan limitada; más tarde conocí a muchos discípulos
de los Maestros que jamás habían estado en contacto con la Sociedad
Teosófica ni oído hablar de ella. Justamente cuando creí haber hallado
un centro de luz y comprensión espirituales, descubrí que me había
metido en una secta.
Entonces nos dimos cuenta que la sección esotérica ejercía un dominio
absoluto sobre la Sociedad Teosófica. Los miembros eran buenos únicamente
si [i159]aceptaban
la autoridad de la sección esotérica y estaban de acuerdo con todos
los dictámenes del "Guía Externo", y si eran leales a las
personas recomendadas por los [e120]dirigentes
de la sección esotérica de cada país. Algunos de los dictámenes eran
ridículos. Muchos de los recomendados eran mediocres, hasta la enésima
potencia. Otros considerados iniciados, no eran particularmente inteligentes
ni amorosos, porque el amor y la inteligencia en su máxima medida
es la característica del iniciado. Siempre había rivalidades y pretensiones
entre los miembros más avanzados y, por lo tanto, una lucha constante
entre personalidades, lucha que no se limitaba a batallas orales,
sino que se expresaba también en artículos aparecidos en revistas.
Nunca olvidaré el espanto que me causó lo que me dijo alguien en Los
Ángeles: "Si quiere saber lo que no es la fraternidad, vaya a
vivir a Crotona", ignoraba que yo vivía allí.
La situación era muy seria, y tan grande la separación en la sección
que defendía la fraternidad, la impersonalidad, la sencillez y la
dedicación al servicio de la humanidad, que Foster cablegrafió a la
señora Besant comunicándole que si la sección esotérica seguía dominando
a la Sociedad Teosófica, dicha sección sería atacada muy seriamente
a corto plazo. Fue entonces que la señora Besant envió a B. P. Wadia
a los Estados Unidos para investigar y averiguar que pasaba; en consecuencia
se hicieron reuniones oficiales, actuando como árbitro Wadia. Foster,
el doctor Shepherd, yo y muchos otros, representábamos al sector democrático;
el señor Wárrigton, la señorita Poutz y sus adherentes, representaban
la parte autoritaria y dominante de la sección esotérica. Nunca en
mi vida había estado mezclada en las querellas de una organización,
siendo un período no muy grato. Apreciaba a algunas de las personas
del sector opuesto, lo cual me perturbaba excesivamente. Con el tiempo,
la dificultad se extendió a toda la sección, y los miembros iban renunciando.
[i160]Mientras
tanto trabajábamos intensamente en nuestras oficinas de la Sociedad
Teosófica; las niñas estaban bien, teníamos proyectado casarnos en
cuanto las cosas estuvieran más o menos estabilizadas. Nuestra renta
se había reducido seriamente. Los salarios de Crotona ascendían a
diez dólares semanales. Después del divorcio Walter Evans no me remitía
dinero. Foster nada poseía en esa época. Había abandonado su trabajo
de abogado durante la guerra, aunque intentaba reasumirlo. Era una
antigua profesión de la familia, y cuando sólo tenía veintiocho años
ganaba anualmente grandes sumas de dinero. Abandonó todo, a fin de
ayudarme en el trabajo que ambos llevaríamos a cabo y que gradualmente
se iba configurando; éste fue uno de los muchos sacrificios que hizo
cuando decidió compartir mi destino. Las niñas lo adoraban y lo adoran,
y las relaciones se han mantenido siempre muy afectuosas, lo cual
significó para él un gran sacrificio. Desde el principio el cariño
fue mutuo. Una vez, al [e121]venir
él por Beechwood Drive con el propósito de visitarme, conoció a Dorothy,
la mayor, cuando ésta tenía más o menos nueve años. De pronto oyó
chillidos y gritos proveniente de un árbol que estaba frente a él.
Al ir apresuradamente al lugar, vio a una niña en una rama, colgando
de las piernas. La miró y dijo simplemente: "Déjate caer",
y ella cayó en sus brazos; desde entonces a menudo dice que, simbólicamente,
ella ha estado siempre en sus brazos. A Mildred la conoció gravemente
enferma, atacada de sarampión reprimido, con altísima fiebre, sin
saber qué mal la aquejaba. Mildred es de carácter básicamente introvertido
y no era extraño que sufriera de sarampión "reprimido".
