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CAPÍTULO
IV LA
FUNDACIÓN DE LA JERARQUIA |
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Su
Aparición en el Planeta. [e37]
[i28]
En
este libro no se trata de hablar sobre los pasos que condujeron a
la fundación de la Jerarquía en el planeta, ni de considerar las condiciones
que precedieron al advenimiento de esos grandes Seres. Esto puede
ser estudiado en otros libros esotéricos occidentales y en las Sagradas
Escrituras orientales. Para nuestro propósito será suficiente decir
que a mediados de la época lemuriana, hace aproximadamente dieciocho
millones de años, ocurrió un gran acontecimiento que trajo, entre
otras cosas, los siguientes desarrollos: El Logos planetario del esquema
terrestre, uno de los Siete Espíritus ante el Trono, encarnó físicamente
y en la forma de Sanat Kumara, el Anciano de los Días y Señor del
Mundo, descendió a este planeta físico denso permaneciendo desde
entonces con nosotros. Debido a la máxima pureza de su naturaleza,
y al hecho que desde el ángulo de la humanidad está exento de pecado
y, por lo tanto, es incapaz de responder a nada en el plano físico,
no pudo adoptar un cuerpo físico denso como el nuestro, y debe actuar
en Su cuerpo etérico. Es el más grande de los Avatares o de
los Venideros, porque es un reflejo directo de la Gran Entidad
que vive, respira y actúa a través de todas las evoluciones de este
planeta, manteniendo todo dentro de Su aura o esfera magnética de
influencia. En Él vivimos, nos movemos y tenemos nuestro ser, y nadie
puede ir más allá del radio de Su aura. Es el Gran Sacrificio, que
abandonó la gloria de los elevados lugares, y en bien de [i29]
los hijos de los evolucionantes
hombres tomó Él Mismo forma física, y fue hecho a semejanza
del hombre. Es el Observador Silencioso, en lo que a nuestra humanidad
concierne, aunque literalmente, el Logos planetario Mismo, en los
niveles superiores de conciencia en que actúa, es el verdadero Observador
Silencioso en cuanto al esquema planetario se refiere. Podría decirse
que el Señor del Mundo, el Iniciador Uno, ocupa el mismo lugar, en
conexión con el Logos planetario, que la manifestación física de
un Maestro en relación con la mónada de ese Maestro en el plano monádico.
En ambos casos se ha reemplazado el estado intermedio de conciencia,
la del ego o yo superior, y lo que vemos y conocemos es la directa
manifestación autocreada [e38]
del espíritu puro. He aquí el sacrificio. Debe recordarse
que, en el caso de Sanat Kumara hay una enorme diferencia de grado,
pues Su etapa de evolución es más avanzada que la de un adepto, tal
como lo es el adepto en relación con el hombre animal. Esto se ampliará
en el siguiente capítulo. Juntamente
con el Anciano de los Días vino un grupo de otras Entidades altamente
evolucionadas, que representan a Su propio grupo kármico individual
y a Aquellos Seres que son el resultado de la triple naturaleza del
Logos planetario. Podría decirse que personifican las fuerzas que
emanan de los centros coronario, cardíaco y laríngeo. Llegaron con
Sanat Kumara a fin de constituir puntos focales de fuerza planetaria
y ayudar en el gran plan para el desarrollo autoconsciente de toda
vida. Sus lugares han sido ocupados gradualmente por los hijos de
los hombres, a medida que se han capacitado para ello, aunque son
muy pocos hasta ahora en nuestra inmediata humanidad terrestre. Los
que forman el grupo interno que rodean al Señor del Mundo, fueron
extraídos principalmente de las filas de quienes eran iniciados en
la cadena lunar (el ciclo de evolución [i30]
que precedió al nuestro), o entraron en ciertas corrientes
de energía solar, determinadas astrológicamente desde otros sistemas
planetarios; aunque el número de los que triunfan en nuestra humanidad
aumenta rápidamente y desempeñan los cargos subalternos del grupo
esotérico central de Seis, que, con el Señor del Mundo, constituyen
el corazón del esfuerzo jerárquico. El
efecto inmediato. El