Tratamos de localizar a un especialista; mientras tanto una amiga,
la señora Copley Enos y yo, nos pasábamos el día envolviéndola en
sábanas mojadas, a fin de bajarle la fiebre. Foster vino a ayudarnos.
Al penetrar en la habitación, Mildred lo miró, y desde ese momento
[i161]han sido
íntimos. Conoció a Ellison como una niña gorda y muy sucia que hacía
tortas de barro en el fondo de la casa.
Por lo tanto, la vida de Foster y la mía se desenvolvía vinculada
con el trabajo de relaciones públicas, proyectando y haciendo arreglos
para el futuro. La situación de la Sociedad Teosófica era cada vez
más difícil; se estaban haciendo preparativos para la convención de
1920, cuando hizo crisis la situación. Respecto a mi experiencia interna,
debo decir que la Sociedad Teosófica me había desilusionado, lo mismo
que el cristianismo ortodoxo, aunque la situación no era tan aguda,
porque grandes y fundamentales verdades básicas habían llegado a tener
significado para mí, pues Foster y yo teníamos planeado casarnos y
ya no me encontraba sola.
Llego ahora a un acontecimiento de mi vida del cual no me atrevo a
hablar. Concierne el trabajo que estuve realizando en los últimos
veintisiete años, que fue mundialmente reconocido y ha despertado
la curiosidad de todo el mundo. A veces he sido puesta en ridículo
y han sospechado de mí, lo cual comprendo perfectamente, pues hasta
yo sospechaba de mí misma. Me pregunto por qué me ocupo de este asunto
y no sigo la norma que hasta ahora me he fijado, dejar que mi trabajo
y los libros hablen por sí mismos y constituyan la mejor defensa.
Creo que tengo dos razones.
Ante todo, deseo señalar el estrecho vínculo que la Jerarquía interna
de Maestros establece con los hombres, y también allanar el camino
para esas personas que realizan el mismo tipo de trabajo, siempre
que sea el mismo. Existen numerosos aspectos de tos llamados escritos
síquicos. Las personas no saben distinguir entre la expresión de un
pensamiento ansioso, o el surgimiento de un subconsciente bueno, dulce,
bien intencionado y cristiano, [e122]o
un escrito automático, la captación de corrientes [i162]mentales
(que todos lo hacen), o el fraude directo; además hay esos escritos
que son el resultado de una fuerte sensibilidad telepática subjetiva
y la respuesta a la impresión proveniente de ciertas y elevadas fuentes
espirituales. Repetidas veces aparecen en la Biblia las palabras:
"Y el Señor dijo" y algún profeta o vidente lo escribió.
Gran parte de ello es hermoso y de importancia espiritual. Sin embargo,
casi todo lleva la firma de la frágil humanidad que expresa sus ideas
acerca de Dios, Su celo, Su espíritu de venganza y Su sed de sangre.
Se dice que los grandes músicos oyen sinfonías y corales por medio
del oído interno y que las traducen en signos musicales. ¿De dónde
sacan nuestros grandes poetas y artistas su inspiración, a través
de las edades? La extraen de una fuente interna de belleza.
El tema se ha desacreditado, debido a los innumerables escritos de
carácter metafísico y espiritista, de erudición muy pobre, cuyo contenido
es tan inferior y mediocre, que las personas cultas se mofan y no
se molestan en leerlos. En consecuencia quisiera demostrar que existe
otro tipo de impresión e inspiración que puede dar como resultado
escritos fuera de lo común, e impartir las enseñanzas que requieran
las generaciones futuras. Digo esto con toda humildad, pues soy sólo
la pluma o el lápiz, la taquígrafa o trasmisora de la enseñanza de
alguien a quien reverencio y respeto y he sido muy feliz en servirlo.
En noviembre de 1919 establecí mi primer contacto con El Tibetano.
Había enviado a mis hijas a la escuela y, con la idea de tener algunos
minutos para mí, salí en dirección a una colina, cerca de la casa.