resultado de Su advenimiento, hace millones de años, fue grandioso,
y aún se notan sus efectos, que pueden ser enumerados de la
manera siguiente: Al Logos planetario, en Su propio plano, se le permitió
adoptar un método más directo, a fin de lograr los resultados
que Él deseaba para desarrollar Su plan. Como es bien sabido, el esquema
planetario, con su globo denso y sus sutiles globos internos, es para
el Logos planetario lo que el cuerpo físico y sus cuerpos sutiles
son para el hombre. De ahí que, como ilustración, puede decirse que
la encarnación de Sanat Kumara fue un hecho análogo al firme control
autoconsciente que el ego de un ser humano ejerce sobre sus vehículos,
al lograrse la necesaria etapa de evolución. Se ha dicho que en la
cabeza de todo hombre hay siete centros de fuerza vinculados con los
otros centros del cuerpo, a través de los cuales la fuerza del ego
se difunde y circula, desarrollando así el plan. Sanat Kumara, juntamente
con los otros seis Kumaras, mantiene una posición similar. Éstos siete
principales constituyen para Él lo que los siete centros de la cabeza
[e39]
para el conjunto corporal. Son los agentes directrices y transmisores
de energía, fuerza, propósito y voluntad del Logos planetario, en
Su propio plano. Este centro coronario planetario actúa directamente
a través de los centros cardíaco y laríngeo y, por lo tanto, controla
los centros restantes. Esto es una especie de ilustración y el intento
de demostrar la relación [i31]
de la Jerarquía con su fuente planetaria, así como también
la estrecha analogía entre el método de la actuación de un Logos planetario
y el hombre, el microcosmos. El
tercer reino de la naturaleza, el reino animal, había alcanzado un
grado relativamente elevado de evolución, y el hombre animal estaba
en posesión de la tierra; era un ser con un poderoso cuerpo físico,
un coordinado cuerpo astral o de sensación y sentimiento, y un germen
rudimentario de mente, que algún día podría constituir el núcleo de
un cuerpo mental. Abandonado a sus propios medios durante largos eones,
el hombre animal eventualmente habría progresado hasta pasar del
reino animal al humano, y llegado a ser una entidad autoconsciente,
activa y racional, pero la lentitud del proceso se pone en evidencia
al estudiar los bosquimanos de Sudáfrica, los vedas de Ceilán o los
hirsutos ainos del Japón. La
decisión del Logos planetario de tomar un cuerpo físico, estimuló
extraordinariamente el proceso evolutivo y, por Su encarnación y
los métodos que empleó para distribuir las fuerzas, produjo, en un
breve cielo, lo que de otro modo hubiera sido inconcebiblemente lento.
El germen de la mente en el hombre animal fue estimulado. El cuádruple
hombre inferior, a.
el cuerpo físico, en su capacidad dual, etérica y densa, b.
la vitalidad, fuerza vital o prana, c.
el cuerpo astral o emocional, d.
el incipiente germen de la mente, fue
coordinado y estimulado, y llegó a ser un receptáculo apropiado para
la entrada de las entidades autoconscientes, esas tríadas espirituales
(reflejo de la voluntad, intuición o sabiduría espirituales y mente
superior) que habían esperado precisamente esa adaptación durante
largas edades. El reino humano o cuarto reino, vino [i32]
a la existencia, y la unidad autoconsciente o racional,
el hombre, comenzó su carrera. Otra
consecuencia del advenimiento de la Jerarquía consistió en un desarrollo
similar, aunque menos conocido, en todos los reinos de la naturaleza.
En el reino mineral, por ejemplo, algunos de los minerales o elementos,
recibieron un estímulo adicional y se hicieron radiactivos, y tuvo
lugar un misterioso cambio químico en el reino vegetal. Esto facilitó
el paso del reino vegetal [e40]
al animal, así como la radiactividad de los minerales facilitó
el paso del reino mineral al vegetal. A su debido tiempo, los hombres
de ciencia reconocerán que todos los reinos de la naturaleza se unen
e interpenetran cuando las unidades de esos reinos son radiactivas.