Allí me senté y comencé a reflexionar, cuando de pronto me sentí alarmada,
y presté atención. Oí lo que me pareció una clara nota musical, emitida
desde el cielo, resonando en la colina y dentro de mí. Entonces escuché
una voz que decía: "Deberán escribirse ciertos libros [i163]para
el público. Tú puedes escribirlos. ¿Lo harás?" Inmediatamente
respondí: "No, de ninguna manera. No soy una vulgar síquica,
ni quiero ser atrapada en ello": Quedé sorprendida al darme cuenta
que hablaba en voz alta. La voz continuó y dijo que las personas inteligentes
no juzgan precipitadamente, que yo tenía un don especial para la telepatía
superior y lo que se me pedía no implicaba aspecto alguno de psiquismo
inferior. Repetí que no me importaba ni interesaba un trabajo de carácter
psíquico. El ser invisible que me hablaba tan clara y directamente
dijo entonces que me daría tiempo para reflexionar, que en ese momento
no aceptaría mi respuesta y volvería exactamente dentro de tres semanas
para saber qué habla decidido.
[e123]Me sacudí
como quien despierta de un sueño, regresé a casa y olvidé el hecho
por completo. No pensé más en lo ocurrido ni se lo conté a Foster.
Durante cierto lapso nunca lo recordé, pero al finalizar las tres
semanas, una noche estando sentada en la salita, después que mis hijas
se habían acostado, oí nuevamente la voz para proponerme lo mismo.
Volví a rehusar, pero mi interlocutor me rogó que volviera a considerar
la propuesta, por lo menos un par de semanas más, y ver qué podía
hacer. Esto despertó mi curiosidad, pero aún no estaba convencida.
Decidí probar por un par de semanas o un mes, para determinar mi decisión.
Durante esas semanas recibí los primeros capítulos de "Iniciación
Humana y Solar".
Quiero dejar bien aclarado que el trabajo que hago de ninguna manera
está relacionado con la escritura automática. La escritura automática,
con excepción de rarísimos casos (desgraciadamente cada cual cree
que su propio caso es la excepción), es muy peligrosa. Nunca se supone
que un aspirante o discípulo sea un autómata y que tampoco deje de
controlar conscientemente [i164]alguna
zona de su equipo. Si lo hace, entra en un estado de negatividad peligrosa.
El material recibido es generalmente mediocre. No contiene nada nuevo
y con frecuencia se olvida a medida que trascurre el tiempo. Muchas
veces el estado negativo del sujeto permite la entrada a una segunda
fuerza, la cual, por razones especiales, no es de un grado tan elevado
como la primera. Luego existe el peligro de la obsesión. Hemos tratado
muchos casos de obsesión como consecuencia de la escritura automática.
En el trabajo que realizo no hay negatividad, asumo una actitud de
atención positiva e intensa. Retengo el pleno control de todos mis
sentidos de percepción y nada de lo que hago es automático. Sencillamente
escucho, anoto las palabras que oigo y registro los pensamientos que
se introducen uno tras otro en mi cerebro. Nada cambio de lo que se
me ha dado, la única excepción es pulir el idioma o reemplazar un
vocablo poco usual por otro más claro, cuidando siempre de conservar
el sentido. En lo dictado por El Tibetano nunca he cambiado nada.
De haberlo hecho, no me hubiera dictado nada más. Quiero dejar esto
bien aclarado. No siempre comprendo lo que se me dicta, ni tampoco
estoy de acuerdo, pero registro todo honestamente para descubrir luego
que tiene sentido y evoca respuesta intuitiva.
Ese trabajo de El Tibetano ha intrigado grandemente a las personas
y a los sicólogos de todas partes. Discuten acerca de la causa de
este fenómeno y argumentan que lo que escribo es probablemente producto
de mi subconsciente. Se me ha dicho que Jung acepta la posición de
que El Tibetano es mi yo superior [e124]personificado
y que Alice A. Bailey es el yo inferior. Algún día (si tengo el placer
de encontrarme con él) le preguntaré cómo puede ser que mi yo superior
personificado me envíe encomiendas desde la India, pues eso ha estado
haciendo.
[i165]Hace
unos cuantos años, un amigo muy dilecto, Henry Carpenter, que había
estado en contacto muy íntimo con Foster y yo, desde el principio
de nuestra tarea, fue a la India para tratar de comunicarse con los
Maestros en Shigatzé, pequeña aldea nativa en los Himalayas, justamente
al otro lado de la frontera tibetana. Por tres veces lo intentó, a
pesar de que yo le había dicho que podría encontrar al Maestro aquí
en Nueva York si daba los pasos adecuados y el momento era propicio.