Pero no es necesario divagar en este sentido. Basta un indicio para
quienes tienen ojos para ver, e intuición para comprender el significado
de los términos, limitados por una connotación puramente material. En
los días de Lemuria, después del gran descenso de las Existencias
espirituales a la tierra, quedó sistematizado el trabajo que proyectaron.
Se distribuyeron las funciones, y los procesos evolutivos en todos
los sectores de la naturaleza, quedaron bajo la sabia y consciente
guía de esta Hermandad inicial. Esta Jerarquía de Hermanos de la Luz,
existe aún, y el trabajo prosigue constantemente. Todos tienen existencia
física, ya sean cuerpos físicos densos, tal como lo hacen muchos
de los Maestros, o bien cuerpos etéricos, tales como los que utilizan
los más excelsos auxiliares y el Señor del Mundo. Es necesario que
los hombres recuerden que Ellos tienen existencia física, y también
deben tener en cuenta que viven con nosotros en este planeta controlando
su destino, guiando sus asuntos y conduciendo a todas sus evoluciones
hacia la perfección final. [i33]
La
Sede de esta Jerarquía se halla en Shamballa, un centro en
el desierto de Gobi, llamado en los libros antiguos "Isla Blanca".
Existe en materia etérica, y cuando la raza de los hombres haya desarrollado
la visión etérica en la Tierra, se conocerá su ubicación y será aceptada
su realidad. Rápidamente se está desarrollando esta visión, como
puede observarse en los diarios y en la literatura actual, pero la
ubicación de Shamballa será el último de los sagrados lugares etéricos
que se revelará, pues su materia es del segundo éter. Varios Maestros
que tienen cuerpo físico viven en los Himalayas en un lugar recluido
llamado Shigatsé, lejos de los caminos de los hombres; pero la mayor
parte están diseminados en todo el mundo, y viven de incógnito, y
desconocidos en diferentes lugares y en distintas naciones, aunque
cada uno en Su propio lugar constituye un punto focal para la energía
del Señor del Mundo, demostrando ser en Su medio ambiente, un distribuidor
del amor y de la sabiduría de la Deidad. La
apertura del Portal de la Iniciación. No
es posible referirse a la historia de la Jerarquía, durante las largas
épocas de su trabajo, sin mencionar algunos acontecimientos sobresalientes
del pasado y sin señalar ciertas eventualidades. Durante épocas,
después de su inmediata fundación, el trabajo [e41]
fue lento y desalentador. Transcurrieron miles de años
y aparecieron razas humanas y desaparecieron de la tierra, antes
de ser posible delegar, por lo menos el trabajo realizado por los
iniciados de primer grado, a los hijos de los hombres en evolución.
Pero a mediados del transcurso de la cuarta raza raíz, la atlante,
sobrevino un acontecimiento que hizo necesario un cambio o innovación,
en el método jerárquico. Algunos de sus miembros fueron destinados
a un trabajo superior en otra parte del sistema solar, y esto trajo
por [i34]
necesidad el ingreso, en número elevado, de unidades altamente
evolucionadas de la familia humana. A fin de permitir que otros ocuparan
Su lugar, los miembros menores de la Jerarquía fueron ascendidos,
originando vacantes en tales puestos. Por lo tanto, tres cosas se
decidieron en la Cámara del Concilio del Señor del Mundo: 1.
Cerrar la puerta por donde los hombres animales pasaban al reino humano,
no permitiendo a las mónadas de los planos superiores tomar cuerpo
por un tiempo. Debido a las limitaciones de entonces, se restringió
el número de unidades del cuarto reino o reino humano.