Quería decirle a los Maestros, lo cual me causaba gracia, que yo pasaba
por un período muy difícil y era conveniente hacer algo. Como amigo
personal de Lord Reading, exvirrey de la India, se le dieron todas
las facilidades para llegar a destino, pero el Dalai Lama le negó
permiso para cruzar la frontera. En su segundo viaje a la India, encontrándose
en Gyantse (el lugar más cercano de la frontera al que pudo llegar)
oyó un gran alboroto en la empalizada del bungalow de un "dak".
Fue a ver de qué se trataba y se encontró con un lama montado en un
burro que acababa de atravesar la empalizada. Era asistido por cuatro
lamas y todos los nativos de la aldea los rodeaban y se inclinaban
ante ellos. El señor Carpenter, por medio de su intérprete, hizo averiguaciones
y así supo que el lama era un abad de un monasterio ubicado al otro
lado de la frontera tibetana y había venido especialmente para hablar
con él.
El abad expresó su interés por el trabajo que estábamos realizando
y le preguntó por mí. También inquirió noticias de la Escuela Arcana,
y le entregó dos grandes paquetes de incienso para mí. Más adelante,
Carpenter vio al general Laden Lha en Darjeeling. El general era tibetano,
educado en Gran Bretaña en una escuela pública y en la universidad,
y tenía a su cargo el servicio secreto de la frontera tibetana. Ya
ha fallecido; fue un gran hombre y muy bueno. El señor Carpenter le
contó su experiencia con el lama, que dijo ser abad de un [i166]monasterio
de lamas. El general negó rotundamente tal posibilidad. Dijo que el
abad era un grande y santo hombre y que nunca se supo que hubiera
cruzado la frontera y visitado a un occidental. Sin embargo, cuando
Carpenter regresó al año siguiente, el general Laden Lha admitió su
error y que el abad en verdad había bajado a verlo.
Después de haber escrito casi un mes para El Tibetano, me sentí totalmente
atemorizada y rehusé rotundamente continuar con el trabajo. Le dije
que las tres niñas sólo me tenían a mí para atenderlas, que si me
enfermaba o enloquecía (como [e125]muchos
síquicos) quedarían solas y no me atrevía a correr ese riesgo. Aceptó
mi decisión, pero me dijo que tratara de ponerme en contacto con mi
Maestro K. H. y conversara sobre el asunto. Después de reflexionar
más o menos una semana decidí ponerme en contacto con K. H.; así lo
hice, siguiendo una técnica muy especial que Él mismo me había enseñado.
Cuando tuve la oportunidad de entrevistarme con K. H. tratarnos la
cuestión con toda amplitud. Mi Maestro me aseguró que respecto a mi
no existía el menor peligro, físico ni mental, y que se me ofrecía
la oportunidad de realizar un trabajo realmente valioso. Me dijo ser
Él mismo quien sugirió a El Tibetano que yo podría ayudarlo, y que
no me trasfería a Su ashrama o grupo espiritual, pues deseaba que
continuara trabajando en el Suyo. Acepté por consiguiente el deseo
de K. H. y manifesté a El Tibetano que trabajaría con Él. Sólo he
sido su amanuence y secretaria, pero no pertenezco a Su grupo. Por
otra parte no se ha inmiscuido nunca en mi trabajo o entrenamiento
personal. La primavera de 1920 fue un período de feliz colaboración
con Él, mientras tanto estudiaba como discípulo avanzado en el ashrama
de mi propio Maestro.
Desde entonces he escrito muchos libros para El Tibetano. Poco después
de haber concluído los primeros capítulos de [i167]Iniciación
Humana y Solar, le mostré el manuscrito a B. P. Wadia.
Se entusiasmó y me dijo que publicaría cualquier cosa "proveniente
de esa fuente", y publicó los primeros capítulos en la revista
"The Theosophist", editada en Adyar, la India. Luego surgió
la usual envidia y actitud reaccionaria de los teósofos y nada más
se publicó.
El estilo de El Tibetano ha mejorado con el correr de los años. Al
principio el dictado en inglés era engorroso y pobre, pero nos arreglábamos
para lograr un estilo y presentación acorde con las grandes verdades
que Él debía revelar y mi esposo y yo debíamos llevar a la atención
pública.
En los primeros tiempos que escribía para El Tibetano, debía hacerlo
a horas establecidas, y el dictado era claro, conciso y definido.
Se me dictaba palabra por palabra, en tal forma, que en verdad podía
decir que oía nítidamente una voz. Por lo tanto comencé con la técnica
de clariaudiencia, pero pronto descubrí, a medida que se sintonizaban
nuestras mentes, que ello era innecesario y que si me concentraba
bastante y enfocaba adecuadamente mi atención podía recibir y anotar
los pensamientos de El Tibetano (ideas formuladas y expresadas con
sumo cuidado), a medida que los volcaba en mi mente. Esto implicaba
alcanzar y mantener un intenso y enfocado punto de atención. Es algo
así como la habilidad de un aventajado estudiante, en la meditación,
cuando puede mantener un punto determinado de atención espiritual
en [e126]el
nivel más elevado posible, lo cual puede ser fatigoso en las primeras
etapas, cuando se realizan grandes esfuerzos para lograrlo, pero posteriormente
ya no lo requiere y los resultados son, claridad de pensamiento y
un estímulo, con buenos y definidos efectos físicos.
Actualmente, como resultado de veintisiete años de trabajo, puedo
ponerme instantáneamente en relación telepática con El Tibetano, sin
la más mínima dificultad: conservo, y así lo hago, mi [i168]propia
integridad mental todo el tiempo, y siempre argumento con Él cuando,
a veces, como occidental, me parece conocer mejor algunos aspectos
de la presentación. Cuando discutimos cualquier tema, escribo invariablemente
el texto tal como Él quiere, aunque probablemente modifique su presentación
después de haberlo discutido conmigo, pero si no cambia sus palabras
o punto de vista, no altero en absoluto lo dicho.
Después de todo, los libros son Suyos y no míos y, básicamente, la
responsabilidad es Suya. No me permite cometer errores y repasa con
sumo cuidado el borrador final. No es sólo la simple cuestión de recibir
su dictado y presentárselo una vez pasado a máquina, sino la cuidadosa
revisión, por su parte, del borrador final. Menciono esto deliberadamente,
porque algunas personas, cuando El Tibetano dice algo con lo cual
no están de acuerdo personalmente, tienden a considerar el punto en
desacuerdo como una intercalación mía. Aunque no siempre comprendo
ni estoy de acuerdo con lo que me dicta, eso nunca lo he hecho; reitero
nuevamente que he publicado con exactitud lo que El Tibetano ha dicho.
Este punto lo sostengo enfáticamente.
Algunos estudiantes, cuando no comprenden lo que El Tibetano quiere
significar, dicen que Sus ambigüedades, como las denominan, se deben
a mi captación errónea. Donde existen ambigüedades, y son numerosas
en Sus libros, es debido a que no puede ser más claro, por las limitaciones
de sus lectores y por la dificultad de encontrar palabras que expresen
las nuevas verdades y las percepciones intuitivas que todavía se ciernen
en los límites de la conciencia humana en desarrollo.
Los libros que Él ha escrito son considerados muy importantes por
los Instructores responsables de difundir [i169]las
nuevas verdades que la humanidad necesita. Se ha impartido además
una nueva enseñanza sobre el entrenamiento espiritual y también relacionada
con la preparación de aspirantes para el discipulado. Se están haciendo
grandes cambios en métodos y técnicas, y por eso El Tibetano puso
especial cuidado en que yo no cometiera errores.
[e127]En la
segunda fase de la Guerra Mundial, que comenzó en 1939, muchos pacifistas
y personas bien intencionadas, aunque irreflexivas, pertenecientes
a la Escuela Arcana y al público en general, hasta quienes pudimos
llegar, presumieron que yo había escrito los artículos y folletos
que respaldan a las Naciones Aliadas, y sobre la necesidad de derrotar
a las potencias del Eje, no siendo El Tibetano responsable del punto
de vista antinazi de esos artículos. Esto tampoco es verdad. Los pacifistas
adoptaron el punto de vista ortodoxo e idealista, de que siendo Dios
amor no podía ser antigermano o antijaponés. Debido a que Dios es
amor no tenía otra alternativa, ni tampoco la tenía la Jerarquía que
actuaba bajo el Cristo, y lo único que podía hacer era mantenerse
firme al lado de los que trataban de liberar a la humanidad de la
esclavitud, el mal, la agresión y la corrupción. Nunca han sido más
verdaderas las palabras de Cristo: "El que no está conmigo, está
contra mí". En los escritos de esa época El Tibetano expresó
Su firme e inquebrantable posición, y hoy (1945), al comprobarse las
inenarrables atrocidades, crueldades y política de avasallamiento
de las naciones del Eje, Su actitud ha quedado justificada.