2. Abrir otra puerta a esos miembros de la familia humana que
se hallaban dispuestos a someterse a la disciplina necesaria y hacer
el gran esfuerzo requerido, y permitirles entrar en el quinto reino
o espiritual. De este modo, las filas de la Jerarquía podían llenarse
con miembros de la humanidad terrestre, capacitados para ello. Esta
puerta se denomina el Portal de la Iniciación, y aún permanece abierta
con las mismas cláusulas que fijara el Señor del Mundo en los días
atlantes. Estas cláusulas se expondrán en el último capítulo de este
libro. La puerta que existe entre los reinos humano y animal, será
abierta de nuevo durante el próximo gran ciclo o "ronda",
como se dice en algunos libros; pero como aún faltan varios millones
de años, no nos ocuparemos de ello por el momento.
3. Trazar una línea de demarcación bien definida entre las
dos fuerzas, la de la materia y la del espíritu. Fue recalcada la
inherente dualidad de toda manifestación, a fin de enseñar a los hombres
a liberarse por sí mismos de las limitaciones del cuarto reino o humano,
y así pasar al quinto reino o espiritual. El problema del bien y
del mal, la luz y la oscuridad, lo correcto y lo incorrecto, fue enunciado
únicamente en beneficio de la humanidad, para permitir a los hombres
romper con las cadenas que [i35]
aprisionaban al espíritu, logrando así la liberación espiritual.
Este problema no existe en los reinos inferiores al del hombre, ni
para quienes han trascendido el humano. El hombre debe aprender, a
través de la experiencia y el dolor, la realidad de la dualidad de
toda existencia. Habiéndolo aprendido, elige lo que concierne al [e42]
aspecto espíritu plenamente consciente de la divinidad,
y también a centrarse en ese aspecto. Al alcanzar la liberación, se
da cuenta en verdad que todo es uno, que el espíritu y la materia
son una unidad y que sólo existe lo que se halla en la conciencia
del Logos planetario, y en círculos más amplios, en la conciencia
del Logos solar. La
Jerarquía aprovechó de este modo la facultad discriminadora de la
mente, cualidad que caracteriza a la humanidad, para que el hombre,
mediante el equilibrio de los pares de opuestos,
alcance su meta y encuentre el camino de regreso a la fuente
de origen. Esta
decisión condujo a la gran lucha, característica de la civilización
atlante, que culminó con la destrucción, el diluvio al que se refieren
todas las Escrituras del mundo. Las fuerzas de la luz y las fuerzas
de la oscuridad se enfrentaron, y esto se hizo para ayudar a la humanidad.
La lucha persiste aún, y la pasada guerra mundial fue un recrudecimiento
de ella. En cada bando había dos grupos: los que luchaban por un
determinado ideal, tal como ellos lo veían y creían que era lo más
elevado, y aquellos que lo hacían por obtener ventajas materiales
y egoístas. En la lucha entre los influyentes idealistas o materialistas,
muchos fueron arrastrados y lucharon ciega e ignorantemente y, en
consecuencia, fueron abatidos por el desastre y el karma racial. Estas
tres decisiones de la Jerarquía, tienen y tendrán un profundo efecto
sobre la humanidad, pero se están obteniendo los resultados deseados,
pues ya puede observarse una mayor aceleración del [i36]
proceso evolutivo y un efecto profundamente importante
sobre el aspecto mente del hombre. Conviene
señalar aquí que, actuando como miembros de la Jerarquía, existe gran
número de seres llamados ángeles por los cristianos y devas por los
orientales. Muchos de ellos han pasado hace tiempo por la etapa humana
y actúan ahora en las filas de la gran evolución, llamada evolución
dévica, paralela a la humana. Esta evolución incluye, entre otros
factores, a los constructores del planeta objetivo y a las fuerzas
que producen, por medio de estos constructores, todas las formas conocidas
y desconocidas. Los devas que colaboran en el esfuerzo jerárquico
se ocupan, por lo tanto, del aspecto forma, mientras que los otros
miembros de la Jerarquía se ocupan del desarrollo de la conciencia
dentro de la forma.
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