Durante todo este tiempo las cosas iban empeorando en Crotona. Wadia
acababa de llegar (como representante de la señora Besant) y promovía
dificultades; nosotros colaboramos plenamente con él a fin de devolver
a la Sociedad Teosófica su impulso original de fraternidad universal;
colaboramos porque en esa época Wadia parecía que, sensata y sinceramente,
se interesaba [i170]en
realidad por dicha sociedad. La brecha producida allí se ensanchaba
progresivamente y la línea de demarcación se hacía más evidente entre
quienes mantenían un punto de vista democrático y los que apoyaban
la autoridad espiritual y el control absoluto de la Sociedad Teosófica
por la sección esotérica.
El postulado original de la Sociedad Teosófica se fundaba en la autonomía
de las logias dentro de las diversas secciones nacionales, pero en
la época en que Foster Bailey y yo comenzamos a trabajar, la situación
había cambiado fundamentalmente. Las personas que se hacían cargo
de cualquier logia eran miembros de la sección esotérica, y por su
intermedio la señora Besant y los dirigentes de Adyar, controlaban
todas las secciones y logias. Si uno no aceptaba los dictámenes de
los miembros de la sección esotérica de cada logia caía en desgracia,
resultando casi imposible trabajar en ella. Las revistas de las distintas
secciones, así como la revista internacional "The Theosophist",
sólo se ocupaban de querellas personales. Se publicaban artículos
para atacar o defender a determinado individuo. La sociedad era invadida
por una fuerte oleada de psiquismo, debido a las manifestaciones sobre
psiquismo de Leadbeater y al extraordinario control que él [e128]ejercía
sobre la señora Besant. El corolario del escándalo, conectado con
Leadbeater, daba mucho que hablar. Las declaraciones de la señora
Besant sobre Krishnamurti causaron la total escisión de la sociedad.
Desde Adyar se impartían órdenes que pretendían provenir de uno de
los Maestros para el Guía externo, y decían que todo miembro de la
Sociedad Teosófica debía interesarse por cada uno de los tres sistemas
de trabajo -la orden francmasónica, la orden de servicio y el movimiento
educativo. Si uno no lo hacía era considerado desleal y un mal teósofo,
que no obedecía las demandas de los Maestros.
Los libros que Leadbeater publicaba en Adyar [i171]contenían
implicaciones síquicas imposibles de verificar y poseían una fuerte
dosis de astralismo. Una de sus obras más importantes: "El Hombre,
¿de Dónde y Cómo Vino, y a Dónde Va?" Comprueba, para mí, la
deshonestidad fundamental de lo que escribió. Describe en él, el futuro
y el venidero trabajo de la Jerarquía, y lo curioso y llamativo es
que la mayoría de las personas, destinadas a desempeñar altos cargos
en la Jerarquía y en la próxima civilización eran todos amigos personales
de Leadbeater. Conocí a algunos de ellos personas dignas, amables,
mediocres, ninguna era intelectualmente un gigante y la mayoría, nulidades.
He viajado mucho, he encontrado tanta gente más eficaz para el servicio
mundial, con mayor inteligencia para servir al Cristo y reales exponentes
de la fraternidad, que me di cuenta de la futilidad e inutilidad de
este tipo de literatura.
Por estas causas los miembros abandonaban la Sociedad Teosófica disgustados
y perplejos. Muchas veces he pensado cuál habría sido el futuro de
la Sociedad si hubieran tenido la entereza suficiente de quedarse,
negándose a ser expulsados y luchando por mantener la base espiritual
del movimiento. Pero no lo hicieron, y un gran número de personas
dignas se retiraron, sintiéndose frustradas, impedidas e incapaces
de trabajar. Personalmente nunca renuncié, y sólo dejé de abonar mis
cuotas anuales estos últimos años. Escribo esto detalladamente porque
tal situación o antecedente, hizo necesarios los cambios que sobrevinieron,
y debido a ello fue adquiriendo forma nuestro trabajo para los veinte
años siguientes.
Los discípulos de los Maestros residen en todas partes del mundo,
y trabajan en muy diversos aspectos, a fin de llevar a la humanidad
hacia la luz y materializar el reino de [i172]Dios
sobre la tierra; la actitud de la Sociedad Teosófica, al considerarse
único canal y rehusar el reconocimiento de otros grupos y organizaciones,
como partes integrantes e igualmente importantes del Movimiento teosófico
mundial (no de la Sociedad Teosófica), es la verdadera [e129]causante
y responsable de su pérdida de prestigio. Parece ser un poco tarde
para corregir sus métodos, salir del aislamiento y separatividad y
formar parte de un Gran Movimiento Teosófico que está difundiéndose
actualmente por el mundo. Este movimiento no sólo se expresa por medio
de los diversos grupos ocultistas y esotéricos que existen, sino también
mediante los sindicatos laborales, los planes que se han hecho para
lograr la unidad mundial y la rehabilitación de posguerra, la nueva
visión del sector político y el reconocimiento
de las necesidades de la humanidad en todas partes. Es
realmente desalentador, para quienes hemos amado los principios y
verdades sostenidos originalmente por la teosofía, comprobar la degeneración
del hermoso impulso inicial.
No cabe la menor duda de que el movimiento iniciado por Helena Petrovna
Blavatsky fue parte integrante de un plan jerárquico. Siempre han
existido sociedades teosóficas a través de las edades -el nombre del
movimiento no es nuevo-, pero H. P. B. le dio una luz y publicidad
que proporcionó una nueva nota e hizo surgir a la superficie un grupo,
olvidado y secreto, haciendo posible que el público de todas partes
respondiera a esta tan antigua enseñanza. La deuda que el mundo ha
contraído con la señora Besant por el trabajo realizado, que puso
a disposición de las masas de todos los países, los principios básicos
de la enseñanza teosófica, es algo que nunca podrá pagarse. No existe
razón alguna valedera que haga olvidar la estupenda y magnífica tarea
que realizó para los Maestros y la humanidad. Quienes en estos últimos
cinco años la han atacado violentamente, constituyen un puñado de
pulgas atacando a un elefante.
[i173]En 1920
esta situación llegó a su culminación. La brecha entre la autoritaria
sección esotérica y las mentes democráticas de la Sociedad Teosófica,
se ha ampliado constantemente.
El señor Wárrington y los dirigentes
y asistentes de la sección esotérica, en Norteamérica, representaban
un grupo; el otro grupo era dirigido por Foster Bailey y B. P. Wadia.
Esta situación prevalecía cuando se realizó la famosa convención de
1920, en Chicago. Nunca había asistido yo a una convención, y decir
que me desilusionó, me desagradó y me resultó chocante, sería expresarlo
con suavidad. Se había reunido un grupo de hombres y mujeres provenientes
de todos los lugares de los Estados Unidos, que presumiblemente se
ocupaban de impartir enseñanza y difundir la fraternidad. El odio
y el rencor, la animadversión personal, las maniobras políticas, resultaban
tan afrentosas y chocantes, que hice la promesa de no asistir jamás
en mi vida, a otra Convención Teosófica. Después del señor Warrington,
éramos las autoridades más altas de la comisión directiva de la Sociedad
Teosófica, pero [e130]constituíamos
una minoría. Desde el primer momento de la convención se evidenció
que la sección esotérica ejercía el control, y como los que representaban
la fraternidad y la democracia eran numéricamente inferiores fueron,
por lo tanto, derrotados.
Entre las autoridades había teósofos muy descontentos, pues eran controlados
por la sección esotérica y reconocían que empleaba métodos abusivos.
Muchos hicieron todo lo posible por demostrarnos un espíritu amistoso.
Algunos, al término de la Convención, se convencieron de la rectitud
de nuestra posición y nos lo comunicaron. Otros, que asistieron a
la Convención sin prevenciones, pusieron todo su interés en nuestro
sector y dieron su apoyo. Sin embargo, fuimos vencidos a pesar de
todo, y la sección esotérica se mostró agresivamente triunfante. No
nos quedó otro remedio que volver a Crotona, y la situación era tal,
que eventualmente [i174]Wárrington
tuvo que renunciar como presidente de la Sociedad Teosófica
en Norteamérica, pero retuvo su cargo en la sección esotérica. Fue
remplazado por el señor Rogers,
que demostraba una oposición mucho más personal que el señor Wárrington,
que se daba cuenta de nuestra sinceridad, y aparte de las diferencias
de la organización, existía un fuerte afecto entre él, Foster y yo.
El señor Rogers era de menor envergadura y nos expulsó de los cargos
que ocupábamos, en cuanto entró en el poder. Así terminó nuestra época
en Crotona y finalizó nuestro esfuerzo por servir lealmente a la Sociedad
Teosófica.
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